CUENTOS INFANTILES

LA HORMIGA Y EL ÁRBOL

 

la cueva de los cuentos

 

En la selva del Amazonas hay un lugar jamás visitado por hombre alguno, y que es un mito entre las hormigas. En cierto recodo del río más caudaloso del mundo, un ramal de agua dibuja un círculo casi perfecto, y en el centro del mismo se encuentra un árbol cuyas ramas, en numerosas ocasiones, son cubiertas por las nubes, y su copa orgullosamente asoma por encima de éstas para tener un contacto casi continuo con el Sol.

 

Cuentan las hormigas en sus leyendas que quien asciende por el mismo, y son muchas, pasa a otro estado de conciencia distinto al de hormiga, a algo a lo que todas ellas, más tarde o más temprano están destinadas a conseguir.

 

En la selva había un pequeño hormiguero, como tantos y tantos hay por todos los lugares de la Tierra. Arita, era una niña hormiga muy bonita y amable; sus padres la querían mucho y sus amigas se encontraban a gusto con ella.

Un día habló les dirigió estas extrañas palabras:

 

-Hace tiempo que el Gran Árbol me llama. Me hago un poco la remolona y otro poco la incrédula, y he llegado a un punto en el que no puedo engañarme por más tiempo. Debo ir hacia él.

 

Sus padres totalmente sorprendidos por lo inesperado de la conversación , creían que era una pesadilla, y se encontraban en el mundo de los sueños.

 

Sí; habían oído que hacía muchos años alguien se había aventurado a ir, pero desde luego no había vuelto. Y también se rumoreaba que si alguna hormiga lo había hecho, había regresado maltrecha y a punto de morir.

 

Arita continuó hablando:

-Así pues cuando termine el próximo mes, ya seré una adolescente, y habrá llegado la época de partir. Os pido permiso para marcharme.

 

-Mira Arita, eres un poco infantil. Crees que sabes todo lo que es necesario para la vida, pero creemos que aún no es tu tiempo y que transcurridos tal vez unos meses, todo aparecerá ante ti como una fantasía de hormiguita.

-Tal vez tengáis razón. Esperaré dos meses, y mientras tanto os ruego consultéis el asunto con la hormiga sabia para que ella os aconseje.

 

-De acuero. Iremos a visitarla.

 

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Isla Secreta en un lugar del Amazonas

 

 

Los papás de Arita fueron a preguntar a la hormiga sabia.

 

-Su madurez-respondió- tal vez esté demostrada por el hecho de admitir los dos meses de plazo, y aconsejar que viniérais a verme. Estoy casi seguro que después de los dos meses continuará solicitando lo mismo, y debemos recordar, que muchos de nuestros antepasados iniciaron el ascenso al árbol sagrado, a su misma edad. Mi consejo es que no esperéis dos meses, sino solamente uno; de lo contrario podría ser muy tarde.

 

Las hormiguitas papá y mamá, no sabían qué sentían . Por un lado el temor al considerar su juventud, y por otro lado la alegría de que quizás su hija fuese afortunada. No lo pensaron dos veces; hicieron caso a la consejera del hormiguero, y pasado el mes de plazo, hablaron con Arita, que por entonces comenzaba a estar algo triste sin saber la causa.

 

-Arita. ¿Todavía piensas en marchar hacia el Gran Árbol?

 

-Sí. Además estoy algo intranquila, pues tal vez me debería haber marchado ya.

 

Ara, la mamá, llenó con alimentos una mochila y se la entregó. Aro, el papá, extendió su manita sobre ella, y deseándole toda clase de bendiciones la despidió.

 

Arita había comenzado el camino para el que durante su corta vida, aunque inconscientemente, se había estado preparando.

 

La mañana era cálida, y el aroma de la vegetación penetraba en ella como la niebla de verano impregna los eucaliptos de un bello bosque, o como el agua fina de lluvia colma la tierra. Su alma estaba contenta y saltarina, y danzaba por la senda entre formidables árboles y arbustos. Ese mismo día llegó a la orilla del río, y su primera dificultad consistiría en atravesar el círculo de agua que rodeaba al Gran Árbol.

Según algunos libros de viajes, era sencillo. Simplemente debía encontrar una clase de hoja que tenía los bordes enrollados, subir a ella y dirigirla con una pequeña pajita a modo de timón. El agua estaba tranquila, la hoja flotaba maravillosamente, hasta que el primer y gran susto de su vida le llegó en forma de cocodrilo.

