Lola  la gitanilla de Los Andes

 

  -Por favor, cuéntanos un cuento- le pidieron sus dos nietas más pequeñas.

     -De acuerdo-respondió el abuelo sonriendo a las niñas  que para él eran las más maravillosas del mundo.

     Ocurrió hace mucho tiempo en un pueblecito de Chile llamado Los Andes. José un muchacho de unos catorce años de edad salía de la escuela bromeando con sus amigos cuando justo en la misma puerta del colegio, una gitanilla que caminaba descalza y extrañamente rubia y de ojos azules le pidió una moneda.

     -Fuera de aquí gitana. Vete con los tuyos-le gritaron los chavales.

     -Dejadla tranquila-dijo José.

     -¿Estas loco? ¿No ves que es una gitana y en cualquier momento te engañará?

     La niña de unos doce años dio la vuelta, simplemente acostumbrada a un trato tan duro. Y José haciendo caso omiso a sus compañeros avanzó hasta alcanzar a la gitanilla.

     -Toma. Un peso. Es todo lo que tengo.

     -Mil gracias.

     -Si quieres, mañana a la salida del colegio te invito a un helado-continuó el estudiante sorprendiéndose a sí mismo por tal propuesta.

     -No. No es necesario.

     -Por favor. Ven mañana. Que te invitaré.

     -Ya veré-contestó la pequeña.

     -¿Cómo te llamas? Le preguntó cuando la niña ya se marchaba.

     -Lola.

     -Hasta mañana Lola.

     Todo había sido tan rápido que justo cuando vio partir a la gitanilla descalza y tan sucia, por un segundo, dudó si había hecho lo correcto. Pero, su corazón parecía un tambor a punto de salirse del pecho. Aquella noche se despertó varias veces con sueños terribles de gitanos, en los que le cogían y le ataban a un árbol, para sacarle la sangre, como había escuchado alguna vez a su abuela.

     -¡Oh! exclamaron las pequeñas. ¡Qué miedo!

     -Ja Ja Ja. Sonrió el abuelo y continuó.

     Al día siguiente Lola esperó a José en la puerta del colegio. Éste esperó a que sus amigos se hubiesen marchado para salir él. Así no se burlarían de nuevo de la muchacha.

     En el mismo momento que José contempló de nuevo a la gitanilla, el corazón amenazaba de nuevo con escaparse. Se acercó a ella.

     -Hola José ¿Qué tal estás?

     -Hola Lola ¡Qué ganas tenía de verte!

     -Yo también- contestó la gitanilla mirándole con aquellos ojos de ángel.

     -Has venido con zapatos.

     -Sí. Deseaba estar guapa para ti.

     José quedó embobado por su pelo rubio, y mientras la miraba, ella le cogió de la mano y se fueron hacia la plaza principal. Allí en un carrito de helados, compró dos muy grandes y se fueron caminando.

      -¿A dónde vamos? –le preguntó ella

      -Mira. Vamos a ir a las afueras del pueblo. Detrás de la tapia del cementerio, que allí hay unos bancos y apenas viene nadie.

      -De acuerdo, dijo la chica.

      Existen días hermosos, días bellos y días radiantes. Y como estos últimos fueron los treinta días seguidos de aquel mes de  Octubre, en el que los dos enamorados miraban hacia Los Andes que mostraban todavía ciertos picos nevados.

      Todos los días sin excepción. José robó una rosa roja del jardín del ayuntamiento para entregársela a su amada Lola. Todos los días ella, le dio el beso más maravilloso jamás imaginado en la frente de Jose. Todos los días se prometieron amor eterno, como algo natural y espontáneo.

       Y fue el uno de Noviembre cuando la primavera austral llevaba ya mes y medio el día  que la gitanilla no apareció en el banco del cementerio.

        José no lo podía creer. Era como si el mundo se le hubiese caído encima. Allí esperó durante las dos horas que solían estar y no pudiendo resistirlo más fue a la otra punta de la ciudad donde estaban las caravanas de los gitanos.  No había ni rastro de ellos.

        Un millón de lágrimas tal vez sea mucho pues ¿quién las ha contado alguna vez?  pero si fueron menos, fue porque las fuentes de donde brotaban se secaron.

        Como un muerto viviente acudió durante varios meses a la puerta del cementerio, y se sentaba allí en el banco esperándola de nuevo. Era como si de aquella forma estuviese con su amor eterno.

         Vino el frío y las clases y no tuvo tiempo para ir al banco. Y pasaron los años con infinita tristeza en su corazón, hasta que por fin de alguna forma lo olvidó y comenzó a salir con sus amigos y a conocer a nuevas chicas.  Se casó y tuvo dos hijas, pero ya no supo nunca nada más de Lola.  

          El uno de noviembre, el día de todos los santos acudió a rezar por el alma de su esposa fallecida hacía dos años, se sentó en el banco junto a la tapia del cementerio y miró a Los Andes con lágrimas en los ojos.

