MAESTROS

TODO EN TODO

 

 

 

la cueva de los cuentos

 

 

Teófilo García vivía en un pueblecito de montaña. Apenas eran cien los habitantes del mismo, incluidos los veinte animales de carga.

 

Desde niño se había dedicado a cuidar el pequeño rebaño de diez ovejas, cuatro cabras y algunas vacas desperdigadas entre los prados cercanos que ayudaban a su familia a mantenerse vivos. Lo que no era poco, pues le había tocado vivir justamente en la época de la guerra civil y los terribles años de la posguerra.

 

Aunque la aldea estaba muy cerca del sendero que debían transitar los peregrinos del Camino de Santiago, puesto que hacía apenas unas horas que habían salido de la capital de la Jacetania, nadie se detenía en el mismo.

 

Era un bello día de verano. Estaba sentado sobre la hierba oteando melancólicamente el río que se deslizaba lánguidamente por el valle, cuando un caminante se detuvo a su lado, le saludó y le pidió permiso para sentarse a su lado, aunque sin esperar su consentimiento lo hizo.

 

-Bello paisaje -le dijo el peregrino.

 

-Bonito...pero anhelo salir a ver qué hay más allá de las paredes montañosas...

 

-Voy en peregrinación a Santiago de Compostela, si deseas venir conmigo.

 

-Ojalá pudiera... pero mis padres son mayores y tengo que cuidar sus rebaños y ayudarles en las faenas de la pequeña finca que poseemos.

 

Durante una hora aproximadamente, el viajero compartió con el joven pastor un buen trozo de queso y le ofreció un trago de la bota de vino.

 

En un momento determinado de la conversación, el peregrino dijo que en una de las montañas más altas del Pirineo, había un gran Maestro, que había conseguido estar unas horas con él y le habían hecho un gran bien, que había desentrañado algunas de las preguntas más difíciles que se le planteaban respecto al propósito de nuestro universo. Y antes de partir le regaló un bello libro.

 

Teófilo García agradeció el regalo...

 

-Tal vez pase por aquí dentro de tres años -se despidió el misterioso viajero.

 

-Que tenga un bello viaje -le contestó Teófilo, sin atreverse a decirle que no sabía leer.

 

Pasaron los días, las semanas, los meses, casi un año... Y en su interior sentía una sed devoradora de saber. Hizo preguntas que parecían estúpidas a sus convecinos...

 

-Anda, chaval... tú dedícate a lo tuyo que es cuidar del ganado y roturar la tierra con las yeguas...

 

Tenía guardado el libro en un paño dentro de un cajón. En el pueblo no había nadie que supiese leer, y nadie pudo enseñarle. Eran terribles tiempos...

 

Obsesionado por conocer al Maestro, inició el camino hacia las altas montañas. Preguntó por él, y al final llegó hasta la aldea en la que vivía.

 

Cuando llegó, tuvo que esperar diez días para ser recibido por tan importante hombre. Había una enorme cantidad de peregrinos delante de él, pero por fin le llegó el turno.

 

la cueva de los cuentos

-Díme hijo. ¿Qué deseas?

 

-Maestro... ¿Qué es el mundo? preguntó Teófilo inocentemente.

 

 

-Todo en Todo -contestó el hombre sabio.

 

Un ayudante del Maestro tomó con delicadeza a Teófilo y le apartó de ese lugar de privilegio para que se dirigiera a la salida. No pudo hacer una segunda pregunta...

 

La frustración del pastor y labriego fue tan enorme que, durante los quince días de regreso, destrozó sus albarcas y magulló sus pies dando patadas a multitud de piedras que se interponían en su camino.

 

-Maldito Maestro... y decían que era un gran sabio... lo que es... un zote, un engreído, un maula... mira que decir que el universo es Todo en Todo... no se le habrá secado el cerebro ...

 

Cuando regresó a casa de sus padres, pasó un largo año en el que lanzó toda clase de improperios al Cielo, al Maestro y a Dios mismo...

 

Tal y como había dicho el peregrino, volvió a pasar al tercer año. La "casualidad"... quiso que volviesen a encontrarse. Teófilo le contó la frustración y más tarde el rencor y el odio que le había invadido durante tanto tiempo.

 

-¡No leíste el libro que te regalé!

 

-No... se leer -respondió el pastor en voz baja.

 

-Todavía me queda un mes de tiempo, antes de regresar a mi hogar... ¿Te gustaría que te enseñase a leer?

 

-Mi casa es la de un pobre... apenas podría disponer de un pequeño dormitorio...

 

-Por mí está bien... -respondió el viajero. - Te enseñaré mientras cuidas los rebaños... si quieres, por supuesto. Sólo, como condición, te pido que el libro que te regalé no lo saques del lugar en el que lo tengas guardado.

 

Transcurrieron veinticinco días y Teófilo ya había aprendido a leer. Era mejor estudiante de lo que aparentaba, y, sobre todo, tenía un inmenso interés en aprender.

 

-Ha llegado el día, Teófilo. Traéme el libro que tan cuidadosamente tienes guardado, y no le quites el paño que lo envuelve.

 

Teófilo estaba muy nervioso... Tal vez nunca había estado tanto.

 

-Ábre el paquete, por favor, -rogó el viajero - y dime cuál es su título.

 

Las manos apenas respondían... sus dedos se entrecruzaban presurosos...

Por fin, el todavía aprendiz de lector balbuceó

 

TODO EN TODO

Dios inmanente y trascendente

Por el Maestro Koot

 

 

Teófilo se quedó mirando el título.

la cueva de los cuentos

 

-Siento mucho haber hablado tan mal del Maestro -se disculpó el joven con lágrimas en los ojos.

 

-No pienses más en las cosas que hayas dicho de él. Cuando lo hayas leído, tal vez deberías volver a visitarle y darle las gracias.

 

-Así lo haré.

 

-Mañana me iré -dijo sin rodeos el peregrino.

 

Teófilo le miró con tristeza sintiendo que se le partía el corazón.

 

El viajero le abrazó abrazó y le dijo.

 

No llores, Teófilo, cada vez que me recuerdes, mi corazón estará en tu corazón y sentirás el gozo que llena a aquellos que perciben mínimamente que Todo está en Todo.

 

 

Texto e ilustraciones: Quintín García Muñoz

 

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