Mi maestro y yo


Juan Ramón González Ortiz

la cueva de los cuentos

https://es.pinterest.com/pin/1829656094206628/

 


Hace ya muchos años en un viaje a Madrid, conocí a un extraño y llamativo anciano, compañero de asiento.

Al sentarse junto a mí, me saludó suavemente y puede comprobar que tenía acento extranjero. Sin lugar a dudas, típico de algún país del este de Europa.

 


No quiso quitarse la amarillenta, y tal vez centenaria, gabardina, a pesar de que, ahora, dentro del tren hacía calor.

 


Yo me enfrasqué en mis lecturas y él, guardando un absoluto silencio, se dedicó a mirar, por las grasientas y vetustas ventanas, el paisaje desnudo y suntuoso del invierno castellano.

 

Había nevado copiosamente días antes y la nieve exhibía hasta el horizonte su manto silencioso y delicadísimo.
Así transcurrió casi todo el viaje.

 

 


De repente, el desconocido me miró y exclamó alborozado, “Válgame Dios, señor, pero si usted está leyendo el libro de Scholem sobre Cábala. Pero qué sorpresa, Dio mío”.

 


Alcé la vista del libro, y vi al anciano junto a mí que juntaba sus manos sobre su arrugada frente como pidiendo perdón por haber curioseado mi lectura.


Yo, asombrado de que alguien conociese el libro de Scholem, le dije con la mejor de mis sonrisas, “Este es el libro que cita Borges en su poema sobre el Golem, aquel simulacro de humanidad que creó Judá León, el judío de Praga”.

LA CUEVA DE LOS CUENTOS

https://es.pinterest.com/pin/67624431898825129/

 


Fue decir la palabra ”Golem” y una mágica y desconocida transformación se operó en el semblante del anciano.

 


Ante mis ojos, su rostro se tornó semidivino y un extraño resplandor pareció florecer sobre su frente. Toda la piel del cutis se estiró, retornó la juventud a ese decrépito y afilado rostro, y entonces vi un gesto firme y poderoso de osadía y de heroísmo.

 

 


De inmediato supe que aquel hombre atesoraba vivencias de alguna épica desconocida, valerosa, audaz, tal vez sobrehumana, ….

 

 


“Detrás de usted, hay una historia que contar, ¿verdad?”, le dije.


Al escuchar mis palabras y al darse cuenta de que yo le miraba admirado por el cambio que esa palabra había provocado en él, se irguió, y me dijo, “Rápido, dame tus señas.

 

Estoy llegando ya a mi destino. Voy a ver a un colega que va a intentar sanar mis dolencias.

 

Estoy mortalmente enfermo. Siento que la muerte me asesta golpe tras golpe. El destino te ha traído hasta mí. Inmediatamente supiste que estos huesos, estos nervios y este corazón aún tienen algo que contar. Te enviaré una cinta magnetofónica con cierta historia.

 

la cueva de los cuentos

https://es.pinterest.com/pin/291115563400412962/

 

Deja pasar el tiempo. Cuando sientas que la muerte te ronda como un lobo hambriento cada vez más y más cerca, ha llegado el momento de que esto sea conocido”.

Bien, ha llegado por fin ese momento. Aquel lobo del que me habló mi compañero de viaje me muestra sus ojos fríos y acerados en mis noches de insomnio….
Por tanto, empiezo la narración que aquel hombre me entregó.

“Rindo homenaje a mi maestro, al cual le debo tanto todo lo poco que soy ahora, así como lo mucho que puedo llegar a ser.

 


Él es el artífice mágico y bendito de esta maravillosa y terrible historia que todos debéis conocer.

 

Glorias le sean dadas al maestro Rabbí Eleazar cuando en el infernal campo de concentración de Stutthof derrotó con un acto de magia a los siervos de Lucifer, cosa que ni Adán pudo hacer.