             -Disculpe señor-le dijo con voz suave una bella mujer.

             -Sí dígame

             -¿Está usted bien?

             -Sí-contestó José secándose las lágrimas.

             -Le entiendo. Todos lloramos a nuestros seres queridos que ya no están con nosotros.

            -Sí. Es cierto. Pero yo, ya he perdido a las dos mujeres que más he amado en la vida.

            -Lo siento.

            -La primera, fue cuando tenía apenas quince años. Todavía quiero a aquella niña de ojos azules y cabello dorado. La segunda, mi amada esposa y madre de mis hijas, fallecida recientemente. La verdad, me pregunto si merece la pena vivir.

             -¿Tan joven murió aquella niña?

           -No. Ella no murió pero desapareció. Era gitana, y ya sabe. Los gitanos un día están en un lugar y al siguiente en otro lado.

            -Tal vez ella no pudo volver a verle –sugirió la dama.

            -Sí eso debió de ser, pues nos amábamos profundamente.

           -Quizás ella se escapó varias veces de sus padres y al final la tuvieron que encadenar a la caravana.

           -Tiene razón. Los gitanos no permitirían que una de su raza amase a un paisano.

           -Fíjese. Hasta me atrevería a suponer que la debieron de casar con algún gitano de mucha más edad que ella.

           Aquellas palabras le comenzaban a sonar tan extrañas que José miró más detenidamente a su interlocutora. En ese momento ella le puso una rosa  roja en un ojal de la camisa.

             -No puedes ser tú. Lola- alzó un tanto la voz quebrada José por una incipiente lágrima.

             -Sí mi amor. Sí puede ser.

             -Es imposible.

             -No.  Todo es posible en la vida

             -¡Te eché tanto de menos!

             -¡Yo también!

            -A veces pensaba que habías dejado de amarme. A veces creía que no pudiste volver.

             -Sí así fue, continuó Lola- Justo el día que me dijo mi padre que nos marchábamos de Los Andes, le dije que debía ir al pueblo. Y el me dijo:

               -¿Crees que no sé que sales con un paisano? Olvídale.

    -No. Tengo que ir a verle.

    -He dicho que no vas, y no irás. Me amenazó y después me golpeó en la cara con su mano férrea.

        Al día siguiente pernoctamos en San Felipe. Al atardecer cogí un hatillo y me escapé, pero cuando apenas  llevaba dos kilómetros, mi padre me cogió y después de darme diez azotes con un mimbre me ató a la caravana. Durante casi un mes solo deseé morirme y más cuando me dijo que estaba  prometida a un gitano rico de Valparaíso  de cincuenta años.

 

 

¡Dios mío!–exclamó José- ¡ Cuanto debiste de sufrir!

 

             -Sí. Menos mal que a los diez años de casada,  él murió y quedé libre –respondió Lola- volví a buscarte Los Andes, y mi corazón se estremeció cuando te vi paseando por la plaza de las armas en compañía de tu esposa e hijas. Destrozada y sollozando me fui a Santiago. Con el dinero que tenía, me instalé por mi cuenta y renegué para siempre de algunas costumbres gitanas que tanto daño me habían causado. Hoy he venido a visitar la tumba de mi madre, y cuando te he visto sentado en el banco, mi corazón ha saltado como cuando éramos jóvenes.

               José  la tomó de las manos, la miró y ya nunca más se separaron.

                 Colorín colorado este cuento se ha acabado.

                 -Abuelo, ¡qué bello cuento! -dijeron las pequeñas.

               -Niñas a merendar. Os he preparado pan y chocolate.

                Mientras  se iban a la cocina, una hermosa señora que irradiaba  paz, besó al abuelo y le miró con infinita dulzura.

            -¿Crees que la nuestra es una bella historia de amor, José?

            -Si mi gitanilla. Estoy seguro de que sí que lo es.

FIN

 

 

Autores:María Eliana Aguilera Hormazábal

y Quintín García Muñoz

 

 

A La Cueva de los Cuentos

 

 

 

 

 

 

 

PAGINA WEB DEL MAESTRO TIBETANO Y ALICE ANN BAILEY

 

 

 

 

 

 

REVISTA ALCORAC

 

 

 

REVISTA  NIVEL 2   EN FACEBOOK

 

 

 





Descargas gratuitas

 


SarSas

 

 

EL CAMINO DEL MAGO

(Salvador Navarro-Quintín)

 


Ensayo

 




 

Poesía

 

Atrapando la luz




 

Novela

 



De amor y de odio

 

 

 

En formato de guión


 

 

JUVENILES y BIOGRÁFICAS




 

 


REVISTA NIVEL 2 NÚM 25 DIC. 2020

 

 

 


























Contacto con el  diseñador:

 

orbisalbum@gmail.com