
Detalle
de un cuadro de Jose Ferre Clauzel
Los
ángeles no tienen horas libres
Juan Ramón González Ortiz
Un
día, con la callada emoción de las cosas pequeñas
e intrascendentes, pero que son capaces de alterar la mente y mover el
alma, comentaba yo a un amigo la realidad de la frase del teósofo
español Vicente Beltrán Anglada de que el que tiene la compañía
de los ángeles es invencible. Para glosar ese bocado de oro, le
narré una historia absolutamente verídica de mi padre cuando
estuvo combatiendo en Rusia.
Posteriormente, mi amigo me pidió que escribiera este suceso tan
maravilloso para que los jóvenes, y los que no lo son tanto, aprendieran
algo, si de verdad están dispuestos a ello, acerca de la realidad
de estos celestiales servidores de Luz, Vida y Esperanza.
Así pues, aquí va.
Aquel invierno vino con muy malos presagios para las tropas alemanas.
A orillas del Volga, ya se empezaba a cocer el caldero de Stalingrado,
donde un ejército alemán de élite, tal vez el mejor
armado de todo el Heer, había sido cercado y sujeto por un dogal
de hierro nada más y nada menos que de seis ejércitos soviéticos.
Pero en el frente Norte también se avecinaban problemas.
Los soviéticos estaban decididos a liberar Leningrado y desde hacía
ya muchos meses iban consiguiendo pequeñas ventajas locales.
Los alemanes, literalmente, no podían aguantar la tremenda presión
que los rusos ejercían, tanto desde dentro de Leningrado como desde
fuera.
Finalmente, después de 18 meses de feroz sitio, parecía
que los soviéticos estaban a punto de romper el cerco. Se desencadenó,
entonces y durante los días siguientes, una situación peligrosísima,
el enemigo consiguió infiltrarse por el centro de la línea.
Se desconocía la profundidad de su avance, pero se sabía
que había arrollado a todo, al precio de abundantísimas
bajas, ….
Esta aventura se sitúa en la gigantesca brecha que se formó
entre Posselok 1 y Posselok 5, por la cual el Ejército Soviético
pugnaba por colarse de forma incontenible y, lo que era muchísimo
peor, por meter dentro de la brecha un ejército de tanques….
El
tiro artillero ruso sobre los bosques, donde se refugiaban muchos soldados
contrarios, era increíblemente preciso. Igual de pavorosos y endemoniados
eran los Sturmovik cuando pasaban en vuelo rasante ametrallando implacablemente
a los soldados enemigos.

Los españoles empiezan a llegar en ese crítico momento:
Nada nos importa el frío
teniendo la sangre ardiente;
si se nos hiela el fusil,
el machete es suficiente.
A pesar del viaje de pesadilla, embutidos en camiones, a pesar de que
ya se producían las primeras congelaciones por el atroz frío
de 40 grados bajo cero, y a pesar del hambre felina que todos esos hombres
llevaban consigo, el entusiasmo era indescriptible.
Cuando llegaron los españoles, la infantería soviética
ya estaba avanzando. Como una marejada que todo lo cubre, la infantería
rusa cargaba en medio de un griterío unánime que congelaba
la sangre.
- “¡Ya vienen!”.
- “Valor, olvidaos de todo. A por ellos”
Entre la cellisca que todo lo ocultaba y confundía, surgen unas
sombras veloces.
Caen los rusos por docenas, como las espigas en verano, guadañados
por las imperturbables ametralladoras pesadas.

