La leyenda de la Virgen del Sauce

-fantasía imaginativa-

 

 

 

 

 

 

la cueva de los cuentos

Leyenda de la Virgen del Sauce

 

 

-Papá cuéntanos un cuento -rogaron los niños cuando estaban a punto de dormirse.

-De acuerdo -respondió el padre a sus dos queridos hijos Alejandro y Guillermo.

-¿De qué va a ser? preguntó Alex el más pequeño e impaciente.

 

Su padre sonrió y dijo enigmáticamente. Hoy os contaré dos leyendas que ocurrieron en el mismo lugar pero con quinientos años de diferencia.

-¡Son muchos años! exclamó el mayor.

-Según como se mire. Al fin y al cabo si pusiesemos la vida de cinco personas de cien años, eso sería todo.

-Pero cien años... son tantos

-Tal vez sean muchos para nosotros pero no para otra Humanidad. Ja Ja Ja

-¿Hay otra Humanidad que no sea la nuestra?

-¿Quién lo puede saber con total certeza, si a quienes lo han afirmado les han llamado alucinados, fantasiosos o incluso locos. Pero os voy a contar algo que me dijo el abuelo respecto a la vida de los seres conocidos, y tal vez ello os pueda hacer pensar que pudiera ser que otros humanos por llamarles de alguna forma, pudiesen alcanzar esa edad.

 

-Si, ya sé lo que vas a decir, papá.

-¿Ah sí? Pues di tú por favor.

-No me acuerdo

-Ahhhhhhhh. Entonces lo tendré que repetir.

-¡Jo! ¡Otra vez! - dijo resiganado Alex.

 

 

Tres años vive un milano.

Tres milanos un perro.

Tres perros un caballo.

Tres caballos un dueño.

 

 

-Y eso ¿cuánto hace?

-Pues está muy claro. Tres por tres son nueve y por tres veintisiete y por tres hacen 81 años.

Así que imaginemos que existiesen unos viajeros en otro lugar que viviesen tanto como la diferencia entre un milano y el perro, que son tres veces más, y podríamos decir que 81 por 3 darían 243 años.

 

A este resultado habría que añadir el efecto de viajar a la velocidad cercana a la luz. Así pues... dejemos rodar la imaginación y escuchemos estas extrañas leyendas.

 

 

Los ojos de los niños estaban a punto de cerrarse, pero el padre parece que le había tomado gusto a eso de contar cuentos, y comenzó.

 

Hace casi novecientos años que en un lugar desde donde se divisan las montañas que atravesó el general cartaginés Anibal para ir a conquistar a los romanos...

- cogió aire (para eso están las comas) el padre y sonrió para sus adentros, pero los niños ya solamente veían montañas...-

Bien. En ese lugar pasa un hermoso río. Los árboles que beben de sus aguas son sauces.

Algunas veces se les denomina sauces llorones.

Debe de ser porque sus ramas son lacías y caen hacia el suelo como lágrimas.

 

-¡Papá!

-¿Sí?

-¿Empieza ya el cuento?

-Sí, ahora mismo.

 

Fue hace más de ochocientos años. Cerca del río había un pequeño monasterio o castillo templario. Desde su posición se veían a la derecha las inmensas llanuras donde últimos árabes todavía permanecían en esta parte de Europa.

Y no muy lejos de allí unas verdaderas fortalezas.

 

Todos los días Sebastían oteaba el horizonte para vigilar el paso hacía las fortalezas.

 

El sol del amanecer iluminaba la larga cicatriz de su cara. Doloroso recuerdo de su estancia en las las cruzadas de Tierra Santa.

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Aquel día de mayo bajó, como era su costumbre, hacia el río, y, atravesando el frondoso bosque de sauces, comenzó uno de sus cotidianos y fervorosos rezos.

 

Transcurridos unos minutos, fue a coger agua del río cuando a su izquierda escuchó el soplido de un caballo y una hermosa doncella árabe junto a un un sauce.

 

Se acercó incrédulo de lo que contemplaban sus ojos.

 

Cogió la empuñadura de su espada y se acercó con sigilo.

La mujer abrió los ojos y expresaron un enorme sobresalto.

 

-Shhh. Tranquila. No te haré daño.

