EL NACIMIENTO DE UN HADA
El jardín. Hada al fondo. Cuadro de la pintora y escritora mística chilena María Eliana Aguilera Hormazábal
Alexis caminó, sin apenas detenerse, durante innumerables días y noches buscando lo maravilloso y extraordinario.
Sus buenos pensamientos y deseos bendecían a todas y cada una de las plantas que quedaban a su paso.
En contadas ocasiones su cólera descargaba contra algunas molestas, puntiagudas e irientes zarzas, pero como caminaba siempre hacia adelante en ningún momento se paró a observar las cosecuencias de sus pensamientos.
No observó que algunas hierbecillas , agradecidas por las bendiciones recibidas, devenían en poderosos árbustos, y que por el contrario, algunos matorrales fuertes disminuían su tamaño hasta secarse.
Hablando claramente, no era totalmente consciente de sus pensamientos y de las consecuencias de éstos.
Y fue un buen dia, cuando se detuvo a descansar cerca de un cristalino riachuelo, en el que observó un extraño capullo perdido entre la maleza. Parecía desear ascender hacia la luz.
Mientras comía un poco de queso y pan, le dirigió una sonrisa. Lo veía tan delicado que enseguida se encariñó con él. Volvió su mirada hacia la serpenteante, refulgente y plateada agua que se perdía a lo lejos en el valle, y tras profundas inmersiones en los misterios de su mente, de nuevo retornó la mirada hacia el delicado capullo.
- Juraría que había crecido. -se dijo.
Volvió a sonreir amigablemente y se sumió de nuevo en sus intrincados y complicados pensamientos.
- ¡ Ahora si! - exclamó en voz alta
Ahora podía comprobar que el delicado brote había crecido en altura y grosor.
Su atención se centró intensamente para bendecir con enorme cariño a aquella tierna y futura flor. En el mismo instante, el crecimiento fué continuo. Una hermosa rosa blanca refulgía a los rayos del sol.
Alexis sabía perfectamente que un capullo tardaba como mínimo dos dias en llegar a deslumbrar con su belleza.
Así pues, se conoció a sí mismo, como el Jardinero. La hermosa rosa blanca le había otorgado un extraordinario don. El don de saber quíen era.
De esta historia hubo algo que no dijo nunca a nadie. De la delicada rosa, nació una diminuta forma, parecida a una niña. Aquel ser angelical voló hacia él y le dió un beso en la frente.
Alexis partió hacia el norte, y cuando llegó a las gélidos páramos, era capaz de ver en cada una de las escasas briznas de hierba, a diminutas niñas que le saludaban.
Jamás olvidó aquel beso, y cuando después de muchos años regresó por aquel camino, ya no vió una niña. Había una hermosa dama vestida de azul y blanco que cuidaba de aquella extensión de tierra cercana al riachuelo.
Se miraron a los ojos, se tomaron de las manos y comprendieron que uno sin el otro no habrían sido ellos mismos.
Ilustraciones: Maria Eliana Aguilera Hormazabal Autores:María Eliana Aguilera Hormazábal y Quintín García Muñoz
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