Sabía que existían, pero cuando fue levantada por uno de ellos, pensó que se moríría de miedo. No era uno solo, sino dos, y estaban peleando. Quedó aturdida con las caídas en picado y las elevaciones repentinas de los terribles animales. Ruidos que le hacían temblar de miedo, y gotas de agua que podían haberla ahogado.

Por un momento tuvo que morder fuertemente la hoja, hasta que salieron despedidas ella y su barca, debido a un coletazo de uno de los grandes cocodrilos. Como pudo, llegó a la otra orilla, y extenuada se tumbó a descansar.

 

Llegó la noche. Sueños ajetreados envolvieron aquel cuerpecito delicado.

¿Qué era lo que escuchaba ?

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Hormigas en sueños

 

-¡Por allí hay una jovencita!

-¡Sí, la he visto acurrucada bajo una hoja!

¿Se referían a ella? ¿Eran hormigas gigantes y terribles?

Así era.

 

Arita bamboleándose, todavía entre sueños, cogió la mochila, y se dirigió al árbol sin fín.

 

Las hormigas gigantes, estaban muy cerca. El suelo vibraba por las pisadas, y la hormiguita empezó a escalar entre las grietas de la corteza.

Encontró una cueva, y se metió en ella. Por el momento las despistó, pero sus perseguidoras pronto comprendieron que estaba más bien cerca, y, tenaces como un perro de presa, rastrearon y se orientaron hacia la cueva.

Allí, en la abertura, la intuyeron. Puesto que no podían entrar por el agujero, metieron sus terribles garras.

Apenas quedaba espacio para que Arita se pudiese esconder. Permanecía pegada a la pared, y cuando las temibles zarpas de las gigantes iban a llegar hasta ella, al apoyarse con toda su fuerza contra la pared de la cueva, las piedras cedieron, y la pequeña hormiga cayó rodando de espaldas. La pared , como por arte de magia, se cerró de nuevo, y Arita permaneció en la más completa y densa oscuridad. En el más absoluto silencio.

-¿Y ahora qué? - Se dijo a sí misma -

 

 

 

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LA CUEVA

 Pasados los primeros instantes, los contornos de la cueva se hicieron paulatinamente más nítidos, hasta poder apreciar una escalera que había al fondo.

 

 

 

Los peldaños que iban hacia abajo eran muy sencillos de descender. Casi eran lisos, y de a penas cuatro dedos - hormiga de altura.

Sin embargo, los que ascendían, eran tan altos como ella, y se necesitaba un gran esfuerzo para subirlos.

En un rellano que parecía existir en la parte alta, apenas visible, había un manantial , del que salía un pequeño reguero de agua, y conforme descendía por los escalones, hacía mucho más difícil la subida. El agua continuaba bajando hacia la parte baja de las escaleras;

Desde la oscuridad surgía el rumor de un poderoso torrente. Primeramente pensó en salir de aquel tenebroso y húmedo lugar, fuese como fuese, pero recordó que su propósito era el de ascender por el árbol; Además - se engañó a sí misma -, siempre tendría tiempo de bajar, que parecía más fácil.

Tal vez le llevó una hora larga ascender el primer peldaño. Sesenta minutos de denodado esfuerzo, y de intentos infructuosos hasta que al final se vio en la cima del mismo. Los restantes eran más pequeños, y en cierto modo más difíciles, requiriendo una extraordinaria dosis de voluntad, debido a que parecían infinitos, a causa del sueño que la invadía, cuando comenzaba a escalar el primero. Varias veces se quedó dormida, y ya no sabía si en el exterior era de noche o de día.

La duda asaltaba a Arita. ¿Acaso podía llevar a algún sitio aquellos escalones tan siniestros?

En momentos de lucidez comprendía que a nadie se le ocurríría hacer una cosa así porque sí, o porque le apetecíese, o por fastidiar a alguien.

El árbol debía poseer un misterio, algo más que esa apariencia de la que tenía constancia hasta ese momento.

Lentamente ascendía, y en su interior se sucedía un ciclo: Primero subía animada pues había vislumbrado que la tradición debía ser cierta; insensiblemente se acostumbraba a ese pensamiento hasta olvidar más tarde lo que hacía solamente unos instantes le había encendido la lucecita en su corazón. Comenzaba a creer que había caído en alguna trampa, y se desanimaba.

En lo más profundo de la desesperación se resignaba. Y comprendía que lo que más le podía ocurrir era morirse. Tampoco era para tanto-se decía-,y entonces conseguía la paz que indefectiblemente la llevaba de nuevo a la ilusión. En estas circunstancias pasaron unos diez días, y cuando más acostumbrada estaba a esperar, chocó contra una pared. Comenzó a golpearla con la esperanza de que se abriese.

