EL CUENTO DE LA CUEVA DE LOS LIBROS Escrito e ilustrado por Salvador Navarro Zamorano y Quintín García Muñoz |
En un pueblecito de apenas trescientos habitantes ocurrió algo parecido a un sueño, y que para muchos llegó a ser una leyenda con el transcurso del tiempo. Aquel día comenzaba la primavera, y el profesor propuso a sus alumnos salir al campo. Hacer una excursión hasta el bosque de los robles centenarios.
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La cueva de los libros. Lámina 3
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Cuando más distraídos estaban los chavales, un viento huracanado de tormenta, que provenía del otro lado de las montañas, arremetió contra los formidables y frondosos árboles. Las oscuras nubes descargaron gruesas gotas de lluvia, cuando apenas llevaban diez minutos andando de regreso a casa. Habían sido sorprendidos por la inusitada rapidez del temporal.
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La cueva de los libros. Lámina 13.
Sin embargo fue una niña, que gustaba de leer libros de aventuras, quien intuyó que debía existir un punto con un muelle, donde presionando con el dedo se abriese. Y así fue. El profesor pulsó el resorte disimulado en una cavidad de la roca, y la misteriosa puerta se desplazó hacia un lado. Colocaron una gran piedra apoyada en la puerta para que no se cerrase, y con una tea encendida descendieron por una escalera de granito.
Todo estaba perfectamente conservado. No habiendo ni una mota de polvo. |
La cueva de los libros. Lámina 5 |
- No toquéis nada - advirtió el profesor- quien con sumo cuidado ojeó uno de los libros. Estaban escritos con signos incomprensibles y hechos de un material extraño, como si fuese de láminas de metal extraordinariamente delgadas. Ningún niño se atrevió a desobedecer a su profesor.
El
profesor estaba confuso, pues no es tan sencillo leer en el corazón
de las personas sino cuando los hechos delatan sus sentimientos, y
todos los interesados en la biblioteca de la cueva aparentaban ser
eruditos, arqueólogos y gente de gran caballerosidad. Por otro lado, se había intentado que algunos conocedores de la zona, incluso acompañados de los niños que habían estado en la cueva, encontraran la casa y la cueva. Pero de esta última no habían hallado ni rastro. El tiempo transcurría y el profesor no recibía noticias del Ministerio. |
La cueva de los libros. Lámina 7 |
Así que, acosado por periodistas y eruditos, tomó la decisión de conducirles él mismo hasta aquel lugar. Entristecido por la respuesta de sus superiores, o más bien por la evasiva, partió hacia la casa. Cuando
llegaron, los bondadosos y altruistas acompañantes mostraron
un gran enfado:
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La cueva de los libros. Lámina 14.
Pero
la realidad para Andrés era muy distinta. Tenía en sus
manos la prueba de que todo lo ocurrido había sido muy real.
Aquel librito le había dado muchos quebraderos de cabeza, pero
no por ello se cansaba de mirar y repasar sus signos. Algo extrañamente
maravilloso le atraía del manuscrito, y muchos días se
dormía con el librito entre sus manos. |
Siguió estudiando los grabados, pero todo seguía careciendo de significado. Estando en esta etapa y cuando tenía aproximadamente doce años de edad le ocurrió algo muy curioso. Miraba un grabado, y por su cerebro, de manera muy rápida, desfilaban mil imágenes. En ellas veía - lo que comprendió más tarde - la evolución de nuestro universo, como si fuese un cuento inventado por el mismo. Dudaba si era cierto que lo había visto o simplemente era imaginación. Sólo el hambre conoce el pan. Porque a veces surge una pregunta curiosa:
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La cueva de los libros. Lámina 16
Fuera como fuese, adquirió la facultad de visualizar cientos de escenas en un desarrollo lógico a partir de un simple grabado. Adquirió muchos conocimientos y no se conformó, sino que practicó lo estudiado, y llegó a confirmar algunas teorías filosóficas.
Puesto que conocía el origen real del fuego y el efecto de los incendios, compuso una melodía cuyas vibraciones detenían el avance de una llama, siendo esta una aportación muy importante, pues los incendios amenazaban con asolar muchos bosques.
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La cueva de los libros. Lámina 10
Con otro canto compuesto de ritmo y vibración, podía atraer la lluvia benéfica para las sedientas plantas. Pero lo más notable, creemos nosotros, fue la creación de una música silenciosa compuesta de ultrasonidos que, entonada a determinadas horas, permitía contemplar a través de las cortinas de la ilusión en que vivimos los humanos, apareciendo el mundo de los espíritus y la belleza del cielo. Los humanos, tan vapuleados a través del tiempo, por la duda en otra vida después de la muerte física, comenzarían a comprender los misterios que les rodeaban y la relación entre ellos y los demás seres.
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La cueva de los libros. Lámina 11
Era el músico prodigioso que llena con su ritmo personal, grave y sonoro toda la vida secreta de los paisajes interiores, dando a las soledades vírgenes del alma humana el esplendor musical de una gran sinfonía, sonando bajo los cielos de estrellas.
La paz del lugar se adueñó de él. Después de observar la biblioteca detenidamente, volvió a colocar el librito en su sitio. La esfera blanca aumentó su luminosidad hasta envolverle. |
La cueva de los libros. Lámina 15.
Su cuerpo se hizo ligero, el velo que separaba el mundo físico-denso del espiritual se abrió, y fue recibido con el amor que se da a un recién nacido. Era su segundo nacimiento.
FIN
Cuento editado en el libro Cuentos de Almas y Amor por D. Salvador Navarro Zamorano
y Quintín García Muñoz
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(Una novela de Xavier Penelas, Juan Ramón González Ortiz y Quintín García Muñoz)
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