La Leyenda de Flor de Nieve

la cueva de los cuentos

Edelweiss- Flor de nieve

 

 En busca de Lucía.-

Sobre los cantos rodados de la calle principal de Benás (Benasque) se escuchaban los intermitentes chasquidos del herraje de un caballo. Su sonido se confundía con el repiqueteo de  las gotas de lluvia y los truenos, mientras los serpenteantes relámpagos iluminaban esporádicamente las oscuras y amenazantes nubes.

Dos fuertes golpes de  aldaba  despertaron a la comadrona del sopor vespertino. Era el primer día de verano del año 800.

-¡Lucía! ¡Baje por favor! Necesito su ayuda urgentemente - gritó Jacques,  soldado  a las órdenes de Guillermo I, conde de Tolosa y primo del todopoderoso Carlomagno.

 

www.lacuevadeloscuentos.es

Caballo en la calle

 

 

 

- ¡Ya va! - se escuchó desde el fondo.

Solamente habían transcurrido uno o dos minutos, pero al caballero  se le hicieron interminables.

         - ¿Qué ocurre  Jacques? -  preguntó la comadrona-

         - Emilia... que ya va a dar a luz.

- Creíamos que todavía faltaba un mes

- Si, pero parece que se ha anticipado.

- No importa. A veces es mejor que los niños vengan pronto, así nacen más fácilmente. Entre  por favor, solamente es un momento.

- Gracias.

Soldado y caballo  se cobijaron bajo un pequeño porche. El agua de los tejados se precipitaba con gran fuerza  y luego descendía a enorme velocidad por la  parte central de la calle, recubierta de anchas losas de piedra que formaban un canalillo.

- Ya estoy lista - dijo la comadrona.

Jacques acomodó a Lucía en el caballo y ambos partieron al galope hacia Ansils. Afortunadamente, la tormenta cesó tan rápidamente como había llegado, y un luminoso color verde esmeralda  envolvió la última parte del camino que desembocaba en las únicas tres casas de la incipiente aldea. Una joven sirvienta ayudó a bajar a Lucía y ambas entraron apresuradamente en la casa de robustas piedras y fuertes maderas.

- Usted quédese fuera - gritó Lucía a Jacques.

- El hombretón lo agradeció. Los temas particulares de las mujeres le hacían temblar las rodillas. Él estaba hecho para la guerra y el mando, lo otro...era demasiado para él.

Y mientras las mujeres presenciaban aquel difícil y a la vez hermoso momento, los hombres hablaban de algunas tonterías para disimular el nerviosismo que se apoderaba de Jacques.    

 - ¿No crees que tardan mucho? -preguntaba el caballero a sus amigos cada cinco minutos. Estos le miraban y reían.

- ¡Bribones! ¡Algún día me reiré yo de vosotros!

 -¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!  - se carcajearon con más bulla sus amigos.

Tras unos segundos de fingir estar enfadado, Jacques también reía, y luego, casi al mismo tiempo, los tres daban un buen sorbo a una botella de vino y un mordisco al trozo de queso  y de pan que cada uno tenía sobre una mesa de madera de pino.

 

 

la cueva de los cuentos

Aneto, montaña más alta de los Pirineos, Aragón, España

 

NACIMIENTO DE JULIETTE

Cuando miles de estrellas titilaban invisibles en el azul índigo del cielo; cuando el impertérrito monte Aneto oteaba con su fría impersonalidad a los, - casi inexistentes para él -,  minúsculos humanos; cuando la calidez de una suave brisa de verano soplaba sobre las pequeñas praderas con húmedo pasto; cuando la perfecta armonía de los amables espíritus  del fuego avivaban  con su calor los sencillos hogares ubicados en  aquellos alejados confines, como eran Benás, Ansils y Sarllé; cuando la infinita línea del tiempo y  la inabarcable extensión  del Eterno Espacio se unieron en un diminuto punto de perfección, ocurrió el nacimiento.

