APUNTES SOBRE ZUERA

Apuntes sobre Zuera. Jugando a la taba.

 

 



Juegos

La Taba
Actualmente se puede estudiar cualquier juego en internet, así que solamente señalaré algunos apuntes sobre lo que vivíamos con estos juegos.
Hay que recordar que en los años sesenta casi todos los niños llevábamos pantalones cortos. El juego consistía en tirar la taba al suelo y quien tenía el rey ordenaba al verdugo que le diese azotes con un pañuelo de tela anudado a aquel que sacaba tripa; sacar hoyo no tenía castigo. Había diversos castigos, latigazos o macarios. Al principio se empezaba bien, pero poco a poco algunos de los contendientes comenzaban a encenderse y no se cortaban a la hora de vengarse de algún castigo anterior. Lo normal era penalizar con uno o dos macarios en la palma de la mano, pero en ocasiones se pasaba a quince o veinte según seguía la partida, y lo que ya era muy extremo, un pernil. O sea que el macario con el nudo del pañuelo se daba en la parte in¬terna de la pierna. Al final, el juego se terminaba con varios de los jugadores amenazándose para la siguiente partida. Actualmente diríamos que era un juego excesivamente salvaje, pero en aquellos tiempos estaba visto como algo normal.

 

Churro, media manga y manga entera
Otro juego que terminaba también con discusiones, si bien aquí la venganza era más difuminada por el grupo. Los participantes normalmente se limitaban a saltar sin demasiada animadversión sobre el que estaba debajo, pero conforme pasaban los turnos, siempre existía el que brincaba con muy mala idea sobre la espalda de los que la pagaban, y a la siguiente ronda, la venganza estaba servida, lo que llevaba a nuevas discusiones.

 

A la una andaba la mula
También era corriente que en ocasiones varios niños pasasen agradables momentos saltando sobre unos sobre otros. El primero de la fila se agachaba, y los demás saltaban sobre él apoyando las manos en la espalda y después se ponían a continuación para que los demás saltasen. En el primer salto, todos decían cuando pasaban por encima: “a la una andaba la mula.” Para la segunda vez, se decía: “a las dos daba la coz”, y aquí ya venían los proble¬mas porque a la vez que se saltaba, con el tacón se daba una patada en el trasero, lo que generaba crispación si alguien se pasaba. En ocasiones alguno se levantaba más de lo habitual para que el que saltase corriese el riesgo de caerse al hacerlo, o incluso se levantaban en medio del salto. La partida se terminaba en reyerta.

 

Huesos de alberje
En verano, algunas veces íbamos a mangar avugos y alberjes, y en otoño mengranas. Comíamos unos pocos y después, el hueso del alberje servía para jugar. Cada uno de los jugadores, no había número límite, tiraba desde cierta distancia el hueso a la pared y aquel que se aproximaba más se llevaba toda la parva, necesitándose en ocasiones guardar tantos huesos de alberje en una lata, lo que era un verdadero tesoro como las carpetas y las canicas.

 

Las carpetas
He buscado en internet el juego de las carpetas, pero no lo he visto como tal, y casi me he alegrado, pues de esta forma puedo aportar algo que no se encuentra en la red a la primera. Pasábamos muchas horas jugando a las carpetas y lo cierto es que era muy divertido. Para fabricar una carpeta se utilizaba un naipe, daba igual si era de rabino o baraja española, todos valían. Se partía el naipe en dos mitades de forma longitudinal. Luego cada mitad se doblaba en tres partes, y al final una mitad se ensamblaba con la otra mitad. En la parte delantera aparecía el anverso de la carta y en la parte posterior se mostraba el reverso, normalmente de color azul o negro.


