La niña de las basuras
Síndrome
de Diógenes
Rosita era una de las niñas más bellas y afortunadas de Porto Bello.
Los días de verano salían en bicicleta ella y sus dos amigas, Lourdes
y Anita. Después de pedalear a lo largo de dos kilómetros llegaban
hasta las piscinas. Rápidamente dejaban las bicicletas, y mientras
corrían hacia el agua, se quedaban en bañador y seguidamente se zambullían.
Durante una hora el agua las hipnotizaba y conducía
a un mundo de fantasía y alegría.
-Soy un delfín -decía en ocasiones Anita.
-Disculpa. El delfín soy yo -gritaba Lourdes.
En otras ocasiones hacían competiciones para saber quién
resistía más tiempo debajo del agua sin respirar.
La
niña de las basuras
Pero aquel verano de 2010, Rosita
descubrió que apoyado en un contenedor de basuras alguien había abandonado
un extraño cuadro.
Sin pensarlo dos veces, la joven mujercita, lo cogió como
si se tratase del tesoro más precioso que se pudiera tener y se lo
llevó a casa.
Ninguna de sus amigas podía imaginar los acontecimientos que les depararían
los últimos días del mes de Agosto, así como las trágicas consecuencias
en los meses siguientes.
El regreso a sus casas
fue diferente al de otros días. Si anteriormente zigzagueaban con
sus bonitas bicicletas por entre las farolas y los árboles del parque,
en esta ocasión Rosita se vio obligada a
ir más despacio de lo habitual pues en una mano llevaba el cuadro.
Sus amigas, intrigadas por la novedad, pedalearon a la par y acompañaron
a su amiga hasta casa.
-No está mal el cuadro -dijo Lourdes a Rosita cuando las
tres niñas se despidieron para ir a almorzar.
-A las tres y media en
la plaza de la fuente -recordó Ana.
-De acuerdo –contestó
Rosita con voz automática y lejana.
Sus dos amigas continuaron el camino hasta sus respectivas casas.
-¡Qué extraño comportamiento el de Rosita –comentó Lourdes
-Sí... Es como si se hubiese transformado en otra persona-respondió
Ana.
Al llegar a su casa, Rosita,
lo primero que hizo fue llevar el cuadro a la pequeña caseta de herramientas
y cachivaches olvidados que sus padres tenían a unos metros del edificio
principal.
-¿Qué tal? -le preguntó
María, su madre.
-Muy bien.
Rosita continuó almorzando a toda velocidad pues quería ver
más detenidamente el cuadro que desde el primer momento le había atraído
como si estuviese encantado.
-¿Qué tal Lourdes y Anita? -insistió su madre.
-Muy bien - fue todo lo que consiguió por respuesta.
Y con el postre en la mano, la jovencita dio un beso a su
madre y se fue a la caseta. Allí permaneció contemplando el cuadro
durante más de media hora. Un grito sacó a Rosy
de su ensimismamiento.
-¡Rosa! -¡Tus amigas te están esperando!
Lourdes y Anita se acercaron hasta la caseta. Estaban extrañadas.
Siempre, Rosita había sido quien impacientemente había ido a buscarlas
una por una.
Cuando llegaron, vieron a su amiga que cubría el cuadro con una tela
blanca mientras les decía.
-¿Es bonito verdad?
Sus dos amigas realmente no supieron
qué responder. A ellas no les parecía nada extraordinario, y si les
apuraban en su contestación habrían dicho que más bien era algo desagradable.
Pero se callaron. Rosita siempre había sido la más lista de las tres
y seguro que tendría sus razones, que ellas no alcanzaban a ver, para
pensar de esa forma.
Aquella tarde de verano de 2010 no fue tan bella como las
anteriores. Rosita no era la misma. Las tres amigas regresaron desganadas
a casa. Sin embargo Rosita, cuando sus amigas se fueron, aprovechó
para regresar al contenedor de basuras que estaba cerca de su casa.
Le había parecido distinguir a lo lejos, mientras pasaban en bicicleta
un nuevo tesoro.