Del interior de la casa surgió un llanto agudo y prolongado que puso a los tres hombretones de pie y salieron disparados hacia la puerta. A los pocos minutos, Lucía salió con una enorme sonrisa.

- Es una niña - le dijo a Jacques a la vez que la dejaba en sus fuertes brazos.

El caballero tomó a la pequeña  y emocionado  dijo el nombre que él y su esposa Emilia, habían acordado en caso de ser niña.

         -Mi dulce Juliette. Te pareces a tu abuela.

La comadrona le miró con cariño. Jacques era el enviado del conde de Tolosa, y no conocía a nadie con tanta sabiduría, prudencia y justicia en sus decisiones. Era un hombre muy apreciado en Benás así como en toda la región.

 

la cueva de los cuentos

Jacques era un soldado extraordinario

 

Flor de Nieve

 

Desde muy temprana edad, Emilia comenzó a llamar a su pequeña con el apelativo de “Flor de Nieve”. Varias causas motivaron tan hermoso nombre. La primera, era por la piel tan suave y nacarada que tenía  la niña. La segunda, porque en los largos días de invierno, cuando la nieve cubría los alrededores de la casa, Juliette siempre tenía la costumbre de dibujar varios pétalos alrededor de  un  pequeño círculo  sobre el inmaculado y blanco manto. Durante mucho tiempo, la niña se situaba en el centro y danzaba  moviendo los brazos. La tercera, era mucho más delicada y sobre lo que no hablaba a casi nadie, salvo a dos o tres personas de total confianza.  Una noche, cuando Juliette tenía aproximadamente siete años, Emilia, estaba en vela. Permanecía cerca del hogar pensativa, analizando los últimos acontecimientos en los que se había visto involucrado su esposo como representante del conde de Tolosa. Todo se había resuelto satisfactoriamente por el momento, pero la situación general indicaba que un día deberían marchar de Tolosa, la actual Toulousse, capital del condado. Y ella que había nacido en el mismo Benás, no se veía con fuerzas para comenzar una nueva vida en un lugar tan lejano. Miraba  fijamente las escasas ascuas que quedaban en la chimenea a esa hora tan avanzada de la noche, y, de repente, vio a Juliette que estaba a su lado y le ofrecía una flor blanca y aterciopelada. Pudo leer en sus ojos unas palabras de consuelo:

- No te preocupes mamá, que todo irá bien.

-¡Oh!  Es como una flor de nieve - exclamó la madre. y cuando iba a darle un beso, la niña dio la vuelta y se encaminó hacia su dormitorio, sin  añadir nada más.

 

la cueva de los cuentos

Juliette flotando en la cocina

 

 

Entonces, Emilia pudo comprobar, aterrorizada, que no era el cuerpo físico  de Juliette, sino una forma luminosa que flotaba en el aire y  se desplazaba sin tocar el suelo.

Rápidamente llegó  hasta  la habitación de la niña, en el preciso momento de ver cómo aquella forma etérea luminiscente, entraba de nuevo en el cuerpecito dormido de la pequeña.

Se acercó, acarició su bello rostro nacarado, la besó, y ajustó  al cuerpecito de la niña  la manta de lana. Volvió a sentarse cerca del hogar, y una vez asimilado el pequeño susto, exclamó en voz baja.

- Tenemos una santa en  la casa.  Bendito sea Dios... ¡Mi amada Flor de Nieve!

 

 

Ascenso a Sarllé

Durante toda la noche, Juliette apenas había podido dormir. Subiría por primera vez a la aldea de Sarllé. ¡Había oído tantas veces hablar del pueblo, que casi se  sabía de memoria donde vivía cada uno de sus habitantes. Y, por fin, a los pocos  meses de nacer su hermanito, acompañaría a su padre, y lo que era más emocionante, montada  en el nuevo caballo, al que ella misma había puesto el nombre de Rayo. Y justo, cuando despuntaban las primeras luces del alba, se quedó dormida.

