EL TESORO DE SILIA

Andrés vivía en un pueblecito marinero. Tenía la costumbre de pasear entre los frondosos árboles y sentarse encima de un peñasco donde imaginaba ser un buen marino, y en la mayoría de las ocasiones un gran capitán. No se conformaría con ser como su padre, un sencillo pescador, pues le gustaban las aventuras y los largos viajes.

Un día, acomodado en la piedra vio que una anciana, apenas tenía fuerzas para llevar una cesta, casi mas grande que ella, y corrió a ayudarla.

 

-Hola ¿desea que le ayude?

-Sería estupendo- dijo la anciana.

- ¿Cómo te llamas? -le preguntó al niño

-Andrés.

-¡Que bonito nombre! Seguro que no sabes el origen de la palabra.

-No.

-Tiene su origen en el Griego, aner-andros que significa hombre. Así es que tienes un nombre que hace gala a tu humanidad bondadosa.

-De mayor, me gustaría saber tanto como usted- añadió el pequeño expresando su admiración por las palabras de la anciana.

-Seguro que lo serás, pues la inquietud que demuestras con estas frases ya indican qué puedes llegar a ser.

-¿Usted cree?

-Sí, sin duda. Aunque para ti apenas significa algo, sin embargo, al expresar tu deseo de esa forma estás mostrando indicios de tu esencia.

-¡Que dificil! ¡Apenas la entiendo!

-No te preocues. Lo que importa es aquello que llevamos dentro y que nos obliga continuar buscando a lo largo de la vida hasta encontrarlo.

 

-¿Qué debemos encontrar? ¿Qué llevamos dentro? -preguntába impacientemente el niño.

-Tranquilo, algún día lo sabrás-respondió la anciana a la vez que sonreía.

 

Andrés tuvo que emplearse a fondo, pensando mientras caminaba ¿cómo había podido transportar la abuelita semejante peso? Todavía anduvieron unos dos kilómetros hasta llegar a una casa de piedra muy antigua, y cubierta de hiedra. Alrededor de la misma había un pequeño jardín con flores de color violeta y lila, que daba a la casa un aspecto muy acogedor y alegre.

 

 
 

 

-¡Pasa! -le rogó la anciana.

Andrés haciendo un último esfuerzo dejó la pesada cesta sobre un banco de madera y dio media vuelta para regresar.

Espera un poco Andrés, que te voy a dar unos dulces.

El niño después de rechazarlos cortésmente la primera vez, los cogió con agrado a la segunda vez que la anciana insistió.

Mientras se comía el primer dulce, la abuelita le confesó que se encontraba un poquito sola, y que si algún día lo deseaba podía volver a visitarla.

Andrés le aseguró que volvería, y se despidió.

Tenía en el pueblo, según dijeron sus padres, fama de ser muy antipática, y algunos murmuraban que era medio bruja, y muchas cosas más que los niños no debía escuchar. Que procurase no volver fue su consejo.

Pero una cosa es lo que los mayores dicen, y otra muy distinta lo que los niños hacen, y a veces éstos tienen menos prejuicios y actúan con mejor criterio.

Andrés sintió una gran simpatía por aquella anciana, y no le hicieron cambiar las palabras de sus padres, así es que durante varios meses visitó asiduamente a la anciana, y ella le contaba historias de marineros y piratas; como si las hubiese vivido de verdad cuando era muy joven.

Andrés estaba en su mundo.

Silia, la ancianita, enfermó, y Andrés que fue a verla como era su costumbre, viendo lo enferma que se encontraba corrió a buscar al médico del pueblo, que un tanto desganado fue a visitarla.

Es la edad, dijo el doctor, y no podemos hacer nada por ella. ¡Ah! me ha dicho que pases un momento y luego que te vayas.

Nuestro amigo pasó un tanto triste pues la tenía aprecio.