Sin duda -se dijo- había
tenido inmensa suerte de que alguien "sin conocimiento"
hubiese dejado al lado de los residuos aquel mugriento y raído carrito
de la compra. Para nuestra amiguita era un tesoro, más valioso que
el más bello y moderno que hubiesen podido comprarle sus hacendados
padres.
La noche se acercaba y
todavía aprovechó para recorrer carro en mano varias manzanas y sus
respectivos depósitos de residuos orgánicos e inorgánicos. Cargó con
unas esperpénticas y deterioradas marionetas, un cazo de leche viejo
y mohoso que limpiaría más tarde -se dijo-; un escurridor de verduras,
y rayador de pan y frutas.
Era la niña más feliz de
toda la ciudad. Había descubierto una fuente inagotable de tesoros
abandonados. Y lo más importante. Haría lo mismo que su adorado ídolo
del cuadro. Llegó cargada a su casa. Sus padres estaban inquietos
por la tardanza de Rosita, quien se introdujo en el recinto de su
casa por una pequeña puerta trasera para que nadie viese su valioso
tesoro.
Descubrió el cuadro, y ofreció cada uno de los objetos a la imagen
que allí permanecía observándola e incluso asentía parecía asentir
con sonrisas.
-Rositaaaaaaaaaaaaaaa -gritó su madre, desesperada porque no
la localizaba dentro de la casa.
-Siiiiiiiiiiiii -Yaaaaaa Voyyyyyyyyy
-¿Donde te has metido?
-Estaba con Lourdes y Ana...-respondió Rosa.
De igual manera sí transcurrieron
varios días, casi un mes. Y fue la casualidad la que llenó de preocupación
el corazón de los padres de Rosita.
-¡Cuantas horas juegan estas niñas! ¡No sé cómo les da tiempo
a hacer los deberes! comentó la madre de Rosita a la madre de Lourdes.
-No entiendo qué es lo que quieres decir.
-Pues que están todas las tardes en la calle, jugando las
tres amigas.
-Es que no te entiendo-
aseveró la madre de Lourdes.
-¿Acaso no salen las tres a jugar a las piscinas?
-No. Desde que empezaron el colegio, Lourdes apenas sale.
Es más, se queja de que Rosita no queda con ellas y está muy rara.
-¡Pero....eso no es posible!
Rosita siempre me dice que queda con tu hija y con Ana.
-No. Creo que debes de
estar equivocada. Algunos días únicamente viene Ana. A Rosita, hace
que no la veo cerca de un mes.
La cara de María se volvió
blanca, a la vez que el estómago le dio un vuelco tan enorme que casi
necesitó ir al baño.
-Hola - dijo Rosita a su
madre al salir del colegio.
-No has salido de la clase con Lourdes y Ana.
-No…es que...tienen que recuperar... matemáticas.
-Ya- asintió María –permaneciendo a la expectativa.
María se había quedado muy preocupada, y no tenía más fuerzas
para continuar la conversación. El hecho de haber ido a buscarla
había sido con la intención de hablar con las madres de las niñas,
pero después del jarro de agua fría que cayó sobre su cabeza, no tuvo
más ganas de tocar el tema.
Rosita tomó la merienda,
terminó deprisa y corriendo los deberes y con un "Voy a casa
de Lourdes" se dirigió hacia la calle. Su madre, atenta, siguió
sus pasos. Rosita dio la vuelta a la manzana y entró por la puerta
trasera del jardín y luego entró a su “santuario”. Agarró
el carro mugriento y se encaminó hacia el primer contenedor. Su madre
casi se desvanece al observar a su hija de doce años rebuscando cerca
de los contenedores de residuos orgánicos.
Ya no pudo más. Con enorme enfado se dirigió hacia Rosita y gritó
-¿Qué haces aquí?
La niña, en lugar de amedrentarse,
alzó la voz todavía más.
-¿No lo ves? Estoy reciclando basura.
La madre tenía dos opciones, o cogía de la mano a su hija,
que ya era tan alta como ella, o le decía que fuese a casa. Y tomó
la segunda decisión.
En verdad que la madre había perdido todas sus fuerzas con el disgusto
y le dijo.
-¡Cuando termines, vuelve a casa!