 


Pongo por testigo al arcángel de Metatron, notario y escribano divino, de que cuanto digo aquí es verdad.


He dedicado mi vida completa a los veintidós senderos del Árbol.

 


La clave de todo sigue siendo las letras del alfabeto hebreo, con su significado interno y un valor numérico añadido.


Ya desde muy pequeño, cuando todavía vivía en Lituania, me pusieron un maestro en Gematría, que me enseñó los valores numéricos de cada letra, y como se interrelacionan las palabras. Y, posteriormente, ya en Rusia, concretamente en Bialystok, hoy Polonia, tuve un maestro en Notarikon, la disciplina que nos revela cómo dentro de una simple palabra puede haber una larga frase oculta.

 

 


Finalmente, siendo ya un mozalbete, y estudiando en Lodz, lejos de mis padres, conocí por fin a mi maestro, Rabbí Eleazar.

 

 

A él debo mi trabajo y mi vida entera. Él me enseñó la comprensión de que la ley sefirótica se expresa en todos los universos posibles.

 

La química, o la electrónica, y ya no digamos la mecánica, obedecen a estas leyes sefiróticas.

 

También para comprender las leyes del universo físico hemos de tener en cuenta los Pilares del mundo, que son la energía y la materia con el eje de la voluntad en el centro.

 


A veces creo que mi maestro, ya habrá abandonado el reino psicológico que es este mundo, que nos envuelve a todos, el mundo de la Formación y el mundo de la Creación y estará suspendido como un ángel bienaventurado, absorto y extasiado, ante el mismísimo Trono de Dios.

 

 


Fuimos detenidos demasiado pronto, en 1942.

 

 

LA CUEVA DE LOS CUENTOS

 

El Reichführer SS Heinrich Himmler estaba requisando absolutamente todas las bibliotecas, tanto públicas como privadas, con abundancia de obras de esoterismo y de magia, con destino al castillo de Wewelsburg, cuyo torreón norte iba a ser un centro de estudios esotérico poseedor de la más completa colección, de toda Europa, de libros sobre esoterismo.

la cueva DE LOS CUENTOS

 


Que vendrían a robar la biblioteca del maestro, era algo muy evidente pues en su miserable vivienda se agolpaban casi cinco mil libros exclusivamente de Cábala. Muchos de ellos eran códices escritos a mano y nunca publicados.

 

 

 

También había palimpestos, con dos escrituras superpuestas, sobre magia enoquiana en extraños idiomas mágicos, semejantes al caldeo, pero absolutamente incomprensibles.

 

 


- “Tengo ante mí a los Treinta y seis hombres justos”, me dijo el maestro. “Me han dicho que soy libre de elegir nuestro destino y me han autorizado a emplear contra estos demonios la palabra que da la muerte”.

 

 


- “Maestro, ¿qué debemos hacer?”

 

 


- “Afrontar la pérdida de todos mis libros y todo el tesoro de mis textos ocultos, y marcharnos al martirio con toda la apertura de corazón de que seamos capaces. No huyamos mientras el mundo entero sufre gigantescos dolores de parto, no seamos soldados cobardes”.

 


Así fue como nos detuvieron y fuimos conducidos con otros miles de desgraciados a las afueras de nuestra ciudad, allí en un descampado, paramos junto un cruce de vías de tren.

 

la cueva de los cuentos

 

Tuvimos que esperar horas y horas. Ni siquiera nos llevaron a una estación. Era una tarde verde y palpitante del mes de mayo.

 


De pronto, el tren, con sus viejos y carcomidos vagones de transporte, se acercó amenazadoramente desde el lado ruso.

 

Todo era tan lúgubre, tan desesperanzador y tan siniestro que una lágrima enorme y dura como una piedra rodó por mi mejilla abajo.

 


- “Valor” me dijo mi maestro. “Tú no morirás en el perpetuo día del juicio que hoy mismo empieza para nosotros, yo te lo garantizo”.

