CUENTOS INFANTILES Y JUVENILES, NARRACIONES FANTÁSTICAS

APRENDIENDO A AMAR

 

 

la cueva de los cuentos

Alfonso fue abandonado en la calle cuando apenas contaba cuatro días de edad, y fue recogido y llevado a un orfelinato donde las condiciones de vida fueron duras e impersonales. A veces trabajaba allí una cuidadora joven que daba afecto a los bebés, pero en general, el continuo trato con los pequeñuelos volvía a las señoras mayores encargadas de su cuidado un tanto ariscas y tiranas. Poco a poco fue haciéndose huraño y desconfiado, y quizás podría haberse convertido en alguien comprensivo y sensible hacia sus semejantes; pero siguió por otro sendero, en cierto modo más fácil al principio, y su corazón albergaba odio y rencor a La Vida.

Desde muy pequeño aprendió la lección de que el dinero es el rey de este mundo, o por lo menos de gran parte de él, y germinó y creció el deseo de hacerse millonario. Muchos son los que sienten esa necesidad, y puede ocurrir que en ciertas ocasiones sea para ayudar a los demás, pero muy pocos lo consiguen. Alfonso tenía un destino muy pesado que cumplir, y todo lo que hacía le salía bien en lo que atañía al dinero.

Un trabajo muy continuado, sin ningún descanso y la suerte, le encumbraron en una posición tan destacada que, muy pronto llegó a ser propietario de una fábrica. Día a día su dinero y poder aumentaba; también su dureza de corazón. Los obreros debían rendir al máximo, o de lo contrario eran despedidos sin piedad. Hacía tiempo que los que permanecían en el polo de los opulentos se habían encargado de modificar todo tipo de leyes en defensa del trabajador, y aquélla época en la que un obrero podía dormir relativamente tranquilo, se había pasado al mundo de los sueños.

 

Hora tras hora vigilaba a sus esclavos (como él en su interior les llamaba).Minuto tras minuto ideaba nuevas técnicas de producción, y muchos de sus empleados estaban crispados de los nervios, no pudiendo hacer otra cosa que obedecer. Cuando alguna vez la fábrica estaba a punto de convertirse en un barco amotinado, muy sutilmente les (regalaba) una paga extra argumentando que habían rendido mucho, y se habían conseguido pingües beneficios en los últimos meses.

 -"Ya sabéis que a mí me gusta compartir con vosotros los beneficios y por eso cuando los hay como ahora, los comparto - decía Alfonso en forma de arenga -. Los obreros refunfuñando cogían el dinero y lo echaban al bolsillo. ¡Si no hubieran tenido una boca que alimentar como la de su mujer o sus niños, ya hubiera visto ese buitre! - pensaban -.

 Todo seguía como antes.

 Fuera o dentro del trabajo no conocía la palabra "Amigos", no tenía esposa, no tenía familiares, y lo que es peor no sentía el más mínimo lazo de unión con los hombres.

 Su vida era la fábrica y el dinero.

Su poder se extendía, como el de muchos empresarios, muy lejos... hasta influir en la vida cotidiana de las personas de la ciudad. Si había alguien que bien individualmente o en forma de grupo organizado se le enfrentaba, era muy capaz de quitarles incluso las miserables viviendas en las que habitaban. Siempre había una ley, un funcionario, un alcalde, un gobernante que pagaba los favores que Alfonso había hecho a la comunidad. Todos conocían que de su bolsillo había salido el dinero para costear las elecciones, y sus exorbitantes sueldos.

 A veces se sentía mal, pero recordaba sus tiempos en el orfelinato, tan tristes... que se consolaba a sí mismo diciéndose que lo había pasado tan mal que esos pequeños sobresaltos de conciencia no importaban, y que tenía todo el derecho del mucho de ser así.Muchos debían de pagar los sufrimientos de una infancia tan amarga.

 Hasta tal extremo llegó su ambición y orgullo, que si veía un vagabundo por la calle escupía al suelo, para avergonzarle y humillarle más de lo que su pobreza ya hacía. Eran seres que no merecían vivir..... pues no trabajaban - se decía -.

No quería comprender que hay en términos generales dos clases de vagabundos: los vagos y maleantes y aquellos que habiendo sido honrados y trabajadores toda su vida,el capital había declarado inútiles y sin derecho al trabajo.Más concretamente, los que él mismo se encargaba de echar para generar mas competitividad entre los obreros y obligarles a producir más con un coste ridículo.

 Hubo un momento, tal vez como un relámpago, que su poder llegó al máximo, pero. así como al principio de la primavera la tierra parece no tener nada y un buen día bullen las plantas, así de la misma forma pululaban sus enemigos y los envidiosos estaban esperando, acechando el más mínimo resquicio de debilidad para dar el golpe de gracia .

 

Alfonso no temía a nadie. "Él era", y no había nada más que hablar.

