
Detalle de
un cuadro de Jose Ferre Clauzel
Pequeño
viaje sentimental
Juan Ramón González Ortiz
Pequeño
viaje sentimental
Liebes Mädel, liebes Mädel,
liebes Mädel, unser Glück,
bring ich wieder, bring ich wieder
in die Heimat dir zurück…
Mi
padre me enseñó esta canción, cuando yo era un niñito.
Ahora, arrabales de la vejez, ya soy un adulto. Querido padre, amigo padre,
nunca me he olvidado de esta tonada. Todavía me la sé de
memoria.También recuerdo aquella otra de Jawoll, das stimmt, jawoll!
Pero lo que más me gustaba era cuando desfilábamos, igual
que patos mareados, como si estuviéramos borrachos, en aquel terroso
descampado
que había al lado de nuestra casa, en Castro Urdiales, al ritmo
de la “Stadion Marsch” que tú tarareabas como podías.

También me enseñaste las primeras frases en ruso que aprendí:
Galubaya divisia, para identificarme por si los rusos me hacían
prisionero, y Narodnaya Oplochnia,que me encantaba porque sonaba muy ruso.
Ya ves, he olvidado los villancicos de antaño, las canciones infantiles,
las adivinanzas, todo, todo, lo he olvidado todo,… Dentro de poco,
olvidaré hasta quién soy. Pero esas canciones, no. No las
olvidaré jamás. Porque son mías y de nadie más.
No pertenecen a ninguna tradición, son mías desde los días
de mi infancia. ¡Nunca me cansaré de ellas!
I
Yo
creo que debía de ser el año de 1942. El terrible año
del 42 …
Ya ninguno de aquellos hambrientos hombretones se acordaba de la interminable
caminata, con jornadas de hasta 50 km., desde Grafenwöhr a Varsovia
y de ahí, dos columnas a Suwalki, y otras dos a Grodno. Y de ahí
hasta Vilna y Minsk.

Cuadro de Jose Ferre Clauzel
Cuarenta
días marchando, casi mil kilómetros,…
Ahora maldecían los bosques sombríos, infinitos, y aquellas
mesetas palúdicas, pobladas de misteriosas islas e islotes en los
que vivían feroces y bestiales guerrilleros comunistas, de pelos
enlodados y de facciones siniestras. También moraban allí,
aferrados al pantano, ejércitos completos de sanguijuelas, mosquitos,
horribles gusanos, grasientos y peludos, serpientes voraces,…. Aquel
era un mundo movedizo, que olía a alcantarilla, repleto de seres
antropófagos y de descomunales insectos con múltiples bocas
de afilados estiletes. Era el “país de irás y no volverás”.

Cuadro de Jose Ferre Clauzel
Nadie se adentraba en aquellas profundidades, tan cerca y tan lejos. Ya
sé que como sabéis mucho de la Segunda Guerra Mundial, me
diréis que, naturalmente, DIrlewanger y sus inmundos cazadores,
que, seguramente, eran peores que esos gusarapos succionadores que llevaban
siglos viviendo en los pantanos, entraban muy a gusto en esos infernales
rincones. Pues sí, es muy cierto. Tenéis razón.
Yo creo que seguramente sería la primavera del 42.
Por aquel entonces, la DA luchaba en torno al río Voljov. Los alemanes,
a lo largo del mes de enero, habían logrado cercar, a 130.000 soldados
rusos, en realidad era todo el 52º Ejército ruso.
El deshielo había acelerado la presencia de un penoso y terrible
enemigo: mosquitos. Millones de mosquitos. Trillones de mosquitos.
La vegetación era tan espesa y la maleza tan alta que bien pronto
los españoles cambiaron lo de la bolsa del Voljov por la jungla
del Voljov.

Cuadro
de Jose Ferre Clauzel
Desde el exterior, los soviéticos, ciegos de furia, golpeaban desesperadamente,
una y otra vez contra el perímetro de la bolsa del Voljov. Tanto
parar el Heer alemán como para la División Azul fueron unos
combates terribles. Un divisionario, al que entrevisté hace muchos
años, me dijo que los rusos eran durísimos y que “había
que matarlos dos veces, y hasta tres y cuatro, porque con una no bastaba”.