 


Llegamos al campo de Stutthof en poco tiempo, creo que el tren invirtió unas diez o doce horas de atormentado viaje.
Desde antes de llegar supimos que ese lugar era un verdadero reducto en el Infierno.

 


Ocupamos los despojos abandonados en los sucísimos barracones que antaño pertenecieron al Ejército polaco.

 

 

 

la cueva de los cuentos

 


Apenas hubimos dejados sobre los camastros nuestros pobres y miserables hatillos, fardos y atadijos, se nos dijo que esperáramos en posición de firmes la vista del comandante, el Sturmbannführer Max Pauly.

 

Así estuvimos horas y horas. Yo ya no me tenía en pie. Los hombros, las vértebras cervicales, todos los músculos de la espalda me estaban matando. Miré de reojo a ver qué hacía mi maestro y lo vi sentado sobre los tablones que hacían de colchón en las literas- Al menos, se sentaba justo en la esquina de la cama, para poder erguirse rápidamente llegado el caso.

 

 


En esto, como si fuera un vendaval de fuerza bruta y de odio, el Comandante entró en el galpón. Y lo primero que vio fue a Rabbí Eleazar ponerse firme, dificultosamente.

 

A gritos llamó a su ordenanza y le dijo que acudiese con la fusta y que de paso fuese a la Kommandantur e hiciese venir a toda la oficialidad. Pasaron unos instantes eternos….

 

 

 

 

 

Cuando todos llegaron, el Comandante del campo tomó la fusta y apartando bruscamente a todos los presos se dirigió a mi maestro.

 

 


- “Maldito pequeño judío, vas a estar sangrando lo poco que te queda de vida. Me pregunto por qué nadie te ha metido todavía un balazo. Desgraciado viejo. Te voy a dejar más desmenuzado que el rábano picante que te comiste en el Purim”.

 


Y, levantando el brazo derecho, lo cargó de fuerza y energía. Y con una rabia demoniaca lo lanzó contra el rostro del maestro. Pero, … entonces. … algo pasó.

 

la cueva de los cuentos

https://es.pinterest.com/pin/121456521193633988/


Como si se hubiera quedado congelado en el aire, aquel brazo se paró en seco.

 

Una fuerza sobrenatural se interpuso entre aquel diablo y la cara del Rabbí. Algo o alguien le cogía el brazo de la fusta con una fuerza ciclópea y no lo soltaba pese a los desesperados esfuerzos del Comandante Pauly.

 


En aquel entonces los mundos angélicos estaban cerrados para mí, pero yo sabía lo que estaba pasando.

 


- “Maldito judío qué horrible brujería es esta”, gritó el Comandante en el summum del terror.

 


- “Mi ángel no te dejará que me golpees, ni tú ni nadie. Si pudieses verlo ahora mismo, totalmente envuelto en llamas y siete veces más grande y más colérico que tú, temblarías”.

 


Acto seguido, el maestro murmuró una palabra en hebreo, y aquel hombre se vio libre de la garra invisible que lo aprisionaba….

 


Pongo por testigo al arcángel Metatron, poseedor de la Fruta de la Vida y del Divino Cubo, de que lo que acabo de contaros es verdad y ocurrió exactamente como os lo he dicho en estas líneas.

 

 

No menos de ciento ochenta personas entre alemanes y penados lo vieron aquella noche de primavera.

 

El asunto fue cuidadosamente omitido de toda comunicación oficial, pero fue el motivo de que, en el mes de agosto de aquel mismo año, Pauly, abandonase el lager de Stutthof por el de Neuengamme , siendo este el último comandante de ese campo.


Así pues, los guardianes y supervisores dejaron en paz a mi maestro. No se dirigían a él para nada, y una especie de terror sagrado lo rodeaba.