 

 

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EL MURO

Tal acontecimiento no ocurrió. Se sentó permaneció con gran paciencia. Ya no le quedaban provisiones.

Hacía tiempo que había decidido, y ahora , aunque hubiese querido no habría tenido fuerzas para regresar. Recordaba a sus padres y seres queridos, dudando de si había hecho lo correcto o no.

¿Había sido egoísta? Demasiado orgullosa de querer ser distinta a los demás. Demasiado atrevida creyendo que podría tocar el cielo con las manos.

 

-Pero la vida - se decía- de una hormiga es demasiado corta y no podemos dejarnos llevar de un lado para otro. En este último pensamiento encontraba algo de consuelo.

 

Por lo menos había seguido a su voz interior. Daba igual si se moría o no. Una de dos, o hay algo después de la muerte o no . Si hay algo, bienvenido. Si no... ¡Qué maravilloso sería el eterno descanso! No tener que subir ni un maldito peldaño más, no tener que ver semejantes cocodrilos, no tener que huir de las malvadas hormigas gigantes... Todo estaba decidido. Una vez más empujó la pared, que se abrió... Hizo acopio de todas sus fuerzas, y logró traspasar el umbral. Se desmayó e, inconsciente, cayó al suelo. Lentamente abrió los ojos, y vio a su alrededor tres hormigas ancianas que sonreían. Arita intentó incorporarse pero no fue capaz, y una de ellas le dijo:

 

 

 

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Descansa Arita, mañana estarás completamente recuperada.

 

 

Cerró los ojos, y quedó dormida de nuevo. A la mañana siguiente despertó. Observó una ventana, labrada en madera, por la que entraba la radiante luz del sol que iluminaba la habitación, también de madera. Tímidamente asomó por la puerta su pequeña cabecita y vio una gran sala donde estaban las tres hormigas ancianas; cada una de ellas realizaba una labor diferente. Arita carraspeó un poco para llamar la atención, pero no le dió resultado y tuvo que repetir más sonoramente el "EJEM! acompañado de una tos un tanto extraña y graciosa a la vez. Por fin las tres ancianas tornaron su mirada hacia la pequeña hormiga.

-Hola! ya se ha despertado nuestra pequeña valiente! -exclamó la mayor.

-¿Que tal te encuentras?-preguntó la segunda.

-¡Bien ! -respondió Arita.-¿ Dónde estoy?

-Pues estás en la base del árbol-respondió la más joven.

-¿Cómo puede ser?... Yo creía que debía estar muy alta ya.

-Es cierto que para tus dimensiones has ascendido mucho, pero es tan enorme el árbol, que a partir de aquí, comienza la ascensión de verdad.

-Y... ¿Vosotras quienes sois?

Nosotras somos quienes te hemos abierto las dos puertas, primero la exterior, cuando te perseguían las hormigas gigantes, y posteriormente la puerta interior; aunque... tú eres quien realmente lo ha hecho.

-¡No sabía que había esas puertas!-exclamó Arita.

-Bueno... lo sabías a medias desde el momento que te decidiste a subir el árbol.

-¿Cómo lo podía saber?

-Quizás por alguno de tus sueños.

-Ya-respondió la hormiguita, sin comprender todo lo que podía implicar un sueño, y continuó preguntando- ¿Ahora qué?

-Pues, puedes estar unos días con nosotras; te podemos narrar algunas interesantes anécdotas, y luego deberás seguir hacia arriba, si así lo decides-sugirió la mediana.

-Ahora, dejémonos la conversación y vayamos a desayunar algo- interrumpió la más anciana de todas ellas.

Como si las tres ancianas fuesen una sola hormiga pasaron a otro cuarto. Desde la ventana del mismo podía vislumbrarse la inmensa selva que había más allá de enorme río. Después de unos sabrosos dulces, se sentaron en el suelo, y la más joven comenzó a narrar una historia.

Hace mucho tiempo vivían unas hormigas, a las que representamos, en un poblado cerca del Gran Árbol. Un buen día, o mejor expresado, un mal día unas hormigas gigantes y muy negras interrumpieron nuestra vida cotidiana, y dieron muerte a la totalidad del hormiguero, excepto a nosotras tres. La excusa fue que varias de nuestras hormigas habían amenazado a una de las gigantes; pero en realidad lo único malvado que habían hecho las nuestras había sido defenderse de una agresión. El verdadero motivo era que les gustaba el lugar donde teníamos ubicado nuestro hormiguero.