  -¡Andrés!-dijo Silia- hace muchos años que guardo este libro, y deseo que te lo quedes. Ahora acércate que te dé un beso de despedida y vete a casa; el doctor ya sabe qué es lo que debe hacer. No te apenes por mi partida. Hace tiempo que estoy preparada, y debes saber que a los mayores a veces nos agrada la idea de dejar este mundo, en ocasiones excesivamente cruel.

Apenas era un niño, pero sintió un enorme impulso besar su dulce cara. Después salió corriendo y no dejó de hacerlo hasta llegar a casa. Así de esa forma evitó que se le cayeran algunas lágrimas.

 

Cuando supo que había muerto, le llevó varias veces flores a su tumba.

  

El manuscrito narraba la historia de un pirata, y el lugar donde había escondido parte de los tesoros robados a lo largo de sus abordajes a otros barcos.

A los ojos de cualquier persona, no pasaba de ser un buen libro de aventuras.

Pero ¿Qué es lo que encuentran en los libros unos que no son capaces de ver los demás?

¿Por qué causa, unos nos parecen tan sosos, y otros tan llenos de vida?¿Es culpa del autor, o más bien somos los lectores los que respondemos a los libros según nuestro interior?

Y eso es lo que le sucedía a Andrés; había pasajes en los que no veía las palabras, sino imágenes, y más en algunos capítulos, donde ciertas peculiaridades le parecía a él que eran la prueba de estar leyendo algo muy real.

Había un pasaje en el que el pirata hablaba del amor de su vida, y Andrés tuvo la corazonada de que se trataba ni más ni menos de Silia.

Intentó convencer a sus padres de la veracidad de los relatos, pero como es natural, ellos lo consideraban fantasías. También lo intentó con sus amigos, con lo que únicamente consiguió algunas frases un tanto burlonas, y que le apodaran "El Pirata".

Andrés dejó de leer el libro.

Pasaron varios años, y nuestro amigo se dedicó a estudiar con ahínco, en parte por sus padres, en parte porque inconscientemente pensaba en el libro, y este pensamiento era muchas veces el motor para seguir avanzando en los estudios.

Era difícil para un niño, hijo de pescadores, en aquella época ir a la universidad, pero las notas de Andrés le permitieron conseguir varias becas, y estudiar hasta llegar a ser un gran entendido en oceanografía e historia. Respecto a su sueño de ser marinero, se había quedado en ser profesor.

 

 

 

 
 

 

 

No obstante alternaba la enseñanza con su afición por el mar, y en el verano siempre hacía algún cursillo práctico de vela, y salía con su anciano padre en el bote pesquero algunas noches; pero aquello no era suficiente para el. Una de esas oscuras noches en el mar, fue la que le trajo la suerte a Andrés.

Había temporal, y un yate de recreo, el "Alisio", embarrancó. El padre de Andrés que pasaba por allí, echó un cable al yate, y, a riesgo de quemar los motores, lo pudieron sacar. Cuando todo parecía en orden, Luis el hijo del propietario del yate cayó al agua, y fue el mismo Andrés, quien arriesgando su propia vida le sacó de aquellas turbulentas olas. Hay conversaciones que parecen que van a desembocar en una gran amistad, y luego se quedan en "agua de borrajas". Y otras amistades que pudieran existir no llegan a nada, por no iniciar una trivial conversación.

Y casi es lo que le ocurrió a Andrés.

Una vez en el puerto, se despidieron ambos jóvenes, sin apenas haberse cruzado dos palabras, pero al comenzar el siguiente curso en la Universidad se reencontraron:

Andrés gran especialista en Oceanografía, y Luis doctor en Arqueología.

Horas, y noches enteras pasaron Andrés y Luis charlando de sus temas favoritos, y de sus sueños, y aquel invierno devino en la más hermosa época de su vida para ambos; por lo menos hasta aquella fecha, pues tramaron lo imposible. El plan era muy sencillo; en el yate del padre de Luis, irían a por el tesoro; y una vez conseguido continuarían la expedición, hasta el llegar a donde se cree que estaba la Atlántida, y tratar de encontrar algunas ánforas.