 

Si coincidían en algún estrecho pasillo mi maestro y un oficial del campo, rápidamente el alemán fijaba los ojos en el suelo y pasaba junto al Rabbí lo más rápido que podía…

 


Aun así, mi maestro trabajaba para el bien de los demás presos.

 

Su vida era estar al tanto de todos, recibirlos, animarlos, sobre todo consolarlos, escucharlos muy atentamente, y hacerles ver que debían poner toda su energía y mente en Dios.

 

Porque en la adversidad nuestra Alma ha de estar permanentemente puesta en Dios (al que llamamos comúnmente Adonái, o Hashem, “El Nombre”).

 


Yo tenía mi rutina de trabajo, durísima y exigentísima, pero nadie me perturbaba ni me perseguía pues todos sabían que era alumno del maestro.

 

El único alumno que tomó en esta vida.

 


Dado que el lager funcionaba bien y todos los objetivos de trabajo, incluidos los crímenes, se cumplían holgadamente,

 

¿Qué importancia podía tener un piojoso mago judío, y su discípulo? Mejor no prestarles más atención.

 


De todas maneras, la vida en el campo era imposible.

La comida era escasísima, nauseabunda y maloliente. Repugnante.

 

El odio, la violencia, los asesinatos, el abandono, la crueldad, el sadismo, el embrutecimiento más total eran inimaginables.

 

También lo eran la fatiga, el frío atroz, la enfermedad, los parásitos, el infierno de los parásitos y los enloquecedores picores nocturnos que nos impedían dormir,…

 


Todos esos sentimientos endemoniados, aquellos abismos de odio, …

Dios mío, perdónanos.


Un infierno mil veces peor que el que Dante o Virgilio imaginaron…, pues el nuestro fue real….
Una mañana cualquiera vimos cómo un penado se desvaneció súbitamente y caía al suelo frío y duro como el hierro. Ya estaba caquéctico. Nadie lo levantó del suelo, lo teníamos prohibido. Allí quedó tendido ese día y esa noche, y la siguiente, y la siguiente, y la otra, …
Viendo pudrirse ese cadáver reseco y vacío como la concha de un gasterópodo, el Rabbí me dijo: “Hay que marcharse de aquí. Empezaré a trabajar ahora mismo”.

Tengo que aclarar que los trabajos del maestro eran siempre mágicos, por tanto, desconocidos para nosotros. El maestro me dijo miles de veces que la diferencia entre la magia y los milagros es que los dos actúan desde diferentes mundos.

 

La magia es la aplicación de la voluntad humana al mundo de las formas y al nivel psicológico de estas formas.

 

En los milagros, sin embargo, es la voluntad del Cielo la que actúa.

 


Recuerdo las salmodias a medianoche, cuando todos dormían. A la hora exacta de la medianoche, el Rabbí se levantaba y se iba a una sombría esquina y allí se sumergía en la más densa oscuridad.

 


A los pocos minutos, empezaba a murmurar algo en lengua enoquiana (según me dijo más tarde), el probado lenguaje angélico. Tras la recitación en ese idioma desconocido por mí, empezaba con las invocaciones en hebreo:

 


“Kadosh, Kadosh, Kadosh, Adonai 'Tsebayoth…”

 


Y así hasta que yo me dormía

Ya había pasado una semana entera cuando me comentó que Elohim santificaba su proyecto, y le prometía toda su energía para esa misión.

 


Llegados a este punto repite conmigo, tú, querido amigo:

 


“Kadosh kadosh kadosh adonai tseva'ot. Melo kol ha'aretz k'vod”, o sea,

 

 


“Santo, Santo, Santo es el Señor de los Ejércitos”

la cueva de los cuentos

https://es.pinterest.com/pin/318981586126825016/


Santo sea mi Maestro, blanco y perfumado como el jazmín, señor de los ríos encontrados, que me hizo ver el mayor de los milagros.