-La mujer intentó sacar la daga de su cintura, pero Sebastián no le dio tiempo a ello. Colocó la larga espada a la altura del cuello a la vez que le quitaba el puñal.

-¿Quién más va contigo?

-Nadie.

-¿Qué haces tú sola?

-Me he perdido. Mi padre es el señor de las tierras de la llanura. La tormenta de hace unos días espantó nuestros caballos y ahora mismo no sé donde estoy. Tal vez me estén buscando.

-Ya. Sin embargo estoy seguro que están lejos de aqui, pues nadie ha pasado, que nosotros sepamos.

-¿Me puedes quitar la espada del cuello? -rogó la mujer.

-¡Ah disculpa!

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Sebastián y Al-Azahar

 

Sebastián sacó de un pequeño morral que siempre llevaba, un poco de queso y se lo ofreció a la hermosa mujer, quien sin pensarlo pero con lentitud lo cogió.

 

-Tal vez deberías irte ya. No sé que puede ocurrir si te ven mis compañeros

-No puedo. Respondió la doncella. Mi caballo tiene una pata dañada.

 

Sebastían nunca había contemplado una belleza tan excepcional a lo largo de su dilatada vida.

Tez morena, cabellos oscuros al igual que sus grandes ojos, que, profundos, risueños y de enigmático misterio, expresaban un lejano sufrimiento.

Era la hija de un enemigo y sin embargo ya se había enamorado de ella.

 

-¿Cómo te llamas? -preguntó a la doncella.

- Al-Azahar

-¡Que nombre tan bello!

-¿Y tú? -respondión la mujer árabe.

- Sebastián.

-Al-Azahar le miró y también adivinó en los pequeños lagos azules el dolor de toda una vida de guerrero así como el anhelo de ser amado.

Quizás en lejanas tierras encontró un amor que no le correspondió.

La mirada de niño perdido tocó dulcemente su corazón.

 

 

 

 

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Al-Azahar habla con Sebastián.

 

-Papáaaaaaaa, te estás alargando -gritó desesperado por llegar a la acción Guillermo.

-¡Ah! perdón. Es que me parece estar viendo a los personajes del cuento

- ¡Jolín, en este cuento no pasa nada! -protestó el pequeño.

-¿Puedes mirar qué tiene mi caballo? -rogó Al-Azahar con suavidad.

 

Sebastián se acercó al animal de color azabache y le examinó justamente debajo de la pezuña. Tenía una astilla clavada lo que le impedía ponerse de pie.

 

Con sumo cuidado la quitó y el caballo se incorporó.

 

-Imaginaba que tendría algo así, pero no la había visto.

-Si, estaba demasiado oculta.

 

Sebastián devolvió la daga a Azahar. Ella, antes de cogerla, se acercó y besó con infinito cariño la cicatriz de Sebastián, se subió al caballo y se fue.

 

El caballero templario observó cómo se marchaba quien habría podido ser en otras circunstancias su compañera en esta vida, a veces tan dura, y cuando desapareció entre los sauces dejó caer unas lágrimas.

 

 

Estaba atardeciendo y la noche comenzaba a difuminar la alta pared del acantilado por la que discurría el estrecho sendero que ascendía hasta el templo-fortaleza.

 

Entre las neblinas que cubrían la arboleda, descendió una luz azulada sobre un sauce.

Sebastián quedó paralizado ante lo tantas veces había imaginado y ahora tenía delante.

 

La aparición de la luz.

 

Petrificado, observó cómo un nuevo haz de luz tocaba el suelo y una resplandeciente forma femenina se acercó hasta él como si no tocase el suelo. El caballero maravillado se arrodilló ante aquel ser angelical y dijo en voz baja y sin atreverse a mirar.

 

 

 

 

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-Soy vuestro servidor Virgen Santísima.

-No estés triste Sebastián.

-¿Cómo sabes mi nombre?

-Yo sé casi todo de ti -respondió una dulce voz. Ha sido el profundo anhelo de tu corazón una de las causas por las que he venido.

-Señora. No soy digno de contemplar algo tan majestuoso.

-Tal vez no soy lo que tu crees.

