CUENTOS INFANTILES

PEDRO Y LAS HORMIGAS (II)

 la cueva de los cuentos

Cristal negro

 

Observó más detenidamente los cristales negros. Apenas emitían haces de luz, y, sin embargo, recibían muchos que no tenían respuesta.

Los blancos, por el contrario podían captar un haz de luz de un tono medianamente claro, y no sólamente se limitaban a devolver ese mismo rayo un más limpio, sino que regalaban, a veces, hasta diez. Y lo que aún extrañaba más, que los cristales de color blanco no menguaban en su fulgor, sino que por el contrario, cuantos más haces distribuían más aumentaba su luminosidad, y aquellos cristales que recibían un rayo blanco se tornaban más vibrantes y llenos de vida.

  

También le llamaba la atención el contacto que había entre dos cristales, uno de color dorado y el otro azul-blanco. Observaba cómo construían entre los dos diversas figuras: triángulos, cuadrados, triángulos dobles, hexágonos, octógonos. No había muchos cristales que hiciesen tales maravillas, y tanto le agradó el espectáculo, que envió su pensamiento hacia aquel lugar. Al instante eran tres los que compartían el mismo placer. Las figuras todavía eran más complicadas pero siempre de gran armonía.

 

Luz-Zul, se sentía estupendamente, vivo, alegre, como enamorado. Como si antes ya le hubiese ocurrido. ¡Tal vez había sido un sueño!

 

 

Idénticamente les ocurrió a Dorado y Perlisa. Durante varios días continuaron dibujando en el espacio, casi sin hablar, pues les parecía que se conocían de toda la vida.

 

Un día ocurrió algo muy curioso; habían conseguido formar un icosaedro de tres colores distintos, casi perfecto, y en aquel instante de máxima belleza, un rayo de luz blanquísima llegó hasta ellos infundiéndoles más vida y amor. Sólo duró una milésima de segundo. El mismo tiempo que tardó en penetrar por el mismo lugar un rayo de color negro. Oscuro como la noche más cerrada imaginable, sin estrellas ni luna. Se apagó la alegría. La belleza se esfumó. Cada uno de los amigos se recogió en sí mismo.

la cueva de los cuentos

Luz-zul estaba triste, pero no se resignaba a perderlo todo de nuevo ¿por qué decía de nuevo?-se interrogó a sí mismo-.¿No era la primera vez que hablaba los dos cristales?

Bien, fuera lo que fuese, pensó que el modo de salvar a sus dos amigos lo debería saber algún cristal blanco, y a uno de ellos le preguntó, quien le habló en los siguientes términos:

-Eres valiente Luz-Zul al intentar ayudar a tus amigos. Debes saber que los cristales negros son muy poderosos. Incompresiblemente tienen el mismo derecho que tú, o que nosotros, a vivir. Aunque sean egoístas y avariciosos queriendo absorber y retener todos los colores, son igual de necesarios en el universo.

-Tal vez...-continuó hablando el cristal blanco-exista una manera de salvar a Dorado y Perlisa. Yo te daré la fuerza, pero tú, y solamente tú, debes absorber el color negro que baña el cristal. Así quedará liberado el punto de luz sagrado, que también posee como nosotros, en el centro de su estructura.

-Continúa por favor-rogó Luz-Zul

-Tienes que tener tanto amor que aunque te inunden la oscuridad, el dolor y el hastío, seas capaz de beber hasta el último sorbo de tristeza y mantenerlo muy firmemente dentro de tu corazón. Es tal la fuerza que se desarrollará que pasarás a otro sueño distinto, y seguramente aprenderás algo muy importante.

 

Luz-Zul no lo dudó un momento. Se lanzó hacia el cristal negro. Rápido como una centella absorbió todo el color oscuro y de nuevo regresó a su hogar-cuerpo. En ese preciso instante, sus dos amigos quedaron limpios, pero Luz-Zul se transformó en un cristal de color azul-negro. La tristeza más terrible le inundó. El deseo de hacer daño, el deseo de poseer y el deseo de ser servido se despertaron en su corazón, hasta tal punto que le indujeron a desear que todo aquello que le rodeaba sufriese como el sufría. Todo incluso sus amigos Dorado y Perlisa.

