EL ROBLE Y LA NIÑA

     Comenzaré diciendo que fue hace mucho, mucho tiempo, pero sería una equivocación, pues todos días y a todas horas, en algún lugar del mundo ocurrió, ocurre y ocurrirá algo parecido a lo que os voy a contar.

     Había una vez en una llanura un poderoso roble. Estaba orgulloso de su fuerza, de su grandeza... de sí mismo. Muchas aves se posaban en sus ramas y en sus recuerdos permanecían los nombres de los huracanes que había resistido. Todos los árboles de su especie habían ido desapareciendo. Sabía de tristezas y de agonías, de calmas silenciosas. En la cándida paz del valle bajo los montes vigilantes, el orgullo de ser un superviviente había trasmutado su agudo dolor de tan dura soledad, en ondas de oculta armonía, en ritmos lentos, como de nieve diluida, dormitando entre las hojas de sus ramas que mitigaban con sus sombras los ardores del Sol.

la cueva de los cuentos

    En la proximidad de aquella llanura había una granja donde vivía una niña, Violeta. Era la flor más bella  de una larga familia. Su corazón todavía permanecía sin ninguna cicatriz. Era totalmente inmaculado. En su interior dormía el alma de las cosas, vagas, indistintas.

     Muchos días jugaba cerca del roble. El poderoso árbol aprendió a percibir los movimientos de la niña. Y lo que era más importante para él, sentía la bondad de la pequeña en forma de ondas luminosas que le hacía vibrar como si un millón de lucecitas le atravesasen. Era como el sueño divino de la paz, como el estremecimiento de un alma en las tardes cuando el verano declinaba. La sonoridad de la risa de aquella garganta joven era como un vuelo hacia todos los cielos; como el canto de un salmo infinito, que es la palabra en la Tierra, capaz de fundir y de fundar.

     Hasta tal punto se acostumbró a recibir el don de la presencia de aquel inmaculado ser que si pasaba un sólo día sin que ella se acercase, creía morir de tristeza. La niña danzaba y reía a su alrededor y él con las ramas, sin que ella lo percibiera, detenía el viento para que no molestase aquella vida que giraba en torno suyo. Era incluso capaz de doblar los  gruesos tallos para que la piel de la niña no fuese quemada por el sol del verano. Un día consiguió detener una pequeña serpiente e inmovilizarla lejos de su tronco para evitar que pudiera morder a la mujercita.

        Llegó el final del verano. Las hojas del roble fueron tornándose rojizas hasta dormirse y la niña comenzó un nuevo curso escolar. El verano antes luminoso, de un encanto tierno, se transformó en otoño lleno de tristezas y de presagios, como los crepúsculos en el campo. Y vino el invierno en el gran silencio blanco de la nieve donde la Naturaleza duerme, confiando en la resurrección que trae la primavera.

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Cuando de nuevo despertó el anciano roble, su primer pensamiento fue para la niña, a quien llamó mil veces con la tristeza de la ausencia. Tanto la añoraba que se preguntó cómo el viento podía desplazarse y él no. Y tanto meditó  y pensó que llegando al alma infinita de las cosas consiguió enviar la voz de su propia alma en dulce vuelo, en forma de aroma con las olas etéreas de la brisa,  hasta alcanzar lejanos paisajes.

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     En el Colegio, Violeta jugaba con sus amigas en el recreo y la fragancia del poderoso roble sintió los latidos del corazón de la niña.  Se acercó hasta ella envolviéndola, pero había algo que no le permitía alejarse más de su tronco, como un cordón invisible que le sujetaba a la tierra donde estaba plantado. Sabía que moriría si se separaba totalmente de sus raíces. Pensó y pensó, meditó y meditó y al fin comprendió. Su vida ahora no tenía sentido si no era para estar cerca de la niña. Era como una voz interior revelándole el misterio que todo lo abarca con amor, el mismo soplo vital de lo infinito cualquiera sea la parte del horizonte, cualquiera sea la latitud de donde venga.

      Llegó el último día de curso. Violeta estaba emocionada. Al año siguiente cambiaría de colegio al igual que todas sus compañeras  e iría al Instituto en la ciudad. Los profesores, los padres, los alumnos de cursos inferiores les homenajeaban con una hermosa fiesta.

       Y el roble anheló, deseó con toda su fuerza abrazarla y entregarle su vida. Y tanto tesón y esfuerzo realizó en conseguirlo  que su alma se separó del tronco y abrió sus alas pronta a fundirse con el ser humano que amaba y comenzó una danza en círculo alrededor de la niña.

     Violeta sintió una suave brisa que la rodeaba y acariciaba, y recordó los momentos que había pasado jugando bajo la sombra del roble. Entonces sucedió el mayor de los milagros que puede ocurrir entre el reino rojo de los hombres y el reino verde de las plantas.

     La niña-mujer se separó durante unos minutos de sus compañeras, atraída por los bellos colores de las flores del jardín. En el silencio del parque se escuchaba como un cántico. Era como sentir la esperanza venir en el viento y hablar al corazón. Y en un rinconcito del mismo ocurrió tan magno acontecimiento.

       La Reina de las Hadas de aquellos lugares se hizo visible. Con su varita mágica tocó el pecho de la niña y el alma del roble sonó evocando la gloria de vivir por quien conoce la gloria de llorar, cantando esta bella canción:

 

 

Soy la Reina de las Hadas

Con mi Voz y mi poder,

tu alma haré florecer.

Los humanos, fuertes os creéis,

pero cierto es que  todo no lo sabéis.

Existimos al nacer.

Y en el amor crecemos,

más cuando se cumple el tiempo,

todos juntos florecemos.

No olvides las cosas

cuando duermen en calma.

Viaja en el espacio y en el tiempo.

Dí los secretos de tu alma.

Nuestros dones te entregamos.

Y ahora debes llevarnos

hasta una nueva tierra

llevando tu hermoso árbol..

Yo,  la Reina de las Hadas

Con el misterio de mi poder

vuestras almas haré florecer.

Los humanos, fuertes os creéis,

pero cierto es que todo no lo sabéis.

 

 

Y así, la mujercita recibió el regalo más hermoso. El don de poder entender el lenguaje de los árboles y las plantas, porque desde ese día el alma del poderoso roble habitó para siempre  en su corazón.

Ocultos en los secretos de la tarde, se le comunicó ese divino poder de amor y todo el misterio de la Vida resplandeció en ellos, multiplicando infinitamente el sueño de las almas superiores, fluyendo como el Sol cuando sale de las sombras de la Noche.

 

 

Autores Quintín García Muñoz/Salvador Navarro Zamorano

Cuento editado en el libro de Cuentos de almas y amor coeditado con

D. Salvador Navarro Zamorano e Isabel Navarro Reynés.

 

 

 

 

            

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