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Hormigas rojas gigantes

Siempre habíamos escuchado leyendas acerca del mundo interior del Gran Árbol, y una vez encontrada la entrada aprovechamos un rellano entre las interminables escaleras que unen el cielo con el suelo, y nos quedamos a vivir aquí, donde no pueden llegar nuestras enemigas debido a su voluminoso tamaño.

-Entonces... ¿Vosotras no sabéis nada de lo que hay después de este tramo?

-No-respondió la mayor-. Sólamente hemos oído rumores, y tal vez el más importante es que cada hormiga encuentra su camino, y que cada recorrido no se parece en nada a los demás.

- Supondía que sólo existía una sola senda -replicó Arita

-El Árbol es infinitamente grande en comparación con una hormiga, y las posibilidades de subir por él son incontables. Nuestro consejo unánime es que seas constante como las tortugas, firme pero flexible como los juncos. Debes saber apreciar el Poder donde lo haya y humillarte ante Él como lo hace la hierba ante el viento-aconsejó la mayor.

Arita permaneció unos días más en la grata estancia que le habían ofrecido sus amables anfitrionas y partió.

-Adiós pequeña, y suerte-desearon las tres ancianas.

-Adiós-dijo Arita.

Las escaleras continuaban hasta perderse de nuevo en la más densa oscuridad. A veces había una puerta que salía al exterior del tronco, y en una de ellas Arita , muy cansada, decidió asomarse. Había más luz y también más peligro. En ocasiones un viento huracanado azotaba el tronco, y Arita se veía obligada a detenerse y afianzarse entre las ranuras de la corteza. Otras veces era la lluvia tropical, muy violenta, que caía con gran ímpetu, y una sola gota podía terminar con la vida de la jovencita.

 

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Tela de araña

 

 

 

En cierta ocasión se encontró atrapada en la tela de una gran araña, y cuanto más intentaba zafarse, más pegada a ella devenía. Un arácnido monstruoso inició su acercamiento, y cuando estaba a punto de ser absorbida por el horrible bicho, cuando el tiempo era interminable y cada segundo semejaba una vida; cuando la muerte era segura...una mosca cayó en aquel instante en la pegajosa tela y fue la primera víctima, pues el infortunado insecto quedó entre ambas.

Arita tuvo más suerte de lo predecible, y la tela con el impacto de la mosca rasgó lo suficiente para que nuestra amiga cayese desmayada sobre una rama, fuera del alcance de la monstruosa araña. Cuando abrió de nuevo los ojos, su corazón se alegró infinitamente al ver a un apuesto hormiguito que la observaba detenidamente. Quizás se debió a que ocurrió en el primer segundo del despertar, el hecho fue que ambos se enamoraron. Los años pasaron rápidamente para la pareja que pronto se habían convertido en cuatro, y más tarde en ocho. Dando por sobreentendidos algunos pequeños roces y discusiones la vida fue para la familia de mucha felicidad, y en muchos momentos Arita se sentía muy feliz al ver crecer a sus hormiguitos. Paseos, excursiones, celebraciones de cumpleaños, aniversarios... Muchos fueron los buenos momentos. Pero en esos instantes en que más feliz y colmada debería estar una hormiga, de lo más profundo del corazón de Arita brotaba una especie de insatisfacción que le hacia escuchar la llamada, la eterna picazón del Árbol. Al principio de su vida familiar llenaba esa laguna con lecturas de leyendas de hormigas aventureras; pero posteriormente ya no era suficiente para ella, y necesitaba hacer algo.

Un buen día habló con él: Debo continuar. Si lo deseas, puesto que nuestros hijos son mayores podemos ir ambos.

Ya sabes que yo no soy igual que tú - le dijo él -. Vete tranquilamente, que si necesitan alguna cosa los hormiguitos ya les ayudaré yo.

Siempre, de una forma o de otra, se habían amado casi como el primer día, pero era necesaria la separación.

¿Por qué causa la vida no se olvida de nosotros y nos deja tranquilos?- comentaban ambos. Pero, por encima de los deseos de las hormigas hay algo más, algo superior, algo que hace sufrir separación momentánea para luego alcanzar un estado más perfecto que el anterior. Al fin y al cabo, una hormiga no se había dado a sí misma la vida, sino que por mucho que a veces le pesase, el cuerpo y el alma habían sido heredados.

Alguien Superior había diseñado ese instrumento tan perfecto con alguna finalidad, y ésta debía de cumplirse.