 


Tengo que confesar que el Rabbí me sorprendió cuando me dijo que necesitaba material de construcción muy básico, es decir, arena y grava muy gruesa, o mejor piedras, y algo de cemento.

 

 

Añadió que dejase todos esos materiales detrás del galpón formando tres montañas, de mayor a menor, y orientadas a Norte. Me dijo también que, como es natural, el responsable asignado a custodiar el reparto de tablas, ladrillos, arena, y demás materiales me extendería una autorización, le dijese yo lo que le dijese.

 

 

 

Los Santos confundirían sus oídos y ellos forzarían al encargado a firmar “die Erlaubnis”, o sea, el permiso.

 


El maestro bromeó diciéndome que podía cuadrarme ante el guardián y cantar “Tipperary”. No había ningún peligro.

 


Y eso fue lo que hice, fui a la caseta donde se almacenaba el material de edificación.

 

Saludé militarmente al capataz y me puse a sus órdenes, “Guten Morgen, Herr Vorarbeiter”. Y empecé: “It’ s a long way to Tipperary…”

- “Muy bien, maldito narigudo. Ya he entendido. El comandante quiere que ampliéis un sector del cobertizo. Coge esa carretilla, tráete a otros judíos y coged lo que necesitéis. Es tan poco lo que pides que con una autorización simple bastará.”.


- “Jawohl, Herr Vorarbeiter”.


Cuando ya nos íbamos “los pequeños judíos”, el encargado salió amenazadoramente y agitando el puño, nos dijo:

 


- “Eh, tú, el más joven, dile a ese brujo que tienes por maestro que no se acerque nunca a mí”.
- “Mañana nos iremos. Yo iré delante de ti. Soy tu maestro y te conozco desde que Adonái inició el Tiempo.

 

Tú vendrás conmigo, pegado a mi espalda. Tu maestro te sacará del pozo de las fieras”.

 


El Rabbí me pidió que esa noche, la anteúltima, saliera fuera del galpón con él y, rápidamente, mezcláramos todos los materiales, incluidos los dos puñados de cemento que habíamos conseguido.
Apenas hubimos acabado, el maestro me envió a mi catre puesto que él aún tenía mucho que hacer.

 


Le escuché durante toda la noche sumido en amargos lloros, derrumbado en su esquina.

 

Escuchar llorar a mi maestro me provocaba tal dolor que yo mismo acabé llorando inconsolablemente.

 

 

la cueva de los cuentos

https://es.pinterest.com/pin/11329436556724994/

 


El Rabbí, sin sosiego posible, hablaba en un extraño lenguaje, que yo nunca le había oído.

 


Amaneció. Estaba cansadísimo.

 

Pero aún más debía de estarlo mi maestro. El día había llegado. En breve seríamos libres.

 


Mi maestro me pidió que llevase conmigo agua, algo de agua, era necesario e imperioso para el rito mágico que iba a ver con mis ojos.


Por fin llegó el momento.


Fue el maestro quien vino a buscarme, sorprendiéndome una vez más.

Era noche cerrada. Por supuesto, no dormí ni un instante. Nadie se enteró de nada. La fatiga dominaba a todos aquellos hombres. Todos dormían.

 


Salimos por la puerta trasera.

 

Ante nosotros estaba el montón de arena, piedras y cemento.

 

El maestro no se lo pensó y se zambulló dentro de aquella montaña.

 

Entrando a cuatro patas en aquella masa de tierra y arena, volvió el rostro y me dijo, sonriendo, “Cuando escuches desde adentro de la arena mi voz, por favor, vierte el agua sobre el montón. No falles, mi querido amigo. Sólo hay una oportunidad”


Y así fue. El maestro se perdió dentro. Al cabo de unos instantes, sonó un alarido de agonía, un espeluznante lamento gutural como si mi maestro se estuviese asfixiando. A punto estuve de desbaratarlo todo, y de escarbar para que el oxígeno llegase hasta él.