- Vamos Juliette. Ya es la hora. Dormilona.

La niña, de ocho años de edad, saltó sobresaltada de la cama, fue corriendo descalza hasta el patio de cantos rodados, Introdujo sus manos en el lavadero, que consistía en una piedra hueca llena de agua, y se mojó la cara.

-¡ Brrrr ¡ ¡Qué fría está!

Regresó a su habitación y se vistió  con el traje más bonito que tenía y se tomó la leche que le había puesto su madre en el banco de la cocina.

Besó a su hermanito, a su mamá y a una de las sirvientas y se fue hasta el establo. Su padre estaba muy guapo. Debía de tener algo importante que hacer en Sarllé porque se había ceñido la espada de la esmeralda.

- Déjame sacar a mí a Rayo, papá.

- Jacques sonrió.  “Flor de Nieve”, como la llamaba su esposa, era el ser más delicado y bondadoso que jamás había conocido.

Juliette cogió con una mano las bridas del caballo, con la otra, intentó abarcar los  imponentes dedos de su padre y caminaron un largo trecho, antes de comenzar el ascenso hacia la aldea de la montaña.

- Mira, papá allí abajo está Ancils nuestra casita, y un poco más allá Benás.

Jacques, asentía con una sonrisa, pero su cabeza estaba en otra parte. Cada vez, veía más claro que el gobierno de Tolosa no podría permanecer en contra de la voluntad de los verdaderos herederos de aquellas hermosas tierras.

-Papá...  ¿Qué piensas?

- Estaba pensando... si te gustaría ir a Tolosa. Allí vive la abuela que todavía  no conoces, y verías la casa donde nací yo. Podrías estudiar música y pintura con hombres sabios que viven allí.

- Claro papá. Me gustaría aprender todas esas cosas.

- No sabemos si podríamos ir contigo ¿Aun así, desearías ir?

- Sí.

- ¿No te daría pena, dejarnos?

- Papá, aunque me llevasen a la otra parte del mundo, yo siempre estaría con vosotros.

- Jacques la miró sorprendido, sin entender nada. Pero el hecho de verla tan decidida y valiente, aligeró el peso de su corazón oprimido por las preocupaciones. Él no era nada más que un soldado, un valiente enviado del conde de Tolosa. Había sido muy amigo de Guillermo I, pero decían que se había retirado a un convento. Y el estar tan lejos de su tierra natal comenzaba a desagradarle. Tal vez renunciaría a su puesto y así podrían regresar. Quedaba sin resolver el problema de su esposa Emilia, pero él la haría feliz allí en Tolosa.

Por fin, cuando el Sol irradiaba luz en todo el valle, llegaron al “Pueblo de la Montaña”  y se dirigieron a la principal fortificación.

 

la cueva de los cuentos

Rayo

Juliette y Miguel Galindo

 

La casita de Sarllé en la que entraron, era más pequeña que la suya. No tenía tantos pastos alrededor de la misma. Juliette no sabía que encontraría un niño de su edad y se sorprendió agradablemente al verle.

- Hola, soy Miguel - le dijo el muchacho dándole la mano a Juliette. Seguramente aleccionado por sus padres para recibir a la niña.

- Yo me llamo Juliette.

- Sí, me lo han dicho mis papás.

- Enseña a Juliette tu espada Miguel. Seguro que le gusta.

- Sí mamá - contestó el hombrecito de nueve años. - ¿Vienes? - rogó a la niña.

- ¡Tienes una espada! -  exclamó con admiración la niña.

- Sí. Me la regaló mi padre. Muchos días me enseña a luchar con ella.

- ¡Qué suerte! ¡Cuánto me gustaría a mí saber pelear!

- Si quieres, te enseño.

- Por favor. Vamos corriendo.

