El
Náufrago de Chiloé
Pintura de la escritora y
pintora mística María Eliana Aguilera Ormazábal
En
la claridad del alba con los primeros azules, Ingrid caminó por
los muelles de Valparaíso. El viento de la mañana era
cálido y el sol comenzaba a despuntar sobre los numerosos cerros
de la ciudad. El horizonte que dividía el mar y el cielo abandonaba
los azules intensos para dar paso a los tonos blanquecinos.
Ingrid llevaba un pantalón vaquero y una blusa transparente blanca.
Detrás de la camisa se adivinaba una hermosa figura de mujer.
Hacía mucho tiempo que vivía en aquella ciudad. Diseñaba
hermosas casitas para personas muy acaudaladas de Santiago que invertían
en la ciudad costera, esmeralda de pasado esplendor.
A los diez minutos aparecieron Vale y Perlita, dos muchachitas entre
quince y dieciocho años. La pequeña Vale, iba muy ilusionada.
Sin embargo Perlita habría deseado quedarse con sus amigos de
clase, pero ya tendría tiempo. Un poco más tarde, todavía
adormiladas, llegaron Cony la mayor, Lolo la física y Paulina
la amante del Planeta Tierra.
Aquel era un día especial. Durante muchos años Ingrid
había deseado hacer algo así y por fin, después
de trabajar duramente, había ahorrado lo suficiente para adquirir
un precioso velero.
Ciertamente estaban preparadas. Sus hijas no eran unas mojigatas, sino
que se habían desarrollado perfectamente y eran todas autosuficientes.
¿Podemos zarpar Cony? –sugirió a la mayor
-Sí mamá. –contestó mientras encendía
los motores.
-Levar el ancla gritó entusiasmada Ingrid.
Viraron a estribor a la salida del puerto, el viento era de popa y la
encantadora tripulación faenaba según las instrucciones
de la madre. La rosa de los vientos marcaba rumbo al sud-oeste. Ya nada
podía ser más lindo. El corazón de Ingrid rebosaba
al ver a sus hijas todas juntas. Era uno de esos días que un
ser humano archiva entre los más felices de su vida. Un día
perfecto al que habían apuntado numerosos factores, como podían
ser la educación de sus hijas, conseguir clientes a los que diseñar
sus villas de recreo…
Tal vez, siempre hay un tal vez, había un pequeño huequecito
en el corazón de Ingrid que pedía ser llenado, pero esos
momentos en los que el viento les acariciaba en el rostro y miraban
al horizonte, al inmenso océano, disfrutando de la luz azul del
cielo y el mar, no debían ser empañados por pensamientos
de añoranza.
Vale, la menor, permanecía muy cerca de su madre. Deseaba aprender.
Le encantaba tocar las velas y sentir las fuerza de las gruesas cuerdas
sujetando las velas.
Fue poco después de medio día, ya de vuelta, cuando oteando
el horizonte Perlita divisó un náufrago sobre una madera.
Se acercaron a él y con enorme cuidado le subieron a bordo. En
aquel instante, el corazón Ingrid le dió un vuelco. Era
un hombre de su edad, y con barba casi blanca. Con cuidado lo recostaron
sobre la proa y al ver su camisa rota y la piel totalmente roja del
sol pusieron crema sobre sus espaldas. Con sumo cuidado y frotó
aquella espalda de complexión más bien delicada.
Cuando
llegaron cerca de la costa tuvo suficientes fuerzas para responder a
sus preguntas.
- ¿Cómo se llama?
- John
Ingrid sintió un escalofrío. Nunca había visto
a aquel hombre, nunca había conocido a alguien que se llamase
John, pero algo le decía que aquel ser era ella misma. La propuesta
de llevarle al hospital de urgencias no cuajó. Algo le decía
a Ingrid que debían dejarle en el bote durante unas horas hasta
que se recuperase.
Ingrid
y Cony se quedaron mientras las otras cuatro se fueron a casa. Llamaron
al doctor de guardia pero no acudió. Lo cierto es que casi no
podían hacer otra cosa, sino esperar. Ingrid permaneció
la noche siguiente cuidando del náufrago, y cuando los primeros
tonos blanquecinos de la mañana se vislumbraban sobre el inabarcable
océano, despertó.