Algo así debió de pasar cuando los españoles hubieron
de internarse en la bolsa para
Efectivamente,
emboscados en aquellos impenetrables pantanos, y al arrimo de aquellas
leñosas plantas herbáceas, húmedas y jugosas, los
soldados rusos cercados, organizaban peligrosísimos contraataques
repentinos usando solo machetes, bayonetas y palas de trinchera.
Los españoles aceptaron el reto, y, como si fueran la reencarnación
de aquellos soldadotes de los Tercios Viejos, herederos de aquellos que
fueron más fuertes que centauros, sacaron a relucir las armas blancas
y aceptaron silenciosamente ese tipo de combate, en el cual solo cuenta
la habilidad y la valentía, … tal y como hacía la
gente verdadera de antaño.
Para junio de aquel año, se consideró acabada la batalla
de la bolsa del Voljov. El desastre ruso fue total: 170 tanques destruidos,
o capturados, 700 lanzacohetes y lanzagranadas, y la totalidad del 52º
Ejército capturado ,….
Un día de sol amigo y generoso de junio, mi padre recibió
una citación para presentarse en el puesto de mando y Estado Mayor
de la DA, en Novgorod, la ciudad más antigua de Rusia.
Todos le tomaron el pelo, y algunos consiguieron de veras asustarlo: “¿no
te habrás pasado de listo con alguna campesina, verdad?”,
“¿no te habrán cogido haciendo pillaje?”. “¿le
has quitado las varenki (las botas) a algún cadáver y tal
vez te haya visto alguien?”, “¿no habrás confraternizado
en exceso con civiles rusos?, ya sabes que estos “fleisch kartoffeln”
de alemanes, son unos cabezas cuadradas y no soportan de nosotros que
charlemos con la población civil”, … Y así era
todo.

Detalle
(cuadro de Jose Ferre Clauzel)
El conductor de un sidecar, un Beiwagen, que había subido el correo
supo que había un soldado al que requerían en las oficinas
del puesto de mando, en Novgorod. Tras divisar a mi padre, le gritó,
muy a la española, haciendo bocina con las manos: “Chaaaavaaaaaaaal,
eh, tú, guriiiiiipaaaaa, me vuelvo a la estafeta, aprovecha si
quieres bajaaaaaar,”.

Detalle. Cuadro de Jose Ferre
Clauzel
Una
vez en Novgorod, el empleado en la estafeta militar, le dejó a
mi padre ante una puerta en la que había un cartel en el que ponía
“Tropa”, o algo así.
Un directorio en una pared exhibía docenas de carteles apuntando
hacia diferentes direcciones: “Veterinaria”, “Intendencia”,
“Sanidad militar”,… MI padre se sintió mareado
ante la fuerza de la burocracia, y el poder de la administración.
“Qué suerte tuve que me llevaron directamente al combate.
Qué horror estar aquí metido. Mejor estoy al aire libre.
Si muero, no moriré en lo oscuro de una habitación. Moriré
de cara al sol”
Y, mi padre, se sintió de golpe henchido por una gigantesca Fuerza.
Era la Energía del Señor de las Batallas.
Allí mismo, ante la puerta de asuntos de personal, se recogió
un momento dentro de su corazón y levantando la vista al fosco
cielo ruso, le dijo a Dios, "¡Oh, Dios, Señor de los
Ejércitos!, estoy completamente solo en este mundo, si quieres
que muera, ¡déjame morir en el fuego del combate!”.
Pero no fue así…. Y no murió en la lucha.
De repente se abrió la puerta de aquel negociado, y un teniente
dirigiéndose a mi padre, le apremió que entrase.
• “Te hemos oído llegar, pasa ya, hemos hecho café”.