Los dos niños salieron de la sala del hogar hacia el patio de las caballerías. De esa forma los mayores pudieron hablar de sus problemas, a la vez que envidiaban la inocencia y el estado de gracia  en el que vivían sus hijos.

Pronto la niña llegó a sentir profunda admiración por el muchacho. Era más alto que ella. Sus ojos  ligeramente azulados y su cabello suave y castaño le hacían parecer un maravilloso guerrero.

- Vamos Juliette, yo te salvaré de los dragones. -Ambos se fueron con la espada hacia los pastizales desde donde se divisaba todo el valle. En la tersa suave y pura tarde, el crepúsculo moría; un crepúsculo escarlata, oro y plata, que tenía una real melancolía. El salvaje monte, de laderas inarmónicas; pletóricas las montañas de mil cosas extrañas.

- ¡Miraaaaaaa! - Gritó Juliette - aquella es mi casa.

- Sí, lo sé.

- ¿Lo sabes?

- Claro. Todo el mundo aquí sabe donde vive Jacques el Valiente.

- Mi padre... ¿es Jacques el Valiente?

- Sí.

- ¿Por qué le llaman así?

- Porque gracias a su valor en la batalla, salvó de una muerte segura al mismísimo Guillermo I, conde de Tolosa.

- ¡No lo sabía! Mi padre no suele contar cosas de su vida.

- Claro. Es para que no sufráis.

- Ya.

- Un día seré como él. Seré Miguel, el Vencedor de dragones.

Juliette le miró con admiración. Sin duda lo sería. En ese momento blandía la espada y un rayo de sol se reflejó en la belleza de la hoja.

- Toma, Juliette. Coge la espada.

La niña la tomó emocionada.

- Ahora vamos más arriba. Sé de algo que te va a gustar.

- ¿Qué es? - preguntó con curiosidad.

- Es un regalo para ti.

- Por favor. Dime qué es.

- No te lo puedo decir. Tal vez no lo encontremos.

- ¿Es un tesoro?

- Para mí, sí. Pero no preguntes más.

- De acuerdo - asintió Juliette.

Los verdes prados teñidos por el color blanco de miles de margaritas, terminaban en las pedrizas de color gris. Y un poco más allá, se divisaba un enorme ventisquero repleto de nieve. El órgano del viento había enmudecido, su último lamento se había perdido, en el enorme corazón de la Tierra.

 - ¡Oh! ¡Qué bonito! ¿Éste es tu regalo?

El niño no dijo nada, y continuó andando, mientras la niña se sentaba a descansar. Habían hecho un enorme esfuerzo ascendiendo una  cuesta tan empinada. Ahora ella le observaba con gran atención. Miguel se acercó al nevero, se desvió a la derecha y se inclinó.

Juliette, atraída por la belleza de la nieve helada ascendió el último tramo. El joven guerrero se giró hacia ella llevando en su mano izquierda una flor. Se acercó hasta su princesa y le entregó el regalo.

La niña, no lo podía creer. Era una flor de nieve. Aterciopelada, de verde claro, con pequeños hilitos de color blanco. La acercó a su mejilla y sintió la suavidad de la flor  en su piel, y con inmenso cariño besó en la mejilla a Miguel.

         El muchacho, ruborizado,  aún fue capaz de trazar un corazón sobre la dura nieve. En el interior del mismo  escribió:

 “Juliette y Miguel”.

La solemne orquesta de todas las cosas bellas de la vida, tiene aquí toda su sonoridad, la gama absoluta de todas sus melodías. Ni un solo rumor de la belleza se pierde allí. La maravilla de nuestro Yo se revela en las emociones de nuestra alma, cantando el aria de la meditación.

