EL CONCURSANTE

 

 

Roberto era un escritor aficionado y un ilustrador principiante.

Tenía la ilusión de que sus libros y sus ilustraciones fuesen muy conocidos y valoradas. Si bien no quería ser famoso, pues pensaba que la fama se conseguía a costa de un precio excesivamente alto: se perdía la libertad de caminar por las calles sin llamar la atención y vivir una vida tranquila. Se sentía feliz con saludar a unos pocos conocidos y amigos.

 

 

 

Todavía recordaba la ilusión que había puesto en algunos cuentos, el esfuerzo realizado, y el amargo sabor de boca correspondiente al no tener respuesta de los diversos concursos literarios en los que había participado. Vamos, que no había ganado ni siquiera un simple accésit.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

-Esta vez será diferente -se dijo Roberto-, es un concurso para ilustradores.

Así que Roberto puso cerebro, neuronas, huesos, manos, dedos y ordenador a trabajar.

 

 

 

Lo primero, para quedar bien con el señor Alcalde y los señores Concejales, dibujaría el ayuntamiento de la ciudad. Reflejo de la sumisión de los ciudadanos al orden y la disciplina de las que ellos eran los máximos representantes. Y no lo haría perfecto para que se notase que era dibujo y no una fotografía convertida en ilustracion.

 

 

 

 

Pero... ¿qué sería de un cuadro tan bonito si no tuviese fuegos artificiales, tal y como venía siendo costumbre?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Y por supuesto, lo esencial en unas fiestas, la gente.

 

Tampoco se podía dejar sin insertar una figura esencial en la región: una joterica.

 

 

Y para terminar, ¿qué podía haber más interesante que la promoción de las bicicletas como símbolo de la ecología? En definitiva, la ilustración ideal. Solo había que esperar pacientemente, una vez llevada la ilustración en el soporte indicado.

 

 

 

Horror... Roberto había mejorado las torres posteriores, pero se había olvidado de borrar una que estaba mal. Ahora sí que el primer premio no era posible. Pero... ¡qué menos que uno de los accésits! Tampoco era para tanto, incluso quizás ni se habían dado cuenta.

 

 

Pero la espera fue en vano... Ni primero, ni segundo, ni tercero... En esta ocasión no se quedaría de brazos cruzados... Protestaría. Vamos que sí. Le iban a oír. Cogería el cuadro, lo partiría en mil pedazos y lo esparciría por las escaleras del edificio...

Luego fue a ver los cuadros que habían quedado los diez primeros... y salvo dos o tres que eran muy buenos, los demás eran de risa...

Casualmente el ganador tenía los mismos tres colores que el canal de televisión regional... Otro parecía hecho por alumnos de preescolar... Vamos... que se detectaba cierto tufillo...

O sea, de los diez primeros, tres eran muy buenos, pero tampoco habían ganado...

La decepción le duró unos días...

Y pensó: ¿no le había servido la ilusión de ganar un premio para trabajar y crear una bonita obra?

Roberto sonrió.

Realmente había merecido la pena el esfuerzo. Tenía una nueva historia que contar. Aunque, la verdad, al próximo año se presentaría, si lo había, a algún concurso de jotas de chascarrillo. Por lo menos el que se reiría sería el concursante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Texto e ilustraciones: Quintín García Muñoz

 

 

 

 

 

El Alma del Almendro: Un cuento de Francisco Javier Aguirre y Quintín García muñoz

.- Alexander tení

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