EL CIELO
El cielo
Cristina había sido una mujer con mala suerte en la vida. Parecía que era perseguida por un mal hado. Sus padres murieron cuando apenas era una niña. Pasó diez años en un hospicio, y cuando salió de lo que verdaderamente había sido su hogar, comenzó a trabajar en un taller de confección, que pronto vino a menos debido a la expansión de las enormes fábricas textiles. Se enamoró de un joven y cuando se iban a casar, el que iba a ser su esposo falleció en un accidente de tráfico.
No levantó cabeza. Durante los cuarenta años siguientes trabajó con varias empleadas más limpiando las aulas de un enorme colegio religioso.
En muchas ocasiones observaba detenidamente a los profesores cuando repasaban enormes enciclopedias en la biblioteca y parecían escribir apuntes. Justamente dos años antes de jubilarse apareció un religioso joven. Daba la impresión de ser extraordianariamente inteligente, incluso algunas tardes de los jueves le vio tocar el órgano de la capilla.
Durante aquellos breves instantes se sentía transportada al cielo. Y deseó ser feliz, poder leer aquellos libros, comprender la sabiduría que debían de encerrar y sobre todo anhelaba tocar sublimemente el órgano, de la misma manera sublime que aquel joven religioso lo hacía.
Para que su muerte no desafinase con su dura vida, apenas comenzó a disfrutar de la jubilación, se murió.
Apenas pasaron unos meses, pues nadie sabe a ciencia cierta cómo se ensancha o encoge el tiempo una vez se ha fallecido, el tiempo de purgatorio, lugar donde según la Santa Iglesia Católica transcurrimos y penamos por nuestros pecados, fue muy breve.
Y un día se despertó.
Había llegado al cielo. Incluso le parecía un lugar muy conocido...
Se levantaba a las 7 de la mañana, iba a misa, sentía la bendición de los sacramentos, y luego se iba a la biblioteca donde la sabiduría penetraba por cada poro de su piel. A veces se quedaba dormida y seguidamente se encontraba tocando un maravilloso órgano que realmente le era familiar.
Estaba en el cielo. Era lo que siempre había anhelado.
Y así pasaron tal vez varios años humanos.
Se sentía verdaderamente realizada.
Un día que no se durmió, pasó desde la biblioteca a una sala donde los estudiantes parecían escucharla. Se sentía como una sabia profesora. Entonces ocurrió algo extraño... siguió caminando por un pasillo muy familiar... se acordó del colegio donde había trabajado cerca de cuarenta años. Entró en los lavabos... sus manos se empaparon de agua, percibió el agradable aroma del jabón... y luego el frescor del agua recorriendo su rostro. Se secó con una toalla y se miró al espejo... Lanzó un grito que nadie oyó.
Estaba en el cuerpo del joven religioso. Durante unos segundos de desasosiego y estupor volvió a mirar al espejo. El joven religioso sonrió... era como si supiese que ella estaba dentro de él...
Uno o dos días después, cuando aquel joven tocaba magistralmente el órgano, Cristina se sintió tan feliz y saturada de beatitud que se elevó con las ondas de sonido generadas por los alargados tubos del inmenso órgano y llegó a algún lugar mucho más amplio en la Conciencia de Dios.
Autor:Quintín García Muñoz
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