 

En Tolosa

A veces, es difícil explicar el ascenso y descenso de algunas personas pues forma parte de los misterios de la vida. Cómo los niños van desarrollando una inteligencia natural; cómo van adquiriendo cultura; cómo no decaen en una pasividad permanente, y superándose, sin olvidar los estímulos externos, llegan a brillar como la más refulgente de las estrellas. Es muy importante que tengan un bello carácter, una humildad innata, y un acicate interno que no le permita detenerse y estancarse definitivamente. Con esas cualidades en su haber, tiene inmensas posibilidades de no ofender gravemente a nadie, pues considera a los demás con enorme respeto innato, y si nace en una época de explosión cultural, su esencia se expande hasta límites insospechados. La melodía sale del hombre como el perfume sale de la flor y va al espacio; como el sonido sale del instrumento y va al cielo.

Y esa es, precisamente, la historia de Juliette, quien reuniendo las mejores virtudes, pronto destacó y brilló ante los corazones de los poderosos, apenas su familia se instaló en la casa de los padres de Jacques.

- ¿Te gustaría ir a un Monasterio? – le preguntó su abuela.

- Sería hermoso -  contestó Juliette.

- Entonces, ponte tu mejor vestido pues vamos a ver a una persona muy importante.

- Sí abuela.

Jacques y Emilia sonrieron, a la vez que rogaron al cielo para que todo saliese lo mejor posible.

Subidos en una bonita carreta, Juliette la abuela y Juliette la nieta, recorrieron las “inmensas” calles de Toulousse hasta llegar a las afueras. Llegaron a un enorme convento y el padre prior les recibió cortésmente.

- Pasen, por favor. Guillermo les está esperando.

Atravesaron una enorme puerta de madera y torcieron a mano izquierda. Allí les estaba esperando un señor con barba muy poblada. Al entrar la abuela, él se inclinó con extremada elegancia.

- Sigues igual de bella, mi gran amiga Juliette. - La niña quedó asombrada.

- Mi señor. Usted también tiene un excelente aspecto.

El fraile esbozó una ancha sonrisa.

- Siempre has sido muy diplomática. Cuéntame. ¿Qué te trae por aquí, a este apartado convento?

- Señor. Deseaba presentarle a la hija de vuestro servidor Jacques, mi nieta Juliette.

La niña avanzó hacia el religioso y se inclinó.

- Así es que te llamas Juliette, como tu abuela.

- Sí, Señor.

- Y eres del otro lado de los Pirineos.

- Sí, señor. De un pueblecito que se llama Ancils, muy cerca de Benás.

- Muy bien. ¿Y qué deseas de un humilde religioso como yo?

- Deseo aprender matemáticas, filosofía y música.

- ¡Vive Dios, que eres osada!

- No Señor, solamente deseo con todo mi corazón aprender y saber sobre todas las cosas y lugares.

- Quizá podrías cantarme un poquito.

 - ¿Aquí?

- No, mejor vamos a la capilla de la Santa Virgen.

Los tres y  el padre prior entraron en una hermosa capilla dorada de bóveda románica.

- Ahora rezaremos un poco y cuando lo sientas en tu corazón, le puedes cantar una canción a Nuestra Señora, la Virgen de Toulousse.

Después de más de diez minutos de oración, la niña se puso en pie delante de la imagen de la Virgen y comenzó a cantar. Y si hay momentos que nunca se olvidan, ese fue uno de ellos para los tres asistentes. La capilla conectaba a través de los pasillos del monasterio hasta los campos donde trabajaban los frailes, y todos los que tuvieron la fortuna de poder escuchar aquella prodigiosa voz, se santiguaron comprendiendo que estaban ante un milagro del Creador.

No hay forma definitiva de belleza adquirida por los hombres. Todos los métodos de expresión vienen y van a ella. No hay que pedirles, sino que sean bellos, ésa es su razón de ser. La musicalidad es verso y poesía; como el Sol crea la luz y el hombre la refleja.

- Ya está, señor - le dijo la niña a Guillermo I, quien permanecía en silencio como si hubiese visto a la misma Virgen.