La verdad es que , a los ojos de cualquiera, estaban chalados. Buscaban algo que nadie había encontrado, y que solo se conocía por los libros. Una mañana radiante, tras varios días de navegación tranquila, apareció un peñasco, donde las cartas oceanográficas sólo indicaban agua. Era, el lugar exacto que señalaba el libro de Silia. El sol quedaba detrás del pequeño islote proyectando sus rayos de luz por encima del mismo, y eso era poesía. A muchas personas no les gustan los versos, porque en el fondo son unos románticos y prefieren sentir y ser traspasados por ese algo que tienen las cosas bellas, o la música, o los hermosos y antiguos cuadros.

 Nada dijeron ambos amigos, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Todavía no habían comprobado la realidad del tesoro, pero en el fondo les daba igual. Ellos eran partículas en el universo que tal vez solo hacía veinte años habían partido del corazón del sol, y estaban instaladas en la tierra durante un breve espacio de tiempo, para luego volver a su hogar. Conforme el yate se acercaba, fueron despertando del pequeño momento de éxtasis en el que habían entrado, y se prepararon para fondear en la más hermosa playa que hasta entonces habían visto.

Con el manuscrito de guía, contaron los pasos, y se pusieron al lado de un cocotero.Comprendieron que no tenían prisa, que el tiempo era suyo y que juntos formaban un gran equipo, un grupo. Eso tan raro. Comprendieron que Silia, era de su grupo, de esa clase de seres que son capaces de llevar en su alma algo más que los hechos de la existencia cotidiana. Pero, las palabras solo explican el momento de lucidez que vivian de una manera muy incompleta.

En realidad, estaban situados en un punto de paz, atemporal, y por lo tanto eterno. Con el pico y la pala fueron sacando la arena y las piedras. Meditaban acerca de lo que podían extraer. No era el dinero. Eran las alhajas que alguien en algún momento de la historia había llevado. Era la vida que se había depositado en aquellos materiales. Sentían lo que se denomina la "HISTORIA VIVA".

Y allí estaba el cofre. De nuevo las lágrimas rodaban por sus mejillas, y más cuando dentro del pequeño arcón, entre las monedas de oro, y los vasos de plata, vieron un pequeño dibujo, de un rostro conocido para Andrés: Era Silia, morena, ojos oscuros y bella.

 

 

 
 

 

Era una diosa, era la encarnación de la belleza. Tenía unos pequeños tirabuzones, cejas rectas y una sonrisa alegre y verdadera.

Tuvieron que descansar, y ni una palabra medió entre ambos amigos. No existió ninguna pueril expresión de júbilo que turbase el momento. La naturaleza parecía respetar aquel momento efímero de realidad total. Pero el destino, todavía les preparaba una sorpresa mayor si cabe, en especial a Luis. Dentro del cofre, había un cofrecillos diminuto con dibujos extraños, parecidos a los adornos Mayas. Ello provocó un pequeño nerviosismo en Luis. Abrieron el cofre, y encontraron una nota, en Castellano antiguo. En el se relataba que aquel cofre, había sido rescatado de una muralla que hay debajo del mar en una especie de plataforma , situada justamente donde se cruzan el paralelo 20 y el meridiano 40.

Allí había una ánfora de oro.

Añadía aquel escrito que, si alguien estaba interesado en volver no lo hiciese, pues al poco tiempo de coger el cofre, un pequeño seismo hizo desaparecer toda la especie de plataforma continental, situada en aquel punto geográfico.

Aquel hallazgo estaba situado alrededor del año 1492. Y el autor del escrito hacía mucho hincapié en el hecho de que no era ningún tesoro de las Américas, sino que aseguraba por sus hijos, que aunque nadie le creía, aquella ánfora se había encontrado en aquel punto, y junto a unas columnas de estilo romano.

 

Autor e ilustraciones:Quintín García Muñoz

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