Durante largas horas, Ingrid había mirado la cara de aquel hombre
y su corazón encogido por la ausencia de amor humano a lo largo
de tantos años que incluso había perdido la esperanza
de encontrar un alma que colmase aquel hueco, ahora y allí presentía
que mientras empapaba el rostro sudoroso con un lindo pañuelo
de tonos rosados y azulados; mientras repasaba dulcemente las arrugas
de su frente; mientras recorría cada una de las facciones de
su curtido rostro: mientras percibía en sus dedos la tersura
de sus morenos hombros, por un segundo reencontró en sí
misma algo casi olvidado. El dulce encanto de volver a amar.
-¿Don...de esto...y?-fueron las primeras y casi inconexas palabras
que pronunció el náufrago.
-¿Si?- preguntó Ingrid cariñosamente .
-¿Donde estoy? – preguntó menos confusamente.
-Le hemos recogido en medio del océano.
-¡Ah! ¡Sí! Ya empiezo a recordar-dijo con cara
perdida en el horizonte de su pensamiento.
-¿Qué le ha pasado ? -preguntó Ingrid.
-El velero....
-¿Si?
-El velero. Yo soy aficionado a la vela y me dijeron que podría
pasar unas excelentes vacaciones cerca de Chiloé. Así
es que alquilé un barquito
-¿Y?
-Un fuerte e inesperado viento del sur, a la vez que una tremenda
tormenta hicieron que naufragase.
-Ha debido ser terrible!
-Sí ¿Sabe?
-Dígame.
-Soy aficionado a escribir. Siempre me han encantado las tormentas.
Siempre había soñado con estar entre las gigantescas
olas de un Océano.
-¿Por qué? ¡Si la fuerza de la Naturaleza es tan
terrible! –replicó con cariño Ingrid.
-No lo sé. Tal vez porque deseaba, necesitaba sentir el Universo.
Su fuerza.
-Pero una tormenta es algo que aterra a todo el mundo. Bien sea una
tormenta de nieve, o polvo blanco; bien sea un terrible aguacero acompañado
de rayos y truenos que encogen el corazón. Y ya la peor de
todas. Una tormenta huracanada en el océano. Esto es lo mas
aterrador que un ser humano puede sentir.
-Sí, es cierto. Pero ¿sabe? Hace años que perdí
a mis seres queridos y desde entonces, ya no temo a nada. Es más
a veces deseo que se me lleve la muerte. Apenas me queda algo que
hacer en este maldito mundo.
-No diga eso ¡Por Dios! Siempre hay algo por lo que merece la
pena vivir.
-Sí, tiene razón. Es que a veces me dejo llevar por
mi gusto por lo trágico. Sin embargo, ahora recuerdo que en
medio de aquellas inmensas olas, grité desesperadamente el
nombre de mis padres. Llamé a Dios si es que existe. Imploré
a mi ángel de la guarda, que de niño me decían
que existía... Y al final cuando todo parecía perdido,
pude atarme a una tabla y gracias al chaleco salvavidas y a la madera
pude sobrevivir a aquel infierno.
-¡Madre!
-Entonces fue cuando más aprecié la vida. Y aprendí
el hermoso don que es poder vivir. A la vez me ocurrió algo
extraño. Entre los resplandores de los rayos vi que unas formas
angelicales de mis padres me acariciaban dulcemente y me consolaban.
Y aquello hizo que todo temor se alejase de mi mente. Si el Océano
tenía a bien dejarme vivo, aprovecharía los años
que me quedasen sobre este imponente planeta, y si por el contrario
desaparecía de este mundo, ahora sabía con toda certeza
que en el más allá nuestros seres más amados
nos esperan con infinito amor.
-¡Uao!- exclamó Ingrid nerviosamente. Tanto por lo escuchado
como por el creciente amor que sentía por aquel hombre.
escribí una novela sabe?
-¿Iba con alguien más?-Preguntó Ingrid mientras
miraba a aquel ser tan extrañamente conocido
-No.
-¿De donde es usted-Siguió preguntado Ingrid, si bien
ya sabía la contestación.
-Soy español.
Ingrid se estaba "enamorando por momentos". Era su cara,
su piel tostada, su acento, sus manos. El corazón le latía
aceleradamente. John ya estaba más despejado, se fijó
en Ingrid, miró sus ojos, observó su camisa transparente,
pero lo que más le atrajo fueron los ojos penetrantes.