Mi padre, a fuerza de vivir en la estepa infinita y en los bosques ilimitados,
ya había perdido la capacidad de manejar su cuerpo en pequeños
espacios y chocaba con todos los muebles. Parecía como si un ciervo,
o un alce, hubiesen entrado en el salón de una casa. Los secretarios
y administrativos estaban muy divertidos.
El teniente se fijó en que mi padre, debajo de la guerrera feldgrau,
llevaba la camisa azul mahón de falangista.
Entonces, el teniente pegó un enérgico grito,
• “¡Silencio! Poneos a trabajar, holgazanes. Este guripa
es camarada”.
• “Camarada, el mando te ha hecho venir porque quería
decirte personalmente que el capitán de tu compañía,
redactó sobre ti y sobre tu actuación en el Voljov, y en
Possad, un informe muy laudatorio y muy positivo. Desgraciadamente, o
gracias a Dios, vete tú a saber, ha venido de visita un generalote,
y todos están reunidos con él. Te proponen para un ascenso
a cabo primero, que en alemán suena mejor, pues es Obergefreiter.
Más adelante ya te prepararemos el nombramiento. Y, además,
y esto es lo mejor: te dan un permiso. Aquí tienes los salvoconductos,
y las listas de embarque para que todos los trenes te salga gratis. Espabila
y vete ya de vacaciones, que el tiempo pasa volando”.
Los permisos en el Osfront fueron abundantes en las etapas menos críticas
del conflicto, pero a medida que la guerra en Rusia avanzaba hacia su
culmen de sadismo, crueldad y barbarie, y la situación se volvía
más y más desesperada para Alemania, las licencias se limitaron
muchísimo.
La intensidad y la obcecación de la lucha iba escalando cada vez
más y más. Cuando se llega al dramático punto decisivo
de Kursk, en julio del 43, los rusos tienen ya, ¡trece millones
de bajas!, qué horror, pero a cambio van a conseguir la iniciativa
estratégica. Algo impagable. A partir de aquí hasta el final,
la guerra acabará volviéndose cada vez más inhumana,
más brutal y más apocalíptica. Conocí un soldado
de la Legion Wallonie, de Degrelle, que peleó en Cherkassy. Me
dijo algo así: ”Aquellos combates fueron tan sanguinarios,
tan crueles y tan inhumanos que seguramente el último círculo
del infierno sea un lugar más amable que ese pequeño territorio
a orillas del Dniéper”.
II
MI
padre, tímido, alto, fuerte, joven y falangista se despidió
de sus amigos. Les dijo a todos que se iba a ver Florencia. Pero todos
sabían que eso era cuento chino, se le notaba que no quería
decir su destino.
La Wehrmacht les insistía a los soldados de las naciones extranjeras
que viajasen para conocer tanto Alemania como la Europa ocupada. Incluso
el alojamiento era gratuito, o al menos, muy barato, para los soldados
que se lanzasen a viajar.
Llegaban carteles turísticos a los barracones y a las naves de
la DA, a sus depósitos, a las oficinas de los diversos servicios,
exhibiendo la grandeza y la belleza de Alemania. Mi padre recordaba aún
un cartel que le parecía muy bello: las negra siluetas de unas
vengativas valquirias galopaban sobre un campo de batalla, como si fueran
notas musicales cabalgando en un celestial pentagrama, formando los impresionantes
compases iniciales de la famosa Cabalgata wagneriana. El cartel tenía
rotulado en español en la parte superior, ALEMANIA. PAÍS
DE LA MÚSICA.
Aquel
mismo día, mi padre, se subía en Novgorod a un variopinto
tren, lleno de heridos, trasladados forzosos, periodistas y fotógrafos
de SIgnal, gente de permiso, personal de planas mayores,…
En Orsha le esperaba un nuevo tren.
Pero, ¿dónde quería ir mi padre? ¿A qué
lugar del viejo continente viajaba con inquebrantable firmeza? ¿Atenas,
tal vez? ¿Acaso la serenísima, Venecia, el Ave Fénix?
No.
Viajaba a Viena.