Los asistentes respetaron aquel momento sagrado hasta que por fin, quien había sido  Conde de Tolosa, dijo:

- Mi pequeña Juliette. Jamás había escuchado voz tan hermosa. Creo que tu destino está en ingresar en un convento de hermanas que hay en Aquisgran. Allí, como seguro sabes, Carlomagno ha reunido a los más sabios de toda cristiandad, y es el único lugar donde puedes aprender más sobre  música, si en verdad puede existir algo más divino que tu voz. Yo, en persona, me encargaré de que pronto estés allí.

- Señor ¿Puedo darle un beso?

- Sería como si un ángel me concediese el mismo cielo. - dijo el religioso, mientras se arrodillaba y cerraba los ojos ofreciendo su mejilla.

 

En Aquisgran

Desde el año 810 hasta el año 814, cada día que transcurría, Juliette era más hermosa, tanto interior como exteriormente. En este año, tuvo la oportunidad histórica de cantar en el sepelio del  emperador Carlomagno, para quien había “actuado” con sus compañeras varias veces. Pero lo verdaderamente importante para ella, fue que en ese mismo año, conoció a Luís, un joven soldado de dieciocho años a las órdenes directas del mismo Emperador.  

El día 31 de Diciembre del año  814, el nuevo emperador Ludovico Pío asistió a la Misa del Gallo. Uno de los hombres de su guardia era Luís. Presenció desde la primera fila, donde custodiaba al Emperador, los cánticos del maravilloso coro al que pertenecía Juliette. La música acariciaba el aire con unas alas de oro. Parecía venir de lugares lejanos, olvidados, evocando el alma de las rosas. Y cuando se cruzaron sus miradas, ninguno de los dos dudó de que  había un alma capaz de llenar de amor su corazón. Durante toda la vida conservó la joven un  sencillo poema de amor que escribió en su diario para su amado Luís.

 

 

Amado señor:

luz de  estrella,

resplandor del  Sol.

Dulce corazón,

brisa de verano,

suave calor.

Tú en mí,

y yo en ti, soy.

 

 

 

Años de amor

La vida de  los enamorados fue gratificante. Mientras él seguía la carrera militar con cierta relevancia y reconocimiento, Juliette llegó a ser la directora de varias corales que se formaron en Aquisgrán y profesora de canto de la Casa Real. Muchos niños intentaron imitar su forma de cantar, pero ninguno lo pudo conseguir. Pero ella, de humildad y sencillez extremas, nunca dio mayor importancia a esa cualidad, sino que daba gracias al Creador, por haberle proporcionado una herramienta tan bella para alabar Sus obras continuamente.

El Emperador Ludovico fue un ferviente admirador suyo. Y muchos días, asistía a la clase de canto de sus niños. A veces, le preguntaba acerca de cuestiones de Estado, dejándose aconsejar por su enorme cultura y prudencia. Y este punto fue determinante para  resolver uno de los problemas que surgieron en su reinado y que atañían a sus territorios más allá de los Pirineos.

En el año 832 se sublevaron  varios condados. Entre ellos, el condado de Ribagorza, en el que estaba incorporado el valle de Benás, cuya suerte tal vez se decidió allí en Aquisgrán.

La intervención de un Ángel.

la cueva de los cuentos

El corazón se le encogió a nuestra amada Juliette cuando vio en una carreta de prisioneros a Miguel Galindo. El niño que le había regalado la flor de nieve, y que resultó ser con el tiempo uno de los cabecillas de la rebelión de la región Ribagorza contra Ludovico Pío. 

Caminó a la par que el carromato durante todo el recorrido desde las afueras de la ciudad hasta el castillo donde quedarían prisioneros.

- ¡Hay que dar un escarmiento a estos rebeldes! Era la frase más común y enconadamente pronunciada en las calles.

