EL ÁRBOL DEL AMOR

 

la cueva de los cuentos

 

 

 

En un parque había un inmenso y frondoso árbol. Muchas personas lo contemplaban y disfrutaban de su fuerte tronco y sus innumerables ramas que probablemente cubrían un espacio de doscientos metros cuadrados. Pero nadie supo nunca de su misterioso pasado, excepto Ana, una mujercita de dieciseis años.

Ana tenía una cualidad especial. Entndía el lenguaje de los árboles, o más bien escuchaba el sonido ululante, cálido y envolvente que como notas musicales llegaban hasta sus oídos. Nada podía decir de aquello, pues la habrían tratado como a una pequeña loquita. Pero ella, muchos días caminaba por el parque y durante largos minutos escuchaba la canción del mayestático árbol.

Un día de primavera, cuando el árbol lucía esplendoroso sus flores rosadas, Ana deseó abrazarlo con todo su corazón. Se acercó hasta su inmenso tronco, y a los pocos segundos de poner sus delgados brazos sobre la corteza del gigantesco árbol, ocurrió algo extraño.

El árbol se abrió y envolvió en una cálida y aterciopelada oscuridad a la mujercita. Se sintió acogida y arrullada por un cariño que no había conocido nunca, y que durante los largos días de su corta vida había añorado.

Se encontró en un lugar muy extraño donde era de noche y las estrellas titilaban extraordinariamente brillantes sobre unas enormes montañas. No había salido de su estupor cuando por un camino se acercó un hombre joven andando.

-Por favor, ¿me puede decir dónde estoy? -le preguntó Ana.

-¿No lo sabes?

-No. Yo estaba abrazando un árbol, y de pronto me he encontrado aquí.

-Tu amor por el árbol ha hecho que puedas entrar con tu mente en su corazón.

-¿Y tú quién eres?

-Si tienes unos minutos, te contaré mi historia.

-De acuerdo- respondió Ana, tal vez un poco preocupada porque no sabía cómo saldría de aquel lugar, aunque se encontraba maravillosamente bien.

-Hace muchos, muchos años yo era un hombre afortunado. Tenía todo lo que se podía desear. Tierras, hijos, esposa y varios sirvientes. Las cosechas eran abundantes y la felicidad colmaba tanto mi corazón como el de mi familia. Mi esposa era muy muy bella. Y yo la consideraba como mi más preciado tesoro. Tanto que para no perderla le prohibí que no se reuniese con sus amigas, pues algunas veces hablaban de jóvenes y aquello me parecía que sería un inmenso peligro, y podría perderla.

Y aquella prohibición que fue aceptada por mi esposa, hizo que su inmensa alegría se fuese apagando hasta convertirse en una persona melancólica. Nuestro amor se fue desvaneciendo. Ello me enojó enormemente y me transmuté en una persona arisca, suspicaz y desagradable, hasta el punto de convertir las relaciones con mis hijos y mis sirvientes excesivamente duras. Y las disputas con todos me llevaron a secarme y ser incapaz de amar.

Entonces, yo no lo veía así, sino que creía que los demás eran los que habían cambiado y se comportaban conmigo como no me merecía. Pero la realidad era, y ahora lo he aprendido, que ellos eran el reflejo de mi trato injusto y duro para con ellos.

Les causé enorme dolor. Y cuando yacía en el lecho de mi muerte, se acercó un hombre que no había visto nunca y me dirigió unas terribles y duras palabras.

-Te convertirás en árbol. De esa forma verás cómo la gente se ama y se quiere. Podrás observar el comportamiento de los humanos y podrás comprobar cuán equivocado estás en este momento. Y serás un árbol hasta que alguien sienta tu amor.

Y así fue. Ya son quinientos años los que he permanecido encerrado en este árbol. A lo largo de tan largo tiempo, han se han arrullado miles de enamorados bajo mis ramas. Y he comprobado como unos seguían adelante en su amor y otros no. Y me he visto reflejado muchas veces en algunos seres egoístas y que deseaban mantener todo bajo su mando y a su disposición. Y he observado como el afán de excesiva posesión es la forma más segura de perder lo que más se codicia.

Un día te vi e intuí que tú eras mi salvación. Así es que canté al viento para que me pudieses escuchar. Cuando has entrado con tu mente en mi corazón me has salvado. Y ahora la maldición terminará.

 

Ana se acercó a aquel joven y le abrazó con todas sus fuerzas. Le besó en las lágrimas que rodaban por la cara y en ese preciso instante se terminó aquel viaje al corazón del árbol.

Mientras contemplaba su frondosas y exuberantes ramas, el enorme tronco tomó un hermoso color rosado, después todo el árbol se tornó dorado y por fin se secó.

Todo el mundo pensó que había sido una tragedia para el parque. Pero Ana supo que en realidad había sido una bendición y una liberación hacia el verdadero amor.

 

Texto e ilustraciones de Quintín García Muñoz

 

 

 

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