¿Quizás iba por ver y sentir la maravilla de Schönbrun?,
¿el Hofburg?, ¿el Belvedere, con su galería de arte?,
¿la catedral de San Esteban?, ¿música en el Mozarthaus?,
¿Strauss, Lehar, y ZIehrer en el Musikverein?,….
No.
Tendréis que permanecer conmigo hasta el final. Pero ya os garantizo
que a mi padre Schubert, Robert Musil, Wittgenstein, Alban Berg, Mahler,
Freud,… le eran indiferentes.

Cuadro
de Jose Ferre Clauzel
Cruzando toda la Europa en guerra, desde el lejano y terrible frente ruso
hasta la feliz Austria, mi padre recordaba haber leído el famoso
comentario sobre Austria: “Bella gerunt alii. Tu felix Austria,
nube. Mars aliis dat tibi regnat Venus”. “Tú, feliz
Austria, cásate. Los reinos que a otros da Marte, a ti te los da
Venus”.
MI padre no sentía fatiga, ni hartazgo, ni aburrimiento. Todo era
nuevo, todo era tan fresco, todo estaba lleno de poesía. Así,
las cantinas de las estaciones se le antojaban palacios, un suculento
festín la pobre comida que le dispensaban, y princesas de leyenda
las jovencitas con las que se encontraba. Hasta dormir sobre el suelo
de la estación o del tren, acunado por los brazos metálicos
y fríos del ferrocarril, era incomparablemente mejor que los camastros
infestados de parásitos allá lejos, en el atormentado Voljov….
Cualquier revisor en cuanto le veía le solicitaba los papeles del
permiso, cada piquete de Policía Militar que subía al tren
le pedía la documentación, “Achtung! Schnell, Papieren!
BItte sehr”. Mi padre se espabiló muchísimo con el
alemán. Quería aprenderlo ya antes de llegar a Grafenwöhr.
Frecuentaba la amistad con los alemanes, y les preguntaba cuestiones del
idioma, y les rogaba que le corrigieran.
Faltaba ya muy poco para llegar, y mi pobre padre tenía que sujetarse
el corazón en el pecho por que la emoción lo inundaba. Una,
o dos estaciones más, y….Wien, Viena.
Tuvo que cambiar de tren, antes de entrar en la romana Vindobona. Tal
vez fuese en la estación de Brno. El andén principal estaba
literalmente tomado por soldados de unidades cortesanas, de esos que solo
saben hacer paradas, tocar marchas, presentar armas y desfilar. También
había tropas SS de escolta. MI padre se apeó, y empezó
a buscar su nuevo tren. No pudo evitar pasar cerca de un grupito de altos
oficiales que hablaban entre ellos, muy apesadumbrados. De repente, alguien
le gritó a sus espaldas, clara y nítidamente,
• ¡Eh, tú, español!
MI padre se quedó como petrificado, congelado mas bien.
Pensó que otro guripa había visto el parche de voluntario
español cosido en la manga con los colores de la bandera española
y por eso lo llamaba.
Todos
los soldados SS de escolta lo cercaron mientras notó que alguien
a quien no veía se aproximaba. Cuando por fin llegó, resultó
ser, nada más y nada menos, que un almirante.
Todo
un señor Almirante y un pobre Cabo Primero, los dos frente a frente.
Perdón, he dicho Cabo Primero, tendría que haber dicho Obergefreiter,
que suena mejor.
Mi padre tragó saliva, e instantáneamente, con cierta vacilación,
se puso a hablar en el idioma alemán, pero aquel hombre insistió
en hablar solo en español, porque hacía muchos años
que no lo hablaba y ya se daba cuenta de que lo empezaba a olvidar. Aquel
marino hablaba endiabladamente bien el español. Pronunciación
perfecta, entonación perfecta, uso de frases hechas, muletillas
y refranes, todo perfecto…. Su nota en un examen sería el
10, seguido del comentario “ASOMBROSO”. Entre otras cosas,
le preguntó a mi padre que de qué sitio de España
era.
MI padre le respondió,
• Herr Admiral, soy de Laredo, en la provincia de Santander.