Durante muchos días, Juliette fue a ver a los presos a los calabozos. Apenas podía resistir tanto dolor su bondadoso corazón. Algunos incluso afirmaron que su esbelta figura acudía a consolarles por las noches.

Se decía que habría un juicio contra los rebeldes, pero que sólo era un simple trámite antes de ahorcarlos.

Y así fue que llegó al diez de Agosto del año 832.

Miguel Galindo, junto a dos soldados más, en representación de los treinta prisioneros de guerra, fueron llevados delante de los jueces que presidía el mismo Ludovico Pío.

Cuando todo estaba perdido para los rehenes, entró Juliette. El silencio más profundo se adueño de toda la sala. Ludovico se sintió al principio un poco airado, al verla aparecer por la puerta de la sala, pero cuando llegó hasta él y se arrodilló, todo sentimiento de ira desapareció de su corazón.

- Levanta, Juliette.  ¿Qué es lo que deseas?

- Amado y venerado Emperador, su humilde y eterna servidora desea interceder por estos presos.

- ¿No crees que esto es cosa de hombres que somos los que hacemos la guerra?

- Digno Señor. Las mujeres somos las que amamos a los hombres. Nuestros hijos son los hombres. Ellos son los niños que hemos llevado en nuestras entrañas. Los hombres son esos niños por los que nos hemos desvelado tantas y tantas noches. Los hombres que van a la guerra son nuestros hijos que mueren orgullosamente para defender la tierra donde viven. Los hombres son carne de nuestra carne, y cada una de las cosas que les ocurren, es a nosotras las mujeres a quienes primero y más dolorosamente nos afectan.

- Sabias palabras, Juliette. Continúa, por favor.

-Amado Emperador. Bien sabéis que mi origen es de aquellas tierras. Y es por ello que es mi obligación y mi deseo interceder por quienes son mis compatriotas.

- Mi querida Juliette. Estos hombres han causado la muerte de muchos de nosotros. Merecen un severo castigo para que no vuelvan a sublevarse. El Imperio, no puede permitir que haya rebeliones.

- Es cierto y verdad lo que decís. Pero a veces, es mejor tener un aliado leal que un esclavo presto a rebelarse. Si a estos hombres se les ahorca - y estaréis en vuestro derecho -, habréis pacificado momentáneamente esas regiones, pero el odio no dejará vivir a sus habitantes y pronto habrá otra rebelión. Si, por el contrario, mostráis vuestra magnanimidad, hay muchas posibilidades de que sean vuestros leales compañeros contra enemigos comunes más temibles que habitan en el sur.

Un murmullo se escuchó en la sala, y tras unos minutos de silencio reflexivo por parte del Emperador, dictaminó:

- “La muerte para estos hombres era un hecho. Ahora con lo que has expuesto dejemos que los jueces dictaminen el veredicto. Dejemos esa ardua labor a ellos.

Se disuelve la sesión hasta dentro de una hora”.

Perdonar es perdonarnos; absolver es absolvernos. En el sufrimiento de los otros, vemos nuestro propio dolor. Las luchas con los hombres nos empequeñecen y nos degradan. Son luchas en el barro y con el barro. Las manchas que nos dejan son indelebles, persistentes.

Juliette permaneció de rodillas y totalmente inclinada cuando el Emperador pasó a su lado. Este se detuvo y le dijo: “Acompáñame Juliette, es un honor tener súbditos tan sabios como tú”.

Juntos caminaron hacia el Palacio, y cuando entraron en él  Ludovico le dijo.

- Deseo mostrarte  algo.

Ambos entraron a una de las habitaciones reales. Su alteza abrió un cajón y extrajo un dibujo. En el papel se reflejaba el momento en que  el Emperador Carlomagno yacía en el lecho a punto de morir. A su alrededor había varios religiosos rezando.

- Observa atentamente.

Juliette miró, y justo al lado del Emperador moribundo había dibujado algo así como un ángel que le cuidaba a la cabecera del lecho real.