Recordé las palabras del Rabbí, y, sobre el montón de arena y piedras, lancé el agua que llevaba prevenida en una botella de cristal (y que todavía guardo).
Entonces….
Oh, lo que pasó entonces…
Gloria le sea dada a mi maestro, que adelantó a todos los grandes cabalistas que ha habido….

 

 

la cueva de los cuentos

lámina original.


Aquella masa gigantesca de piedras, roca y arena se puso en pie con la forma de un hombre…
Escuché la voz de mi maestro, nítida y poderosa, gritando en su interior, “¡Emet!”, ¡Verdad!... Esa palabra le dio la vida física al engendro.
Sin vacilar, sin doblar sus rudimentarias piernas, ese monstruo titánico echó a andar …

la cueva de los cuentos

Lámina anterior modificada con CHATGP (A.G.G.)

 

 


En la confusión de la oscuridad, empezaron a sonar disparos, pero las balas chocaban contra ese cuerpo de roca, más duro que el acero, y caían al suelo como aplastadas por la furia de un cíclope iracundo, contra el cual de nada valían los recursos humanos. Un guardián del campo se lanzó contra el gigante, pero este lo cogió del cuello con su mano de piedra hasta que, inerte, cayó al suelo como quien se despeña en el vacío de una montaña.

 


Oh, qué noche tan esforzada, tan heroica y tan legendaria.
Qué ciego frenesí en la cruel batalla.
¡Cómo sostuvo mi maestro la formidable lucha, la atroz lucha, contra aquellos infernales hombres de la calavera de plata!
Y yo fui testigo de todo aquello….

 


Mi maestro ha sido el único, después de Judá Loew, el Maharal de Praga, que supo dar vida a un segundo Golem. Pongo a los cielos por testigo.

 


Tendríais que haber visto la ligereza de aquel gigante en el heroico combate…
Caían las balas sobre el Golem como el granizo sobre los campos… pero para nosotros aquello era una simple llovizna.
El Golem tomó el camino que llevaba hacia la verja de salida. Cuando ya faltaba muy pocos metros para llegar hasta las puertas, aquel coloso echó a correr directamente contra los batientes de las puertas.

 

 


El choque fue titánico. Las puertas cedieron y se abrieron violentamente, de par en par. Por allí salimos nosotros. Nadie nos persiguió.
Seguimos corriendo, huyendo con el corazón al borde de reventar, en aquella noche de gestas, en aquella noche más afortunada que la alborada…
Llegamos a una zona muy boscosa con el suelo húmedo y encenagado. Nos detuvimos.

 


Entonces es cuando vi el rostro sencillo y esquemático del Golem. Vi su mirada vacía y sus ojos que no veían. Y su boca que no se movía. Y todo aquello me produjo una sensación de ternura como hacía meses que no experimentaba.

 


El gigante poniéndose en pie y separándose de mí hizo un gesto mágico con las manos y, de súbito, oí desde dentro del pecho de piedra del Golem, la voz del Rabbí.

 

Tan solo dijo “¡Met!”, que quiere decir ¡Muerto!, y el Coloso se desplomó separándose sus componentes, que se desparramaron por el suelo: agua, arena, piedras y cemento.


La palabra de la Vida y la de la Muerte tan solo se diferencian en una única letra, en un solo sonido.

 


Todavía nos faltaba la huida y la salvación por esos terrenos perpetuamente encharcados y pantanosos….

 

Pero lo logramos.


Supe después que, de mala gana, los alemanes enviaron varias patrullas para prendernos con la orden de matarnos en el acto, instantáneamente, en cuanto nos apresaran.

LA CUEVA DE LOS CUENTOS
Pero lo único que logró encontrar una de estas patrullas fue un inexplicable y solitario montón de piedras y arena desparramado, misteriosamente, sobre la fresca yerba…”

Juan Ramón González Ortiz



 

la cueva de los cuentos

A La Cueva de los Cuentos