 

La palabra clave para poder superar el sufrimiento estaba en el recuerdo, en no olvidar que él había tomado libremente la decisión.

 

la cueva de los cuentos

 

Una voz resonaba en su interior gritando: Amor... Amor.. y otra mil veces más poderosa vociferaba: Odio. Venganza...

 

Alguien dentro de él le decía: Mírate, de qué te ha servido ayudar a los demás. Obsérvate, estás sumido en la más terrible oscuridad, y ellos tan felices. Si no hubieses amado, ahora serías libre. A esto es a lo que lleva el servicio y el amor: al sufrimiento.

 

¡JA! ¡JA! ¡JA! Eres estúpido, patético. Deberías haber utilizado la inteligencia para ti mismo, para tu comodidad. ¡JA! ¡JA! ¡JA!

 

Luz-Zul se encontraba postergado, humillado, derrotado. Sentía el odio como un abismo de autodestrucción. Por su estructura corría el mal. Bajó a la oscuridad más negra y viscosa jamás conocida, pero justo en lo más profundo, había depositado un cristal blanco; era un punto en su conciencia, el recuerdo de sus seres más queridos. El recuerdo de la alegría del canto conjunto de los tres cristales. El recuerdo de comprenderse débil, del amor que el cristal blanco había otorgado a los tres amigos. Perlisa... Dorado...

Capturó el punto de luz que estaba totalmente enterrado en la oscura caverna, e instantáneamente el terrible mago negro de su interior comenzó a comportarse y hablar de otra manera:

-¿Crees que tengo salvación?

-Sí, la tienes-le contestó Luz-Zul

-¿De verdad?

-¡De verdad!

El color negro desapareció en un punto en el espacio, y el punto se tornó de color blanco.

Luz-zul se transmutó en un resplandeciente cristal blanco.

Dorado, Perlisa, y el antiguo cristal negro vieron todo:

Luz-zul era blanco y desapareció.

 

Lágrimas en forma de escarcha cubrieron los tres cristales. Lágrimas de alegría por la victoria, y tristeza por la desaparición.

Luz-Zul observó cómo todas los objetos que había a su alrededor se hacían más y más grandes, y esta vez llegaban a ser tan enormes que aparecían extraordinarios huecos en la materia. Cada vez más pronunciados.

Observó en el cielo cómo todo se separaba y tomaba forma esférica.

Velozmente, la piedra donde creía estar devenía en algo gigantesco, y todo lo demás se alejaba a la velocidad de la luz. El sitio donde reposaba se hizo infinitamente grande, tanto que todavía se coló por uno de los agujeros y se encontró flotando en el oscuro espacio.

 

Allá lejos divisó un punto azul que le atraía sobremanera. Se dirigió hacia él.

Era una esfera pequeñita. Sentía la atracción del punto con mayor fuerza. Cuanto más se acercaba más grande era y más y más reconocía aquel sitio.

 

¡La Tierra!

Ya no fue consciente de nada más.

Pedro, que permanecía con los ojos llorosos, y recostado junto a un árbol, se levantó y marchó hacia el colegio pensativo. Recordaba todo lo ocurrido.

Era un niño con suerte por recordarlo. ¡Si no, de qué me habría servido un viaje tan fantástico! -se dijo-.

¿Qué le había querido dar a entender el cristal blanco?

 

-¡Pedro! ¡Pedro, date prisa que llegas tarde! Le gritaban Violeta y Daniel.

Comprendió. En cada sueño siempre había tenido amigos. Los había perdido, y ahora los volvía a tener. Era el amor, la amistad y la belleza que sobresalían por encima de todos los acontecimientos e infortunios de la existencia.

LA CUEVA DE LOS CUENTOS

Aún lloró más, pero esta vez fue a causa de la felicidad que le produjo posar sus manos sobre los hombros de Daniel y Violeta.

-¡Qué alegría siento al ver a mis amigos, de nuevo -se dijo-.

 

-¿Qué te pasa Pedro?

-Nada... Es que soy tan feliz de que seáis mis amigos!

 

Los tres continuaron su camino.

 

Texto e ilustraciones de Quintín García Muñoz

 

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