Rosita miró a su madre y entre labios masculló.
-¡Qué histérica eres!
De regreso a casa, María pensó en un montón de castigos.
A cual más duro, pero su propósito se vino abajo como un castillo
de arena, cuando entró, casi por casualidad en la caseta del jardín.
Tal vez, su cuerpo no habría reaccionado como lo hizo si no le hubiese
venido a la mente una antigua guerra librada en su juventud contra
otra adicción. Quizás no se habría preocupado tanto, si a pesar de
los años, no se hubiesen reabierto las heridas provocadas en su alma
por un lejano sufrimiento. Pero al ver tal cantidad de trastos y cachivaches
cubriendo los aperos del trabajo en el jardín, le entró tal angustia
que se desvaneció cuando quitó el velo del cuadro. El padre de Rosita
no entendía bien qué es lo que había ocurrido cuando al llegar del
trabajo tomó en sus brazos el cuerpo lacio e inconsciente de su esposa
y lo llevó al salón.
-Nuestra hija está enferma. Recorre las basuras -fueron las
primeras palabras casi ininteligibles que salieron de de los labios
de la madre de Rosita.
-No te entiendo.
-Que nuestra hija tiene
el síndrome de Diógenes, o algo peor.
-¿Donde está Rosita? -preguntó
el padre una vez que la madre se había repuesto.
-No sé, hace un rato -dijo la madre- estaba en el contenedor
de las piscinas. Yo estoy bien. Andrés, por favor, ve tú a buscarla.
Entró en el pequeño hangar
y observó el cuadro. Quedó extrañado y salió hacia la calle. Llegó
hasta el contenedor de las piscinas, y como no estaba allí, pensó
que las piernas no le soportarían el peso. Se sintió débil, a punto
de marearse.
-Rositaaaaa -gritó.
Después de media hora de búsqueda, interminable, insoportable,
infernal, encontró a su hija rebuscando en los contenedores cercanos
a los campos de fútbol. Con ella llevaba un carromato repleto de objetos.
-¡Hija mía!.... ¡Hija mía!...
¡Qué haces aquí!
-Hola papá -contestó como
si no pasase nada- ¡Mira lo que te he cogido! ¡Unas zapatillas casi
nuevas! La gente tira cosas de mucho valor.
La
niña de las basuras
Su padre la miraba... no sabía
qué decir, y aunque tenía pensado al principio darle dos "azotes",
la abrazó contra su pecho, alegrándose de que estuviese sana y salva.
-¿Te llevo el carro? -preguntó el padre.
-No, si no me pesa...,
pero si quieres…Todavía tengo más cosas para ti.
El Padre de Rosita llevaba con una mano el carrito con los
objetos extraídos de la basura, y con la otra daba la mano a su hija.
La muchacha, inconsciente de su enfermedad, iba feliz, pero su padre
no dejó de llorar durante todo el trayecto.
-¡Su hija, la niña de sus ojos... estaba enferma, de algo muy
extraño... de algo incomprensible para quienes poseían gran cantidad
de riquezas.
Se preguntó acerca del extraño cuadro que tenía en el hangar...Una
mujer de unos cincuenta años vestida de harapos y con un carrito lleno
de basura. Sus ojos eran inmensamente tristes, hasta tal punto que
el observador del cuadro se preguntaba si una persona así podía soportar
la vida… podía resistir tanta tristeza. En definitiva si había
existido de verdad o era una creación imaginaria del pintor.
-¿Sabes...papá? ...
-Tengo una amiga... se llama Ángela.
-¡Qué bien!- contestó el padre totalmente ausente.
-Tal vez la has visto...
-No sé...
-Sé que se llama así por el cuadro que tengo de ella.
Su padre no escuchó las últimas palabras... estaba destrozado.
Nunca se había visto ante una circunstancia tan extraña.
¿Cuántos días los padres de Rosita fueron a buscarla y sacarla
de entre los contenedores de basura?
¿Cuántos doctores visitaron la niña para intentar curarla?
¿Cuánto sufrimiento podía ocultarse en el corazón de sus
padres?
¿Cuántas veces Lourdes y Anita intentaron despistarla y llevarla
a jugar con ellas?
