Narraciones Fantásticas

Hacia el universo interno y subjetivo

El aprendiz de mago (23)

 

 



...El día es luminoso. Un viento agradable y un sol radiante hacen que el paseo sea muy positivo. Antes he estado leyendo sobre La Gran Invocación. Trataba extensamente sobre ese Mantram, e incluso decía que no había un solo día que Cristo, tenido también en otros lugares no cristianos como el máximo exponente del Amor Cósmico, y el primero de la actual Ronda que había llegado tan inmensamente lejos en la Conciencia del Logos Planetario.


La meditación sobre la Gran Invocación, creo que me ha elevado así es que aprovecharé para la construcción mental.

Respiro profundamente a la vez que trazo una línea que atraviesa justo a la altura del esternón y pasa por el centro entre los omóplatos, es decir el centro cardíaco. Es refrescante y agradable.

La línea de energía forma múltiples signos del infinito que pasa y repasan el centro de mi corazón etérico. Elevo hacia veinticinco centímetros por encima de la coronilla donde se encuentra, según dicen, y según experimento sensaciones, el loto egóico o cuerpo del Alma.

Cada linea va acompañada con la respiración. Ahora ya sé construir figuras geométricas a la vez que aprovecho tanto la inspiración como la expiración. Las elipses forman pétalos muy grandes. A veces el círculo no se pasa que trazo mentalmente se extiende muy lejos. Ahora sé lo que estoy haciendo. Estoy trazando las líneas maestras que atraen la energía y que además forman el cuerpo de Luz.


Sé, además, que estoy cualificando esa estructura mental-astral-etérica de la cualidad de armonía, que sin duda alguna viene del plano búdico. Expresándolo de otra forma. Me siento envuelto por paz y belleza.

Es el inmarcesible resplandor de la luz del alma que se vierte acompasadamente con las respiraciones armónicas. Trazo espirales que ascienden hacia el lugar donde reside el Padre en los Cielos o Mónada. Trazo a la altura de cincuenta centímetros un triangulo y luego una estrella de cinco puntas rodeada por un círculo. Sé que describir esto no significa nada para quien no ha tenido la suerte de poder utilizar la mente como una herramienta que maneja energía. Pero es por ello, para que si alguien lee estas líneas, pueda indicarle algo del camino que cada ser humano tiene delante de sí.

Para que pueda comprender que la evolución espiritual no es solamente devoción, sino que existe un camino científico de construcción mental y contacto con otra realidad. Ahora visualizo la Puerta de Marfil, o lugar donde el Maestro Tibetano indicaba a sus discípulos, hace ochenta años, el lugar de reunión. No importa la distancia en el tiempo, pues en el mundo del espíritu ya nada es de la misma forma. Es casi seguro que en este preciso instante de cualquier parte del mundo, de cualquier continente, habrá allí alguien.

Al igual que yo, hay miles de seres humanos que continuamente pasan hacia el mundo mental tanto conscientemente como inconscientemente en la noche. Se abre lentamente la Puerta de Marfil. Y visualizo que hay un círculo de personas alrededor de la luz a cuyo fulgor ellos contribuyen desde hace tiempo con su propia luz.

No es el Yo, sino el Nosotros, lo que ahora existe. Y visualizo que una línea circular atraviesa a cada uno de esos cuerpos mentales que permanecen de pie.

No tengo, realmente pruebas de que mi proyección mental haya funcionado, sino es porque deduzco que si soy capaz de crear una figura de luz, de la misma forma esta visualización está en aquel espacio en el Corazón del Logos Planetario.

Y si bien, no diferencio entre lo que es real e imaginario, ello no importa de momento. En mi camino me avalan dos ideas: una que en todas las religiones, así como en múltiples tratados esotéricos, se menciona el cuerpo de luz, y la segunda que ahora cuando se produce una conjunción tan hermosa dentro del corazón de un hombre, desciende a él una luz que hace que brille durante un tiempo, hasta que habiendo repartido su tesoro gracias a sus relaciones humanas, de nuevo regresa a la fuente de la que extrajo esa Agua de Vida...

Texto e ilustraciones de Quintín García Muñoz

 

 

   

 

 

 

   

 

 

Revista Alcorac

 

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