Lucilda

Extraña historia encontrada en un viejo papel

 

 

 

la cueva de los cuentos

 

 

Querido amigo lector:

Hace unos años me gustaba recorrer las casas abandonadas del Pirineo. Encontré pequeños objetos desgastados por el tiempo y que en verdad el único valor que tenían era el servir como recuerdo de mis aventuras de juventud. Sinceramente, ahora ya no lo hago y todavía me recrimino a mí mismo por ser tan impulsivo, ignorante e irreflexivo. Pero como dicen, la adolescencia es una enfermedad que todos tenemos que pasar.

 

Cerca de Benasque había una antigua casa de labranza, una borda. Apenas quedaban cinco travesaños de madera, a cual más carcomido, caídos sobre los cascotes enmohecidos.

 

En un rincón había una herrumbrosa caja de metal, y dentro de ella la imagen de una mujer. Se la veía feliz. Y lo que más se destacaba de aquel recuerdo eran los grandes ojos verdosos. Su cabello era totalmente oscuro y terminaba en tirabuzones que cubrían gran parte de sus hombros.

 

En la parte posterior, había una borrosa inscripción.

 

lucilda

"A pesar de todo, siempre te amaré Lucilda"

 

Envolviendo la fotografía y sujeta con una delgada cuerdecita, había una hoja de cuaderno, escrita por su anverso y por su reverso.

 

Me costó un tiempo descifrarlo porque algunas palabras estaban borrosas, pero la historia decía así:

 

Mi hermano Miguel y yo, Jesús, éramos solteros. Habíamos trabajado desde niños, y la vida había transcurrido relativamente feliz con nuestros padres. Sin darnos cuenta, nos habíamos hecho unos hombres y nuestros padres se habían convertido en unos ancianos que hacía ya cinco años habían partido hacia el otro mundo.

 

Un extraño día de verano apareció por el camino que venía de Benasque una bella joven. Ambos nos quedamos embelesados contemplándola, pero Miguel, que eran cinco años más joven que yo, fue quien verdaderamente se enamoró, y al final se casó.

 

Verdaderamente nunca había conocido una mujer más cariñosa, amable, bondadosa y servicial. Sinceramente pensaba que a mi hermano le había sonreído la fortuna.

 

Pasaron trescientos sesenta y cinco días desde que la habíamos conocido, y todo parecía transcurrir perfectamente... hasta la noche que hacía el día 366 de aquel año bisiesto.

 

Desde la habitación que estaba al otro lado del pasillo escuché unos gritos de socorro. Era la voz de mi hermano.

 

Me levanté a toda velocidad, abrí la puerta de su dormitorio y me quedé helado durante dos o tres interminables segundos ante lo que estaba contemplando.

Una enorme serpiente había cogido a Miguel por la pierna derecha y lo estaba arrastrando desde el lecho hacia el suelo. La cara de mi hermano estaba desencajada y con sus brazos intentaba agarrarse a los barrotes del cabecero.

 

Por fin reaccioné. De la cocina cogí el palo de la fregona y me acerqué hasta aquel gigantesco ofidio. Le pegué unos golpes en la cabeza pero no soltaba la pierna de Miguel. Creo que de una manera automática e inconsciente le metí el mango por un ojo y entonces la enorme serpiente soltó la presa y retirándose salió a toda velocidad por una puerta entreabierta que daba al jardín de la casa.

 

-Hay que buscarla, se ha tragado a Lucilda -gritó mi hermano desesperado y saliendo del dormitorio persiguiendo a la serpiente.

-Eso no puede ser -contesté pensando que Miguel desvariaba.

 

Mi hermano alcanzó a coger una horca del corral y ambos proseguimos tras el enorme ofidio.

 

Miguel consiguió rasgar la cola de la serpiente. En aquel mismo instante giró su cabeza y nos detuvimos en seco. Juraría que sonrió y vomitó a Lucilda, inconsciente y anegada de jugos gástricos...

Pero... había algo todavía nos dejó más atónitos. Más de la mitad del cuerpo de Lucilda se había convertido en serpiente.

 

La verdad, no sabíamos qué hacer. En medio del camino yacía la esposa de mi hermano.

 

Miguel se acercó, la tomó con sus brazos con enorme amor y la llevó de nuevo a la casa. A los pocos minutos Lucilda murió.

 

A la mañana siguiente decidimos enterrarla en una loma, la más alta de nuestra finca, y dijimos, cuando nos preguntaron, que Lucilda se había marchado. A nadie le pareció extraño. Todos pensaron que una mujer tan bella no podría resistir la vida aislada de campo, y menos con unos zafios labriegos como nosotros.

lucilda

Lucilda es dejada por Miguel en una loma cercana a sus campos.

 

Durante un tiempo tuve que curar a Miguel de un agujero que le había propinado la serpiente en el muslo exterior de la pierna izquierda.

Sé perfectamente que no te vas a creer esta historia, que puede pasar con toda probabilidad al repertorio de un cuentacuentos. Pero el mundo es mucho más misterioso de lo que podamos imaginar, y algunas serpientes surgen de la oscuridad, envuelven a sus víctimas mientras duermen y las convierten en parte de ellas mismas.

 

 

 

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