 

Un pequeño enfriamiento se le complicó y comenzó a tener dificultades en varios músculos, de tal manera que mientras deseaba decir algo de sus labios salían frases distorsionadas e ininteligibles. Fue a un médico muy famoso que le remitió a un especialista, y este le recomendó uno extranjero y todos coincidieron en el mismo diagnostico: Parálisis facial, en principio debido al enfriamiento, el que tal vez había agravado alguna pequeña lesión cerebral, quizás por una caída sufrida en su infancia. Momentáneamente solucionó todo desde su despacho, pero la gente comenzó a murmurar, y sus subordinados más audaces se atrevieron a dar alguna que otra orden que él no había escrito. Así de esta manera fue perdiendo el control de la empresa. El más ambicioso de sus directivos pagó a algunos obreros para que hablasen bien de él, y le hiciesen famoso. Hizo algunas pequeñas concesiones a los trabajadores y se encargó de que todos supiesen que había sido idea suya. Alfonso había perdido esa fuerza que da la palabra, ese sonido que puede ser definitivo a la hora de que se ejecute una orden, y cada día, mas ensimismado por su enfermedad comprendió lo que estaba sucediendo. Despidió al desleal directivo, pero este no acató la decisión y dijo que no se iba, y aun era más, le iba a llevar a los tribunales alegando enfermedad mental, lo que así ocurrió.

Ambos comparecieron ante el juez, quien, desgraciadamente para Alfonso, era uno de sus enemigos subterráneos, y cuantos más esfuerzos hacía por demostrar que no había perdido facultades para la dirección de la empresa, más causaba la impresión de todo lo contrario. Todavía se agravó más la situación respecto a Alfonso, pues alguien había introducido documentos muy mal redactados, entre las declaraciones escritas del empresario. Por lo pronto la declaración del Juez fue a favor del directivo, quien seguiría en sus funciones. Éste consiguió el beneplácito de los banqueros para proceder al reflotamiento de la Empresa. Alfonso tenía todo en contra: los obreros, los directivos, los financieros, y su propia moral que estaba por los suelos le hizo caer en una profunda depresión y ensimismarse todavía más hasta el punto de encerrarse en su propia casa. Transcurrían días y noches sin que nadie le viese, llegando a pasar semanas sin transmitir la más mínima orden, y si lo hacía no llegaba ni al umbral de su propia casa.

¿Qué abogado de la elite y en su sano juicio hubiese defendido a Alfonso? Un buen día se encontró de patitas en la calle, en la miseria y sin amigos. Triste y harapiento recorría la ciudad, y el poco dinero que poseía, pronto se evaporó, dejando paso a una vida en la que su único alimento eran los mendrugos de pan que a veces encontraba en los cubos de basura. Los vagabundos le señalaban con el dedo, pues todavía recordaban muy bien sus afrentas, y Alfonso sintió dolor amargo como la hiel. Un día de lluvia, cuando las madres preparaban la cena a sus bebés, cuando el padre cansado de trabajar narraba unas historietas a sus pequeños que yacían acurrucados en sus camas, cuando era la hora de bajar las persianas para sentirse mas seguros y recogidos. se dirigió hacia el puente del río. Se iba a suicidar. Ya estaba en la barandilla del puente, cuando a sus pies apareció un cachorro de perro. Era blanco y con pintas negras. Lo primero que se le ocurrió fue darle una patada, pero, sin saber casi "el por qué", de sus ojos resbaló una lágrima. Ese perro no tenía padres, no pertenecía a nadie, y no existía alguien que le pudiese ayudar. El pobrecito lloraba y le lamía buscando amor y protección.

¿ Acaso no era un ser semejante a él mismo?

Contuvo su pierna y lo cogió suavemente, mientras las lágrimas rebosaban en sus ojos y se confundían con las gotas de fina lluvia. Llevaba un mendrugo de pan en el bolsillo y le dio de comer al cachorro. Alfonso se había olvidado de sí mismo y de sus problemas y pensó en la mamá del perrito. Buscó con la mirada y siguió sin ver a nadie que se interesase por el pequeño. Así pues decidió refugiarse debajo del puente para que durmiese en su regazo. Acarició a Blanquito, que fue como le llamó. Y aquella noche fue la primera, tal vez en su vida, que se había preocupado realmente por alguien. Soñó dulces fantasías que renovaron su cansado corazón.

-Blanquito, toma más pan- le susurró.

Ya no le importaba el futuro, ni el dolor, ni el hambre, ni la cara. Solo su hijito. Era muy probable que en su próxima vida fuese afortunado, rico, todopoderoso... porque había aprendido la lección de que el verdadero amor, el dulce cariño era aquel que se sentía cuando una mano era tendida hacia otros seres con espontánea generosidad.

 

Autor:Quintín García Muñoz

 

 

 

 

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