• Conozco Santander, voluntario español. Tuve un destino
en España y además he navegado por el Cantábrico.
Santander tenía una bella playa, abierta al mar, en mitad de la
ciudad, ¿verdad?
En ese momento un ordenanza se acercó para rogarle al almirante
que abandonase ya el edificio de la estación pues en el exterior
su coche con toda la comitiva acababa de llegar.

Detalle-Cuadro
de Jose Ferre Clauzel
Antes de despedirse, le preguntó si podía hacer algo por
él. Y mi padre señalando la bolsa de pan, que llevaba vacía,
le pidió que por favor le proveyera de una barra de pan. Antes
de que acabara la frase, mi padre ya tenía entre sus brazos cinco
barras de pan.
Finalmente, el almirante se despidió de mi padre con estas palabras,
• Soldado, ojalá tengas suerte en el Ostfront y puedas retornar
a tu casa. Te quiero decir que si en esta vida si yo no hubiese sido alemán,
le hubiese dicho a Dios que me hiciese español.
Resultó que aquel hombre, era, nada más y anda menos, que…
¡el almirante Canaris!, al que Hitler mandó ahorcar, con
una cuerda de piano, muy cerca ya del fin de la guerra como castigo por
su participación en el atentado contra el Führer del 20 de
julio del 44.
¿Has leído la frase que le dijo Canaris a mi padre? Y los
historiadores sin saberlo…. Vuelve a leerla, por favor. Eso por
todos los que intentan vender a España.
Mi padre también conoció de una forma muy curiosa y divertida
a von Manstein, al mismísimo von Manstein. Pero eso lo contaré
otro día, en otra historia. Si os parece bien, claro.
Como un niño de primera comunión, vestido de blanco y tocado
por el cándido resplandor de la gracia de Dios, mi padre, tan alegre
que le reventaban las costuras del corazón, como una infantil y
divertida gallinácea, salió trastabillando de la gigantesca
estación de ferrocarril de Viena. Las enormes pensativas cariátides
de la estación, desde sus alturas, le miraron un instante, con
sus ojos de piedra, y se rieron de la frescura, la curiosidad y la desvergüenza
de ese jovencito.
En cuanto salió al calle y levantó la vista la cielo, supo
dónde tenía que ir. No le hacía falta preguntar a
nadie.
Era tal su aceleración que la gente se apartaba en las aceras para
no entorpecerle, pues pensaban que era un soldado que llegaba tarde a
la formación, o a algo así.
Por fin estaba frente al objetivo de su viaje de miles de kilómetros,
si contamos la ida y la vuelta.
Dejó caer la pesadísima mochila al suelo. Y estuvo a punto
de postrarse de hinojos. Y tal vez lo hubiera hecho si no hubiera elegido
estar sobre un sucio charco en el que ya había metido las botas,
que debían estar siempre impecables.
• Oh, no puede haber nada tan bello en el mundo. Ni las pirámides
de Egipto, ni el Coloso de Rodas, ni el silencio en los valles cuando
el sol se pone, ni la flor azulada del cardo cuando se abre después
de un aguacero….Es verdad, parece de merengue….
Ahora me diréis, ¿qué era eso que tu padre contemplaba
embelesado?
Pues era esto:
Ahí quería viajar mi padre.
El niño pobre, que tuvo que empezar como leñador, siguiendo
la tradición familiar, a los diez años, también estaba
allí. El joven de quince años que estudiaba como alumno
libre mientras trabajaba de grumete en el bacaladero, en las aguas negras
y heladas de Terranova, también estaba, ahora mismo, plantado allí.
El soldado heroico y esforzado, también estaba allí.
Los que no iban a la guerra, la gente respetable, bien pensante y de orden,
tenía lugares llamados parques de atracciones para que sus hijos
se divirtieran. Esos hijos ricos, bien cebados y gordinflones. De vez
en cuando, también invitaban a los señores curas.