- ¿Lo ves?

- Sí, amado Emperador. Es un ángel.

 -Ya. Sólo que se pronunciaron unas palabras extrañas en los labios de Carlomagno.

 - No lo sabía.

-         Sí. Yo estaba muy cerca de él y las pude escuchar que decía

 - “¡Cántame otra canción más por favor, dulce niña del otro lado de los Pirineos!”

         Juliette no pudo continuar la conversación. Su garganta parecía haberse cerrado a las palabras.

- Cuando escuché decir a los carceleros que habían visto una luz maravillosa y que les parecía que era tu imagen, comprendí las últimas palabras de mi padre. Aquella niña que le cantaba eras tú, al igual que ese ángel que ha consolado a esos desgraciados presos en los calabozos ha sido tu alma compasiva.

- Señor, yo…  no sé qué decir.

- No digas nada. Y permíteme que te regale este pequeño anillo de oro y esmeraldas que perteneció a mi madre Hildegard, como agradecimiento de mi venerado padre.

En ese momento, Ludovico abrazó a Juliette, como si fuese la hija más amada que nunca había tenido.

- Respecto a tus amigos, personalmente les habría perdonado, pero es una decisión que no depende de mí, sino de la Justicia.

- Lo comprendo, Señor. Demasiada paciencia habéis tenido conmigo. Como he dicho, era mi obligación y mi deseo defenderles.

- ¡Que tengas suerte pequeña Juliette!

- Gracias, mi amado y augusto Emperador.

 

 

la cueva de los cuentos

El aleteo de una mariposa puede cambiar Imperios.

 

El dictamen final fue que los rebeldes de Ribagorza fueran indultados. Aznar Galindo renunció a dos condados y se quedó con otros dos, el de Pallars y Ribagorza.
- ¡Juliette! –saludó el recién liberado cuando partía hacia su tierra.
- ¡Dime Miguel!
- Gracias
      - No tiene importancia. Sólo he cumplido con mi deber.

      - ¡Ya lo creo que la tiene! Has salvado la vida de cientos de personas, y has evitado que arrasasen muchas aldeas. Quizá el pueblo de Benás te deba su vida.

- Yo solo soy  una humilde mujer, que canta las bellezas del Creador.
- ¡Nunca te olvidaremos, Flor de Nieve!

Y así fue como la leyenda de “Flor de Nieve” se extendió por todos los valles de los montes Pirineos a uno y otro lado de esa frontera natural entre dos países.

 

Autores: D. Salvador Navarro Zamorano y Quintín García Muñoz

Cuento editado en el libro Cuentos de almas y amor coeditado con D. Salvador Navarro Zamorano e Isabel Navarro Reynés

 

la cueva de los cuentos

A La Cueva de los Cuentos

 

LA CUEVA DE LOS CUENTOS EN FACEBOOK

 

 

la cueva de los cuentos

 

 

 

 

revista alcorac

www.revistaalcorac.es

 

maestro tibetano

MAESTRO TIBETANO

 

fuego cosmico

 
 

orbis album

Orbisalbum

 

 

 

 

Descargas gratuitas

SarSas LA NOVELA

SarSas

 

 

LA VIDA ES SUEÑO

LA VIDA ES UN SUEÑO ETERNO

(Una novela de Xavier Penelas, Juan Ramón González Ortiz y Quintín García Muñoz)

 

LA CLAVE OCULTA DEL NUEVO TESTAMENTO

 

 

Ensayo

transmutacion humana

Transmutación Humana


maestro tibetano

sintesis destino humanidad

Síntesis.Destino de la humanidad

el camino del mago

EL CAMINO DEL MAGO

(Salvador Navarro y Quintín García Muñoz)

Poesía


 


 

Novela


Etérea

 


 

 


Magia Blanca

 

 

 

En formato de guión


Serpiente de Sabiduría

 

 

 

JUVENILES y BIOGRÁFICAS