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LÁGRIMAS

Era el momento de llorar y de despedirse, y es lo que hicieron ambos.

 

Arita dudó, pero, cada paso que la alejaba de su anterior vida comprendía que no podía haber sido de otro modo sin traicionarse a sí misma. Una tímida sonrisa alegró su rostro. Expresión de sencillez y resignación.

Estaría aproximádamente a mitad del Arbol, cuando nuevamente se propuso continuar por la parte interior. Subía más lentamente que cuando era joven, y lo que había perdido en energía lo había ganado en cualidad. Disfrutaba del momento pausadamente, comprendiendo la inalterabilidad de su rumbo y decisión.

¡Su camino!

Durante un año no encontró obstáculo grande o muy difícil de resolver. A un lado de la escalera permanecía una hormiga ulcerada, con aspecto horrible. Dudando ante el peligro que corría, se acercó hasta aquella pobre desdichada.

-Hola. ¿Qué te ocurre?

¡Apártate, por favor. No deseo contagiarte! -gritó la enferma.

-Es lo mismo- respondió Ara mientras le tomaba la cabeza para observarla mejor.

Apenas pudo expresar una palabra que tuviese sentido. La tristeza invadió su mente, pero a la vez tuvo un deseo:

"Deseo que esta hormiga no sufra, y si hace falta pagar algo, que sufra yo en su lugar"

¿Por qué algunas veces se cumplen los deseos y otras no? ¡Quien lo sabe!

Ara empezó a sentirse enferma. La hormiga desconocida, por el contrario, devino una salud espléndida, quien no comprendiendo nada de lo que estaba sucediendo, se fue a hurtadillas temerosa de ser contagiada por aquella loca. Partió sin la más mínima muestra de agradecimiento.

Tanto desagradecimiento fue lo que más le dolió a Ara. Enfermó gravemente, pero comprendió que aquel sacrificio debía realizarse sin esperar nada a cambio.

No le preocupaba la muerte. La acción de morir por alguien era una de las más extraordinarias acciones que podía realizar una hormiga.

Alegría de corazón, gozo y bienaventuranza colmaba su corazón.

La debilidad y el dolor hicieron que Ara perdiese el conocimiento.

Soñó que subía las últimas escaleras con extraordinaria rapidez. Atraída por una luz blanca que iluminaba sus pensamientos, y un hilo de luz rosado que colmaba su corazón, llegó a la cima del Gran Árbol

Se convirtió en un ser extraño. Una voz le decía: Hombre.

Pero... ¿Qué era?

Sintió algo grandioso y escuchó una voz que le decía:

 

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La escalinata

 

Lo que percibes es la nueva forma de tu próximo nacimiento en el mundo físico, pero todavía puedes permanecer un tiempo con tus semejantes y recordarles las leyendas, si así lo deseas. La sabiduría nunca puede desaparecer, de lo contrario una tronco de la VIDA, permanecería sin savia."

"Debes comprender que una hormiga ha debido vivir muchas experiencias y acumulado gran cantidad de datos para que, en un momento dado, pueda manipular un cuerpo tan enorme, siendo además rey de ese cuerpo constituido de millones de seres a los que también hay que llevar a estados más elevados."

Como prueba de que lo que estás soñando es verdad, tu cuerpo rejuvenecerá y sanará.

Ara no vaciló y contestó:

-Deseo permanecer con mis semejantes y ayudarles. Que la luz permanezca en mí y pueda mantenerla en su corazón.

Ara descendió y regresó a su cuerpo enfermo.

Se palpó. Estaba sana. Se sentía extraordinariamente fuerte y joven.

¡Era cierta la leyenda del Gran Árbol!

¡Y pensar que muchas veces había estado a punto de abandonar y olvidar!

Cuando descendió, ya no quedaba nadie de su familia ni de sus conocidos. Había transcurrido mucho más tiempo de lo que se había imaginado. Fue una hormiga sabia, salvadora y consciente. Abarcando su conciencia mucho más de lo que sus congéneres podían imaginar. Muchas hormigas avivaron las pequeñas chispas en sus corazones gracias a la enorme llama que ella les proporcionó. Muchas fueron las hormigas sanadas. En el mundo de las hormigas pasó a ser la mayor contadora de leyendas acerca del Gran Árbol, y de los seres gigantescos que habitaban en el universo. Nadie pudo imaginar hasta qué punto les hablaba de su futuro.

 

 

 

Texto e ilustraciones de Quintín García Muñoz

 

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