Toda la niñez de mi padre había sido triste, y cruel. Como
miles y miles de hombres y mujeres de antaño, mi padre nunca tuvo
niñez. Ni tuvo Reyes Magos, ni cumpleaños ni nada. Una infancia
sin cariño, sin cuentos, sin juguetes. Solo trabajar y trabajar,
en silencio, como las mudas bestias del campo.
Un día, mi padre tuvo que ir a Santander a acompañar al
hospital a mi tío mayor, que estaba aquejado de parálisis
facial. Eran las fiestas de Santander, había música y puestos
que vendían grasientas y deliciosas salchichas, también
vendían arrope, mermelada, aloja y horchata.
Pero por encima de todo, había una construcción mágica
y maravillosa, ingrávida, que giraba de forma inexplicable, y que
destacaba por encima de todos los demás edificios. La gente salía
de aquellos gabinetes suspendidos, transformada, riendo, felices, más
amigos que antes, la parejas se abrazaban, los padres y los hijos se querían
aún más.
Esa era la noria. No pudo montarse en ella, porque el portero no se lo
hubiera permitido.
Cuando volvió a casa contó a todos lo que había visto
y la inexplicable magia de esa noria, que escapaba a la fuerza de la gravedad.
Un viejo comerciante, muy mayor que le escuchó, le dijo,
• Bah, esa noria es una birria. La mayor y más antigua noria
del mundo es la del Prater de Viena. Yo la he visto.
Es
muy bonita. Es preciosa y además es una obra maestra de la ingeniería.
Se diría que es un merengue, blanca y rosa. Fíjate que,
además, se ve desde toda la ciudad.
Aquel pequeño gran viaje a Viena le salvó la vida a mi padre.
Así es, como lo oyes: le salvó la vida.
Y le salvó la niñez porque un ser humano sin niñez
no vale nada de nada. Y le reconcilió con la vida.
Mi padre se dio cuenta de que junto a la taquilla de los billetes para
dar unas vueltas en la noria, el interventor le miraba curioso y un tanto
asustado.
Mi padre le preguntó,
• Wieviel kostet das?

Y la respuesta que obtuvo, le abrió las puertas del Paraíso,
porque ese día los soldados iban…gratis
• Heute, Soldaten, kostenlose.
Y el interventor añadió, por si no había quedado
claro,
• Soltaten, kein Geld (‘Soldados, sin dinero’).
Y allá adentro fue mi padre, como un niño rico, como un
niño de la capital, como esos niños con futuro y que quieren
ser notarios, como los niños listos y bien vestidos que ya ahorran
desde la infancia para comprarse una casa o acciones en un banco importante.
Cuando dejó el cielo, y se apeó de la gigantesca rueda,
tenía ya que empezar a retornar a la lejana Rusia. Otra vez a la
incertidumbre, al fuego, al hierro, al dolor y las lágrimas
Antes de abandonar el Prater, y como todavía tenía unas
moneditas en los bolsillos, acudió a un limpiabotas.
• Ah, decía mi padre, me limpian las botas, ¡soy rico!
No deseo nada más en este mundo.
IV
De
vuelta en Rusia, todos vieron a mi padre extrañamente feliz y transformado.
• Qué contento vienes.
• Apuesto a que este ha echado el palo por ahí.
• Igual hasta estuviste en el Salón Kitty.
• Yo sí que estuve una vez en el Salón Kitty.
• ¡Pero qué dices, si tú tienes cara de mono!
Tú en el Salón Kitty te subirías a las lámparas.
• Como digas eso otra vez, te rajo.
• Haya paz, joder, que sois peores que los rusos…
MI padre escuchaba en silencio. Todo eso le divertía mucho.
Poniéndose en pie, se fue al camastro,
• Hasta mañana, guripas, estoy muerto de sueño.
• No me extraña. Apuesto a que has echado doce o trece palos…
MI padre se acurrucó en las mantas y…se durmió santamente
con la sonrisa en los labios …
Los ángeles velaban su cama y con sus manos de cristal lavaban
ese corazón, y lo purificaron hasta que brilló como el oro,
como una llama eterna e inexntiguible en la noche.
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