Pintura de Jose Ferre Clauzel
El mando ruso que, evidentemente, estaba al tanto de la situación,
detiene durante un momento el avance de su infantería y desencadena
un inimaginable infierno de fuego sobre la debilísima línea
española. El ulular de los órganos de Stalin estremece el
aire helado y quieto del invierno solemne y lento. En el cielo, los cazabombarderos
empiezan a triturar la delgada línea de la incertidumbre entre
morir y seguir vivo.
Un alférez grita enloquecido:
- “Guripas, joder, poneos a cubierto”.
Es lo último que hace y dice antes de que un francotirador ruso….
MI padre y cinco compañeros, corren como alma que lleva el diablo.
El enemigo tal vez fuera diez veces superior. Sin ninguna fortificación
o trinchera en la que refugiarse, de forma errática, ensordecidos
y locos corren hasta un bosque cercano.
Aunque ninguno de estos esforzados soldados lo sabía, su compañía
ya había dejado de existir y su capitán habría muerto
de un balazo en el ojo izquierdo.
El interior del bosque también estaba lleno de soldados rusos,
pero no iban en formación. Avanzaban confiadamente corriendo y
gritando.
Por un momento, aquellos seis hombres fueron conscientes de que los rusos
intentaban envolver la posición española.
- “Salgamos de aquí cuanto antes”.
El atardecer vino al rescate de nuestros seis hombres. A las tres de la
tarde ya anochecía.
Increíblemente, lograron huir de aquel infierno y alcanzar la llanura
helada. A la salida del bosque les aguardaba el inquebrantable y mortífero
silencio blanco…Estaban ya rotos, sin comer nada en casi dos días,
una mortal fatiga los invadía…
El
frío era tan intenso que el aire era irrespirable de tan helado
como estaba.
Había que encontrar algo a cubierto para pasar la noche. Una construcción
campesina, casa, henil, cuadra… lo que fuese, y rápido. Mi
padre fue el que entrevió la isba.
Estaba medio enterrada por la nieve. Muy bien escondida bajo su manto
blanco. Movieron la puerta, una y otra vez, con la poca energía
que aún les quedaba, hasta que el tarugo de madera que hacía
de pestillo, cedió.
Entraron dentro. No había nada de comer ni para abrigarse, solo
una mesa con cuatro sillas.
Cada uno se acomodó como pudo.
Todos se conjuraron para no dormirse y estar alerta.
Por lo menos tenían un techo.
Las horas mortales pasaban despacísimo. Nadie tenía ganas
de hablar ni de canturrear. Todos se encerraban en un obcecado mutismo.
Por fin, hasta mi padre ya no pudo seguir velando, y cerró los
ojos un segundo… De súbito, se despertó sobresaltado.
Incluso se puso en pie.
Algo
o alguien le había rozado la mejilla.
Fue
un toque suavísimo, como si una mariposa, heraldo de la Primavera,
le hubiese rozado, o como si un angelical dedo de terciopelo le acariciase
una de las mejillas….
- “Un ángel me ha avisado de que me dormía. Ángel
mío, yo te doy las gracias”.
El terrorífico silencio de la noche polar le trajo muy malos presentimientos.
- “Andrés, amigo; camarada Melchor; Óscar; Isaías…”
Todos, todos habían muerto congelados. Todos. Solo mi padre quedó
vivo.

Allí mismo decidió abandonar la isba. Clavó la rodilla
en la nieve, y recogiéndose en el indestructible refugio de su
alma, dijo,
- “Señor de los Ejércitos poderosos, llévame
de vuelta con los míos”.
Se sumergió en la noche terrible y empezó a andar.

Pintura
de Jose Ferre Clauzel
La fatiga era completa, a cada paso se desangraba.
“Algo invisible y poderoso, o alguien, tiraba de mí. Parecía
que iba anudado al extremo de un cable y que alguien jalaba de él.
Mis piernas casi sin fuerzas se negaban a parar. Todo yo caminaba como
un deshecho muñeco de trapo, sin embargo, me negaba a parar. Algo
irresistible tiraba de mí”
De pronto, una voz le sacó a mi padre de su ensimismamiento, de
la parálisis mental en su cerebro galvanizado por el deseo de andar
para sobrevivir,

Pintura
de Jose Ferre Clauzel
- “Quién va, o abrimos fuego”
- “¡España!”
- “Acércate que te veamos mejor”
Así fue como los ángeles salvaron a mi padre, que salió
de aquel infierno sin un solo rasguño.
Cuando lo reanimaron y pudo comer algo, le dijeron que de los doscientos
hombres de su compañía, solo quince quedaron vivos. Y con
él dieciséis.
Juan
Ramón González Ortiz
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