Para comenzar a jugar se ponían dos carpetas en el suelo, y la dificultad consistía en lanzar una carpeta con fuerza contra las dos que estaban juntas en el suelo. La parte de atrás de la que estaba encima había que volverla y luego, a la que estaba debajo también había que darle la vuelta. En ocasiones se lanzaban veinte o treinta carpetas hasta que alguien conseguía el objetivo.
Había algunos trucos y un contrincante podía poner su carpeta encima para que el siguiente que lo intentaba no pudiese dar la vuelta. No había límites en los participantes, aunque lo más normal era jugar uno contra uno. Lo bonito era llevar en la mano un buen mazo de carpetas e ir intentándolo. El juego terminaba cuando uno de los dos se rendía porque apenas le quedaban carpetas para jugar; en algunas ocasiones se podía pedir prestada una o varias carpetas a la parva y devolverla si se ganaba. Era un juego muy competitivo, pero muy limpio, salvo alguna excepción. Lo normal era acabar con la pierna un poco dolorida por el golpe que a veces daba la mano en el interior del muslo cuando se lanzaba la carpeta.

También se podrían mencionar, Marro, cambiar tebeos, cromos y cajas de cerillas vacías, donde aparecían los futbolistas de cada equipo de primera y segunda división.

Apuntes sobre Zuera. Jugando a las carpetas.

 


Las canicas

Probablemente los juegos de las carpetas y de las canicas se llevaban la palma entre los juegos infantiles. Las canicas se vendían en algunos comercios, muy especialmente en la plaza de España, en el puesto de la señora Carmen. Cada domingo estaba la mesita con juegos de plástico, pistolas de agua, trompetitas o chuflainas, caballos, caballeros, coches y toda clase de dulces. Las canicas eran de barro, de cristal y de piedra. Las de barro valían una perra gorda, y las de cristal y piedra dos reales o una peseta. Con una peseta, que era la propina del domingo, se podían comprar diez barritas de regaliz, o diez caramelos, o cinco barritas y un gorrito de merengue. No recuerdo cuánto costaban las pistolas de agua que eran uno de los juguetes preferidos en verano. Con las pistolas de agua recorríamos todas las calles para mojarnos y en ocasiones se utilizaban para mojar a las niñas en los bailes de la plaza; también las utilizábamos por la noche tomando la fresca. El juego de las canicas era muy estimulante y favorecía la habilidad con las manos, especialmente con la que se utilizaba para lanzarla. Había que tener buena puntería y calcular la distancia y la fuerza. El jugador que ganaba la partida se quedaba la canica y se la echaba a la pocha, que podía estar rebosante de más canicas o simplemente llevar una o dos. Lo normal era llevar más, porque lo más terrible era ver cómo jugaban los demás y tú te quedabas mirando. En el juego podían intervenir varios jugadores. Se iniciaba la partida tirando la canica desde una distancia de varios metros al gua o agujero, y meterla. El siguiente paso era acertar a la canica contrincante tres veces: chiva, pie, tute y por último hacer gua. Es decir que el jugador debía hacer los cinco pasos antes que el contrario los completase y ganarle la partida. En algunas ocasiones un jugador podía haber dado el tute al contrario, pero mientras no metía la canica en el gua y se quedaba muy cerca del mismo, el contrincante podía arriesgarse y hacer un gua desde muy lejos. Lo más difícil ya estaba hecho y seguidamente hacía chiva, pie, tute y gua, y ganaba la partida cuando aparentemente tenía todo perdido.


Seguidamente se introducía la canica en el agujero y se ganaba la canica del adversario y el trofeo iba al bolsillo. Cuando se regresaba a casa se contaban las canicas que se habían ganado, y se era feliz. Si por ejemplo, un jugador llevaba una canica de barro, debía ganar cinco veces para arrebatar al contrincante la canica de piedra. La de cristal equivalía a diez victorias de una de barro, aunque normalmente tal victoria era imposible, porque una canica de piedra era más fácil de dirigir y tenía mucha más fuerza.

 

Apuntes sobre Zuera. Jugando a las canicas.



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