Vuelo
más allá de Fantasía
ESPACIO
LLENO (Cuadro de la mística chilena María Eliana Aguilera
Hormazábal)
En
el suave atardecer, cuando el sol aparece más dorado y sin saber
por qué invita a los espíritus a recogerse alegremente
en el corazón de Dios, Ingrid permanecía esperando a su
amado John. Unidos, estaban aprendiendo a vivir en otro mundo.
Ingrid cerró los ojos porque realmente no los necesitaba, o más
exactamente los dejó entornados cuando el amor de John la envolvió
.
El mago tocó su guatita para que se calmase y seguidamente los
cuerpos de luz de ambos se abrazaron tiernamente, mientras sus ojos
veían el discurrir del Universo. Sus frentes se tocaron, resplandeció
el Sol en ellas y cuando la luz de John entró completamente en
el cuerpo etéreo de Ingrid, las esferas de ambos giraron en direcciones
contrarias.
John la abrazó fuertemente y, como si sus cabezas se hubiesen
convertido en fuentes, brotó su esencia de color blanco que pronto
se trasmutó en materia traslúcida, para finalizar tomando
la forma de una esfera cristalina que girando lentamente, envolvió
en abrazo eterno.
Era su corazón, el lugar por el que más fuertemente se
unían y ello indicaría y determinaría la primera
parte del camino. En aquel mismo instante de intenso abrazo la materia
mental transparente se transformó en Linnsss, el ave de pluma
blanca y suave que se torna invisible. Los devitas también se
unieron y de la fusión de los corazones del hada y del mago surtió
una fuente de agua dorada, una cascada de amor.
John abrazó más estrechamente a Ingrid, si ello era posible,
hasta que ambos seres etéreos fueron uno solo. Linnsss era en
realidad su propia conciencia amorosa. La aparición de aquella
forma transparente indicaba que la cohesión se había establecido
indisolublemente. No había tres conciencias, sino una única
y exclusivamente.
LINNSSS
Acariciado
en su vuelo por los cálidos rayos de aquel estival atardecer
dorado, Linnsss arrivó a las danzarinas olas del océano
Pacífico . Abajo divisaron a los delfines y el Hada y el Mago,
o mejor dicho, su conciencia unificada, su abrazo eterno, se zambulló
suavemente bajo las vivificadoras aguas cálidas, siendo observados
por multitud de pececitos.
Linnsss, mayestático, se elevó hacia el Sol Dorado y dejando
atrás El Planeta Azul llegó hasta las primeras llamas
del Sol que se tornaron gigantescos devas que custodiando una inmensa
puerta.
- ¿Estaban en Sirio? –Preguntó Ingrid.
-No lo sé.-Respondió John- pero sea el lugar que sea,
nuestro amor nos ha traído hasta aquí.
Inmensos espacios, incluso ellos, estaban cubiertos de puntos dorados.
Las grandes llamas, los grandes seres dejaron paso a algo más
allá. El eterno abrazo evitaba las grandes cosas. Ellos iban
a donde su amor y sencillez les llevase y la oscuridad azul índigo
aterciopelada les envolvió. Su rumbo era su loto amoroso. Apareció
el símbolo de la barca y las velas con el corazón y tomaron
el barco que hacia tanto tiempo no utilizaban. Sin duda estaban siguiendo
senderos a través del espacio interestelar colmado de estrellas
lejanas.
Buscaban el anhelo de su corazón, el cual no aparentaba ser nada
concreto, sino algo abstracto. Se sentían colmados y plenos por
la libertad en sus frentes.
- Bendita libertad.
La libertad de dos seres y un mismo corazón. Debían de
ir muy deprisa y sin embargo parecían marchar lentamente. Los
azules del firmamento continuaban siendo índigos. John le preguntó
a Ingrid si quería continuar allá a donde el corazón
les guiase. Ahora recordaba que aquel lugar era el más lejano
que siempre habían visitado y John giró bruscamente el
timón (durante un segundo supo hacia donde se dirigían
y pensó que la idea no era de momento buena) hacia las montañas
nevadas a través del manto azul y dorado por el que volaban.
Ingrid estaba feliz. Se encontraba dentro de su corazón.
El azul índigo se extendía como una alfombra envolvente
ornamentada con rayos de oro. El océano esperaba a los navegantes
del espacio consciente. Junto a las rocas de una playa, dejaron el barco
y caminaron por la arena de aquel extraño lugar . Sin duda, no
estaban en este mundo pues todo permanecía envuelto en un “no
eléctrico azul índigo” y el resplandor del Sol era de
una debilidad extrema.
Un niño jugaba con la arena mientras paseaban, pero no le dijeron
nada y continuaron caminando. Ingrid y John anduvieron por aquella orilla
tranquila y plácidamente. No necesitaban decirse cosa alguna.
Únicamente se tomaban de la mano mientras sus corazones estaban
grabados en sus atuendos. Dejaron todo vestido, abandonaron todo cuerpo
e intentaron abarcar aquel espacio con su amor.
Sus formas concretas se transformaron en haces de luz blanca que en
ondulaciones se acariciaban una y otra vez. En el agua, en el aire,
en el fuego de las montañas, en las esponjosos substratos de
la tierra y en los refulgentes cristales de las inmensas oquedades de
la tierra.