-Sí, Virgen Santísima. Sí que lo sois. Estoy totalmente seguro pues enseguida os he reconocido por los bellas pinturas que he visto a lo largo de mi vida. Y porque mi corazón así lo dice.

-Bien. No importa. Levántate.

 

Sebastián se alzó con la cabeza bajada. No se atrevía a mirar al rostro de aquella figura femenina. Sintió cómo le ponían una especie de medalla en el cuello y una hermosa esmeralda que colgaba de ella.

 

-Levanta la cabeza y mantén los ojos cerrados.

 

Aquella figura femenina tocó su cabeza de una forma tan extraña que parecía que le hubiese introducido los dedos hasta un lugar en la profundidad de su ser. Después, aquellos dedos recorrieron todo el interior de su cuerpo, bajando por dentro del pecho hasta la altura del corazón pero más bien detrás, junto a la columna. Justo detrás de los omóplatos sintió un calor que no quemaba y que le hizo estremecerse y sollozar.

 

-A partír de ahora llevarás en ti el poder hablarme cada vez que lo desees. Y algo más. De ahora en adelante, serás uno con todos los seres que te rodean y ya no te sentirás nunca más solo.

 

La luz se alejó y cuando se atrevió a abrir los ojos, la luz del sauce se hizo más pequeña y todo quedó en un impresionante silencio.

 

-¿Qué ha sido eso Sebastián? -llegaron hasta él sus compañeros que habían visto la luz.

-Ha sido la Santísima Virgen que se ha aparecido cerca de este sauce.

-Bendito seas Sebastián. Le dijeron sus compañeros y amigos mientras le llevaban hasta la fortaleza.

 

Y a partir de aquella época se consideró a la Virgen del Sauce la patrona del pueblecito al que pertenecía aquella fortificación. Con el tiempo se convirtió en ermita y todavía en nuestros días en el mes de mayo se honra aquel acontecimiento.

 

-¿Eso es todo papá? protestó entre sueños el pequeño que esperaba una aventura de guerra.

-Papá -añadió el mayor. Esa historia es de viejos y frailes. La virgen no existe. Espero que la segunda historia sea más emocionante.

 

-Te comprendo. El misticismo parece algo anticuado. Actualmente es mejor regirse un poco más por la ciencia, y que ésta no nos separe excesivamente de la realidad cotidiana. El padre sonrió.

 

La segunda leyenda ocurrió hace exactamente setenta y cinco años, doscientos días, tres horas, veinticuatro minutos, quince segundos, diez centésimas de segundo, y treinta y dos milésimas y diez nanosegundos.

 

-¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! -rieron los dos niños a carcajadas.

 

¿Os gusta así más?

 

-Síí

 

-Bien. Entonces seguiré.

 

Hace ese tiempo exactamente, que en los mismos grados de longitud y latitud, es decir en en el mismo lugar en el que apareció la Virgen del Sauce, un humano pudo percibir un campo electromagnético que debido a su intensidad y giro despidió unos haces de luz que incidieron sobre varios sauces. Entre aquel resplandor al testigo número uno le pareció ver formas de aspecto humano. Al testigo número dos le pareció contemplar a varios santos rezando. El testigo número tres tuvo la certeza de que solamente había un fuego dorado que no desprendía calor. Y el testigo número cuatro no vió nada. Como les podrían tildar de locos, acordaron no hablar del incidente. Y así pasaron muchos años, hasta que llegó alguien al pueblo y pudo hablar con el testigo número uno. Gracias a su relato, el erudito investigador creyó oportuno añadir una simple linea en cierta enciclopedia de objetos voladores no identificados. Colorín colorado este cuento se ha acabado.

 

 

 

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Los niños ya estaban dormidos, y el padre tenía un intenso brillo en los ojos.

 

Sus hijos permanecían acurrucados en las camitas, mientras él recordaba parte de su pasado, que estaba relacionado, de una forma extraña, con lo ocurrido bajo la ermita que permanece sobre los sauces que beben del río gálico, en la lejana tierra del gallo.

 

 

 

 

 

 

Autor:Quintín García Muñoz

Cuento coeditado en el libro

CUENTOS DE ALMAS Y AMOR

con D. Salvador Navarro Zamorano

e Isabel Navarro Reynés.

 

Autor e ilustraciones:Quintín García Muñoz

 

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