EL ÁRBOL DEL AMOR
En un parque había un inmenso y frondoso árbol. Muchas personas lo contemplaban y disfrutaban de su fuerte tronco y sus innumerables ramas que probablemente cubrían un espacio de doscientos metros cuadrados. Pero nadie supo nunca de su misterioso pasado, excepto Ana, una mujercita de dieciseis años. Ana tenía una cualidad especial. Entndía el lenguaje de los árboles, o más bien escuchaba el sonido ululante, cálido y envolvente que como notas musicales llegaban hasta sus oídos. Nada podía decir de aquello, pues la habrían tratado como a una pequeña loquita. Pero ella, muchos días caminaba por el parque y durante largos minutos escuchaba la canción del mayestático árbol. Un día de primavera, cuando el árbol lucía esplendoroso sus flores rosadas, Ana deseó abrazarlo con todo su corazón. Se acercó hasta su inmenso tronco, y a los pocos segundos de poner sus delgados brazos sobre la corteza del gigantesco árbol, ocurrió algo extraño. El árbol se abrió y envolvió en una cálida y aterciopelada oscuridad a la mujercita. Se sintió acogida y arrullada por un cariño que no había conocido nunca, y que durante los largos días de su corta vida había añorado. Se encontró en un lugar muy extraño donde era de noche y las estrellas titilaban extraordinariamente brillantes sobre unas enormes montañas. No había salido de su estupor cuando por un camino se acercó un hombre joven andando.
Ana se acercó a aquel joven y le abrazó con todas sus fuerzas. Le besó en las lágrimas que rodaban por la cara y en ese preciso instante se terminó aquel viaje al corazón del árbol. Mientras contemplaba su frondosas y exuberantes ramas, el enorme tronco tomó un hermoso color rosado, después todo el árbol se tornó dorado y por fin se secó. Todo el mundo pensó que había sido una tragedia para el parque. Pero Ana supo que en realidad había sido una bendición y una liberación hacia el verdadero amor.
Texto e ilustraciones de Quintín García Muñoz
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