Ángela,
la mujer del cuadro.
La palabra infinitas veces, infinito
sufrimiento puede dar una idea. Pues en verdad que el tiempo parecía
haberse detenido. Y nada sacaba de su lamentable estado a Rosita.
Y fue el mismo día que cumplió trece años. El día más frío
de aquel invierno, cuando el río de la ciudad estaba totalmente helado,
cuando los carámbanos de hielo pendían de muchos tejados, cuando el
viento más inimaginablemente gélido atería las caras de los pocos
viandantes. Fue aquella tarde, en la que sus padres se despistaron
viendo la televisión apenas unos minutos, cuando Rosita salió a rescatar
nuevos tesoros de las basuras.
Justamente donde había encontrado el cuadro de la mujer harapienta,
había alguien husmeando en los restos orgánicos. Rosita se acercó
emocionada de ver a alguien como ella. La figura llevaba un abrigo
negro, y la cabeza la tenía cubierta por un gorro gris. Su corazón
se aceleró, y casi se paró cuando la mujer harapienta se volvió al
escuchar los pasos de la niña. Rosita no lo podía creer.
¡Era Ángela, la misma mujer del cuadro! –se dijo.
Rosita se acercó hasta estar justamente a la altura de la
mendiga.
-¿Qué te pasa muchacha?
-¡Eres la mujer del cuadro!-exclamó Rosita-
-¿De qué cuadro? -preguntó la mujer.
-Hace un año lo encontré aquí mismo… Eres Ángela.
-¡Quizás estás hablando de uno
que pintó mi esposo y lo abandoné por aquí. -dijo la mujer harapienta.
-Si quiere se lo puedo dar.
-No. El verlo me causaría mucho dolor, pues me recordaría
a mi esposo.
-¿Usted tiene marido?
-No. Ahora ya no.
-¿Ha muerto?
-No. Él me amaba mucho, pero no pudo resistir mi adicción
a husmear en las basuras y mi posterior adicción al alcohol.
-Tal vez no la quería suficientemente.
-Sí, sí que me amaba.
-Si fuese así no la habría dejado.
-La culpa fue mía.
-¿Por?
-Yo tenía todo en el mundo: Una bella casa con un enorme jardín, dos
hijos y un esposo. Incluso un perro.
-¡Qué bello!
-Sí. Todo era como en los cuentos, pero muchas personas no
estamos preparadas para la felicidad. Nos la dan y no sabemos qué
hacer con ella. Exigimos más de la vida. Queremos que los que nos
rodean sean perfectos, que hagan lo que nosotros pensamos que deben
hacer, y somos tan exigentes que siempre encontramos la mota en el
ojo de los que nos rodean, y no vemos la viga en el nuestro.
-No sé.
-Ya te lo digo yo, pues es lo que me pasó a mí.
-Seguro que alguien le hizo daño-añadió Rosita.
-No. Fui yo misma quien se hizo daño.
-¿Cómo?
-Pues no lo sé. O mejor, ahora sí que lo sé.
-Qué le ocurrió.
-Yo tenía todo en el mundo, como te decía. Pero sentía que
la vida se me escapaba...
-No entiendo -dijo Rosita.
-Eres muy joven. Pero cuando se llega a una edad, es como
si no pudiésemos asir el tren de la vida. Todo va muy deprisa. Hemos
conocido la vida, el amor, los hijos...y delante ya no queda nada...
sólo el vacío.
-Pero...
-Hay personas que descubren un mundo nuevo. El mundo del
alma, de la religión, algo, que bien sea verdad o mentira, el caso
es que a ellos les sirve.
-¿Y usted?
-Yo fui como muchas de mi generación. Educada en ausencia
de la fe, de la religión o de alguna creencia...no sabía a qué agarrarme
y opté por lo que más daño me hizo.
-¿Qué fue?
-Encontré pequeños objetos en las basuras. Es como si me
diesen la vida.
-¡Pero...entonces...yo soy como usted!
-Sí y no.
-No entiendo.
