EL CUENTO DEL ANCIANO Y EL PUEBLO
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Hace muchos, muchos años, tal vez más de tres mil, algunos seres de otros mundos ayudaban a los hombres en su difícil desarrollo, a través de las brumas de la inconsciencia. Les enseñaban cosas muy útiles para su existencia, y otras aparentemente menos útiles, aunque muy esenciales en el futuro, como el lenguaje, el empleo de los números, o el arte de la pintura, la música y la poesía. A veces bajaban a la tierra disfrazados de forma humana para observar sus acciones, pues los hombres, nos dicen los historiadores, siempre hemos sido bastante traviesos, y a veces hemos tenido que ser reprendidos para nuestro propio bien. Y aquí empieza nuestra leyenda. Tal vez parecida a las que nos contaban cuando estudiábamos la cultura griega y mitología. Uno de los excelsos seres tomó la forma de un anciano pordiosero, y se puso a caminar por un sendero polvoriento.
En el camino había dos hombres hablando; el anciano les interrumpió amablemente para preguntarles si faltaba mucho para llegar al próximo pueblo. Éstos, con desprecio a sus pobres vestiduras, le contestaron de malas maneras que no les molestase y que lo averiguase por él mismo. El divino ser sintió un hondo pesar, y siguió adelante hasta encontrándose con un grupo de mujeres que llevaban en la cabeza unos cántaros de agua. Les pidió una poquita pues estaba sediento. Éstas que estaban criticando a una vecina, le contestaron, que fuese él a por ella, ya que la fuente estaba muy lejos y sus buenos sudores les había costado. De nuevo aquel semidiós continuó la caminata y por fin llegó a la aldea donde encontró a unos niños jugando. Les preguntó qué pueblo era aquel. Éstos muy groseramente se fijaron en él y viendo sus andrajosas ropas, su cara cubierta de polvo, le hicieron la burla y le tiraron varias piedras.
El anciano se marchó del pueblo. Ya había visto bastante. A cada paso que se alejaba, los habitantes de aquella aldea iban convirtiéndose en piedra. Primero las piernas, luego las manos y los brazos; después la cabeza y por último el corazón. El pueblo quedó como si fuese la obra de una artista consumado. Se le escaparon numerosas lágrimas, que no merecían aquellos bárbaros, y cuando tocaron el polvo del camino se convirtieron en pepitas de oro.
El sabio se sintió muy cansado y se recostó bajo un frondoso árbol. Una familia compuesta de padre,madre,niña y niño vio a aquel pordiosero. Les dio pena. Vieron además que en una rama del árbol se había posado un cuervo negro, y pensaron que podía dañarle los ojos si el animal hacía espacio en su intestino.
Los niños obedecieron a su padres; la niña por su cuenta, dio un beso en la frente de aquel hombre. Al instante, el sabio despertó y se puso en pie. Sus vestidos andrajosos transmutaron en hermosa túnica blanca y azul, y su rostro rejuveneció. Tomando a la niña en sus brazos la llevó hasta sus padres diciéndoles:
Continuó caminando hasta que desapareció por donde el Sol se ponía.
Texto e ilustraciones:Quintín García Muñoz |
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(Una novela de Xavier Penelas, Juan Ramón González Ortiz y Quintín García Muñoz)
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