-Como le decía-continuó el náufrago-escribí
una novelita de amor.
Ingrid ya comenzaba a imaginar a aquel hombre moreno escribiendo en
una buhardilla, mirando al espacio lejano, utilizando sus elegantes
manos, reposando la mirada en la lontananza... se había ido
a otro lugar, y cuando regresó las palabras volvían
a ser captadas por sus oidos.
...inventé, o eso creía yo, una historia de piratas...
Lo cierto es que a veces en sueños esos relatos colmaban mi
alma.
-Cuénteme por favor. Me encantan las historias de piratas-Se
apresuró a rogar Ingid.
-Bien-empezó el español- Es la historia de un hombre
y una mujer. Los dos fueron los piratas más terribles de las
islas de Chiloé
-¡Qué emocionante!
-Sí- Contesto el escritor
-Ambos se amaban...¿Sabe? –continuó por otros derroteros
distintos a la novela- Lo más curioso e inaudito es que un
día ascendí por un sendero de las isla grande y encontré
algo que me sobrecogió.
Pintura
de la escritora y pintora mística chilena María Eliana
Aguilera Ormazábal
-Dígame
por favor.
-No se lo va a creer. Bien-prosiguió el novelista- En mi
historia llamé a los personajes : John puesto que yo me llamo
Juan y a la pirata le puse Ingrid, simplemente porque se me ocurrió,
y he aquí que cuando subí por un sendero, encontré
una antigua tumba en lo más alto de la isla. Había
en la misma dos figuras cogidas de la mano y grabado en la lápida
de piedra: Ingrid y John.
-¡Dios!-exclamó Ingrid.
-Como comprenderá mi sorpresa fue mayúscula.
-¿Cómo pude escribir algo que tal vez había
ocurrido? –Preguntó la mujer.
-Eso mismo me dije yo, pero no hallé ninguna respuesta. Sin
embargo algo curioso. En la lápida se leía borrosamente
“nuestra estancia en Valparaíso...” Sin dudarlo alquilé
un velero y me dirigí hacia aquí, siempre cerca de
la costa, y el destino ha querido que me salvasen ustedes.
Para entonces, Ingrid que sabía algo más. Un detalle
importantísimo, había empezado a llorar.
-¿ Por qué llora? –Preguntó el navegante.
-¿Puede levantarse?
-Sí. Creo que me costará, pero sí.
Ingrid acompañó a aquel hombre hasta la popa del velero
y le mostró la el nombre del barquito: I&J
-¡Dios! ¿Es lo que me imagino?
-Así es. Es justamente lo que está pensando.
-John se quedó mirándola. Y se atrevió a preguntar:
-¿Acaso se llama usted Ingrid?
-iSí! La J, es porque desde niña, siempre me decía
que encontraría un hombre que se llamaría John.
El escritor apenas podía creer lo que estaba sucediendo. Miró
a aquella mujer de ojos durante unos minutos que fueron una eternidad,
expresando infinito amor. Era una mirada que llenaba sus corazones.
Sentían su latir apresurado. El español se atrevió
a acercarse a Ingrid, quien se quedó paralizada por su timidez,
pero deseando en lo mas profundo de su corazón que ocurriese...
John con su mano limpió las lágrimas de Ingrid y acercando
los labios y besó su frente. Él sabía de miradas
perdidas en el horizonte, de miradas que esperaban el amor imposible
y eterno. Hubo algo más, en los ojos de aquella mujer, comprendió
que la leyenda de Ingrid y John había viajado desde el Pasado
y ahora estaba allí. Ambos estaban allí. Por un momento,
por un instante efímero. Recordaron las batallas en las que
habían participado, los barcos que habían hundido, los
capitanes españoles que había capturado, pero lo mas
importante es que se habían reunido de nuevo y ahora el corazón
de ambos vibraba al unísono.
Él
tomó las manos de Ingrid, cerró sus ojos y la besó
con infinito amor. Con un amor anhelado durante, tal vez, quinientos
años. Ellos no sabían que siempre habían permanecido
unidos a través de sus almas en el mundo celestial.
Ilustraciones:
Maria
Eliana Aguilera Hormazabal
Autores:
María
Eliana Aguilera Hormazábal
y Quintín García Muñoz