-Yo había vivido ya mi vida...Y debía dar otro paso, pero
regresé a mi infancia, pues el hecho de husmear y rebuscar en el contenedor
de basura era como encontrar pequeños juguetes, vestidos para las
muñecas, no sé... era como si me trasportasen a mi infancia, cuando
era feliz.
-¿Y yo?
-Tú... -se quedó pensativa la mujer harapienta.
-¿Sí?
-No sé.... déjame pensar.
-¿Qué tiene que pensar?
-Un momento...no seas impaciente.
Aquella mujer vio en un destello algo que nadie había visto
de la niña...
-Ya sé.
-¿Sí? -preguntó la jovencita Rosa.
-Ya sé qué te ocurre.
-No me ocurre nada. A mí me gusta rebuscar en las basuras.
-Sí. Sí que te ocurre.
-Pensaba que no me pasaba nada, que los demás no me comprendían....
dijo Rosita dudando.
Ahora la mujer miró fijamente a los ojos de la muchacha. Las dos tenían
la misma altura.
-Mira... ¿Cómo te llamas?
-Rosa
-Bien...Mira, Rosa... Tú estás enferma.
Rosita miraba a Ángela... Tenía tanta veneración por aquella
figura que se tomaba muy en serio todo lo que decía.
-Creo... que tú fuiste en otra vida alguien como yo. Y es
por ello que quieres volver a repetir la misma experiencia.
-¿Quieres decir que en otra vida fui una buscadora de basuras?
-preguntó Rosita, cuya cara estaba cambiando por instantes.
-Sí. Rosa. Así es.
-Pero...
-Siempre, los humanos perseguimos conseguir los sueños.
-Como yo, que desde que vi tu cuadro quedé fascinada con
él.
-No lo puedes expresar
de mejor manera.
-Pero... perseguir los sueños ¿no es algo bueno?
-Hay varias clases de sueños. Unos vienen del alma, que nos
intenta llevar hacia algún propósito, pero hay otros sueños que en
realidad son recuerdos del pasado. Recuerdos tan profundos que parecen
totalmente reales, hasta tal punto que nos llegan a obsesionar, pues
no solamente son recuerdos, sin que en sí mismos son como embrujos
que obligan a las personas a hacer lo que ellos quieren. Son actitudes
de toda una vida concentradas en una imagen. Ése es su poder.
-Entonces...es como si
fuésemos esclavos de los sueños.-razonó la joven.
-Así es.
Rosa se quedó pensativa.
De golpe, era como si sus ojos viesen por primera vez la realidad
de su comportamiento. Sentía algo parecido a como si le hubiesen quitado
un velo de la cara. En aquel preciso instante el olor de los restos
orgánicos llegó nítidamente hasta su nariz. Y no le agradó en absoluto.
Más bien estaba tremendamente incómoda.
-Creo que entiendo lo que
me quiere decir- respondió Rosa.
-Sí, lo sé, Rosita. Sé que has captado lo que intento explicarte.
-Gracias-dijo la joven.
-De nada, Rosa...Para mí, ha sido muy importante poder ayudarte
y hacerte comprender tu gran error.
-He mentido.
-Ya... Tienes padres -dijo
la mujer de las basuras.
-Sí - afirmó bajando la cabeza.
-No debes avergonzarte por ello. Tienes una gran suerte.
-Sí... -respondió Rosita mientras sentía una imperiosa necesidad
de regresar a casa.
-Corre, vuela hacia tus padres...seguro que te están echando
en falta.
Rosa besó a Ángela y dio media vuelta para
irse a su casa. La vagabunda se emocionó. Dos gruesas lágrimas rodaron
por sus mejillas. Su corazón estaba alegre. Había conseguido ayudar
a Rosa. De algo había servido su sufrimiento.
Rosa de camino a casa cuando
contempló la silueta de su padre que se acercaba cabizbajo. Echó a
correr y se abrazó a su torso con enorme fuerza.
-¡Papá! No te preocupes,
ya estoy curada.
Andrés
miró a Rosa. No llevaba ningún carro. Los ojos de su
hija eran los de siempre.
-¡Hija!
Padre e hija regresan
a casa
Fin
Texto
e ilustraciones: Quintín García Muñoz
A
la Cueva de los Cuentos
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