Ingrid entró en un profundo sopor. Necesitaba reponerse de tanto
dolor físico. Se envolvió en el Ser de su amado John y
se durmió. Acurrucada en los brazos del joven llegaron volando
hasta la catarata de agua dorada. El mago mantuvo en sus brazos a Ingrid
dejando que el agua dorada colmase toda su figura.
-Como en el cuadro
-Sí, igual.
John dejó que su alma amada descansase y se repusiese, flotando
sobre las reparadoras aguas doradas. Acarició la dulce cara y
el lacio cuerpo del Hada, seguidamente la sumergió con delicadeza
en aquel lago dorado y besó sus mejillas.
Debían regresar ya a casa desde aquel lugar tan lejano y cercano
al mismo tiempo. A un lado, había una cueva y dentro de ella
seres de luz blanquecina. Si bien, hicieron caso omiso de la misma y
el Mago prosiguió su camino con su amada hada dormida en sus
brazos.
-Me siento como chorreando de polvo dorado
-Sí, es verdad, así te siento yo. Pesada como el oro.
Como en letargo.
El
lago de agua dorada revitalizadora (Cuadro de la pintora y escritora
mística M. ELIANA AGUILERA HORMAZÁBAL)
Salieron
de la caverna misteriosa y el Mago haciendo un enorme esfuerzo alzó
el vuelo con Ingrid en sus brazos. Era verdad, parecía que Ingrid
estaba colmada de agua de oro que ahora se iba escurriendo hacia el
espacio y conforme esa agua pesada se vertía, ella se sentía
progresivamente más liviana. Estaba despertando del profundo
sueño en el que había estado inmersa.
Nada quedaba del líquido dorado y ya volaban ligeros como el
viento, cuando divisaron La Tierra. Se alegró su corazón
pues retornaban a su hogar.
El azul claro del cielo, el blanco de las nubes vaporosas, el verde
de selvas frondosas, donde la vida bullía, y los animales corrían
en estampidas de un lado a otro. Nunca habían visto tantas gacelas,
leopardos, aves...
Y ellos eran cual águilas que envueltas en suave viento y henchidas
de vida, cruzaban a través de las cálidas sabanas hacia
los montes.
¡Era tan hermoso estar entre tal cantidad de seres!
Ingrid volaba exultante, entusiasmada, gozosa, plena de alegría.
Su vestido de tonos rosas y blancos se estiraban en una larga cola de
multicolores devitas. Ellos eran la vida de aquel mundo. Sus almas se
extendían a través del color verde de los árboles,
a través de junglas infinitas, de hojas gigantescas, de millones
de lianas. En realidad, Ingrid y John junto a sus compañeros
de camino, los devas, o seres de luz y electricidad, eran las lianas,
los árboles, las montañas y los lagos atiborrados de millones
de peces...
-y las flores
Sííí... millones de flores multicolores que se
extendían hasta no alcanzar la vista, hasta los más alejados
rincones de aquel mundo.
Extraído del cuadro El Jardín de
Eliana A. H.
Ingrid
y John estaban engalanados con un inmenso resplandor blanquecino. El
mago adornó con una flor el cabello de la joven y luego besó
dulcemente la frente de Ingrid.
Veloces, atravesaron cientos de árboles, sintiendo cómo
cada tronco rozaba sus cuerpos luminosos y entraron en una caverna donde
millones de diamantes cristalinos irradiaban millones de lucecitas intermitentes.
Regueros de agua se deslizaban entre las rendijas de los inmensos peñascos
que después se vertían sus en profundos abismos sin fin.
La Vida era como una diadema por la que volaban intrépidos.
Por fin salieron vertiginosamente en dirección hacia un imponente
chorro de luz azul que brotaba del corazón del planeta y ascendía
hacia algún lugar lejano en el espacio. Se bañaron en
él y treparon ondulada y vertiginosamente por aquella corriente
de vida azulada.
Viajaban por caminos blanquecinos a inmensas velocidades, que en un
momento determinado retornaba al inmenso océano hacia la que
se lanzaron cayendo en picado para terminar zambulléndose en
sus aguas amorosas. Se habían trasmutado en nuevos seres vibrantes
y vitales.
De nuevo se habían transformado en niños. Eran Piernitas
y Rodillitas que galopaban raudos y veloces por el sendero que llevaba
al jardín. Corrían y corrían felices y alegres.
El niño no alcanzaba a Piernitas Largas. Reían felices;
sin principio ni fin. Aquellas risitas nunca terminarían. Las
águilas blancas protectoras les acompañaban, observándoles
desde el cielo.
Los niños nunca más desaparecerían. Les restaba
todavía un millón de vidas por delante.
Por fin, Rodillitas Delgadas alcanzó a Piernitas Largas, la miró,
cerró los ojos y besó la mejilla a la niña. Después
Piernitas abrazó con inmenso cariño y tocó con
la puntita de su nariz la de Rodillitas.
-Vamos -dijo por fin Piernitas acercando su mano a la de Rodillitas-
Mi mamá nos aguarda con chocolate para merendar.
El niño que creía flotar en una inmensa nube rosa, acercó
su manita a la de su alma inmaculada. Ella la tomó y regresaron
por el sendero que discurre entre hermosos alerces y jacarandas.
El
jardín de la montaña (E.A.H)
Ilustraciones:
Maria
Eliana Aguilera Hormazabal
Autores
del texto:
María
Eliana Aguilera Hormazábal y
Quintín
García Muñoz