SIRIUS “El HOMBRE MISTERIOSO”

la cueva de los cuentoso>

Ectoplasma

Es una gran verdad que todos días, a todas horas, en cualquier rincón del mundo puede ocurrir un acontecimiento misterioso. Pero, también es cierto que en la mayoría de las ocasiones, únicamente son conscientes del mismo las personas que se ven directamente implicadas, siendo para los demás una mera ilusión de mentes exaltadas.

Os voy a relatar la historia fantástica de la que fui testigo hace mucho, mucho  tiempo, cuando todavía algunos se reunían en los cafés para charlar y exponer sus creaciones literarias.

        Nos encontrábamos varios amigos narrando algunas de las obritas literarias que se podrían definir como muy corrientes, si bien para nosotros eran creaciones importantísimas que fijarían el rumbo de la Literatura durante los próximos cien o doscientos años.

        No recuerdo ni el año ni la hora exacta, y sin embargo sí que se grabó en mi mente que era el día cinco de febrero, día de Santa Águeda, patrona de las mujeres, porque solamente en aquel día podían haberse dado las circunstancias propicias para que la historia comenzase como lo hizo.

        -¡Dónde están los hombres de este café!-gritó al entrar un misterioso caballero.

        Como es evidente, nada más terminar la frase, se levantó un enorme revuelo entre las asistentes que se miraron sorprendidas de la verdad aparente de aquella afirmación.

            En ese preciso momento, Alfonso, uno de los amantes de la literatura, que permanecíamos en un pequeño apartado, salió impetuosamente para recibir, como se merecía,  al insolente recién llegado.

           -¿Qué problema tienes? –le espetó airadamente.

            -¿Yo ninguno y usted? -contestó el caballero misterioso.

            -Creo que es usted un mal educado como ha demostrado al  entrar de esa forma tan arrogante-continuó Alfonso.

            -Bueno. Tal vez no me ha entendido, pero mi frase no era insultante, simplemente exponía algo que me ha sorprendido cuando he entrado.

            -No. Yo creo que usted ha sido bastante  prepotente.

        Lo cierto es que la conversación se estaba acalorando por momentos , al menos por la parte que correspondía a Alfonso, y pensado que podía ir a peor, salté a la palestra.

        -Calma, Alfonso. De seguro que este caballero no deseaba importunarnos.

            -¡No sé! Creo que se está riendo de nosotros.

            -No ha podido burlarse, pues al entrar no nos había visto.

            -Tal vez tengas razón-continuó Alfonso aplacando su ira.

            Entonces, como si todavía quisiese echar más leña al fuego, el misterioso caballero continuó la conversación.

        -Pienso sinceramente que si usted ha saltado de esa forma ha sido porque en sí mismo es un tanto agresivo.

        -¡Dios! –me dije- esta frasecita va a complicar la situación, pero algo debió de ocurrir en la mente de mi amigo Alfonso porque se echó a reír.

            -¡! ¡Ja! ¡Ja! Creo que usted es un tanto snob al contestar de esa forma. Ahora Al final va a resultar que no es nada más que un tiquis miquis que sólo sabe utilizar la frase de que “los demás son nuestros espejos”

 

 

 

  -¿Y no es así? –contestó el caballero con serenidad.

            -Bueno, lo que usted diga. ¡Ja! ¡Ja! ¡Ja!-terminó la frase Alfonso.

            -Dígame. ¿Qué le trae por aquí? –le pregunté cortésmente y con la confianza en que la “discusión” terminase.

            -Me habían dicho que en este café había í aficionados a la creación literaria, y me gustaría aprender.

        Cuando se expresó de aquella manera tan sencilla, me quedé perplejo. Se me ocurrió que tal vez podía charlar un rato con nosotros. Miré a Alfonso y como si fuese lo más normal del mundo le dijo.

        -¡Tal vez quiera  pagar unas rondas!

        De nuevo no sabía qué pensar ni cómo se tomaría el invitado aquella frase.

        -Encantado. Aprender siempre tiene un precio.

         Creo que todos los clientes del café nos quedamos con la boca abierta y sin saber qué decir. El caballero misterioso parecía saber qué quería en la vida, cosa que nosotros, unos simples principiantes en la misma, todavía no habíamos llegado a definir. Y pienso que aquella frase fue la que me llegó tan al fondo de mi espíritu que permaneció como una marca indeleble.

        -Cuéntenos algo de usted. Total tenemos tiempo. Y si es posible no nos relate toda su historia, así de esa forma nos podrá pagar las rondas de otros días -dijo Alfonso, que parecía quererse desquitar de la primera derrota que le había infligido el recién llegado.

        Miré a Alfonso, y comprendí que en realidad estaba muy intrigado, y que conociéndole perfectamente, nunca le dejaría pagar dos invitaciones seguidas.

         -Me llamo Sirius.

         -No parece que ése sea su nombre le dijo Campos, uno de los escritores.

        -Es verdad. No es mi nombre original, pero desde hace unos años, cuando ocurrió mi segundo nacimiento como verdadero creador mental, decidí cambiármelo para siempre.

        Estaba visto que aquel hombre era un gran hombre o un extraordinario embaucador.

        -Quizá exagera un poco-intervine en la conversación.

        -Puede ser. Pero cuando se ha visto lo que yo, hay dos alternativas: o no se hace caso y se piensa que todo es un espejismo, o se remarca el acontecimiento en nuestra vida cotidiana con algún signo externo, para que ya no se olvide lo ocurrido.

        -Siga. Por favor. –le rogó Cortés que parecía muy interesado en la narración.

        -Sé que lo que voy a narrar es difícil de creer, pero aun así me veo en la obligación de contarlo a alguien que tenga un cierto tipo de preparación con el fin de que pueda beneficiarse de tan importante hallazgo.

        Hubo un prolongado silencio. Los cuatro amigos esperábamos impacientemente que Sirius continuase.

        -Los primeros años de mi juventud los dediqué al estudio de las religiones. Tenía verdadera obsesión por aprender, por saber qué era la vida. Después de trabajar ocho horas  diarias en una imprenta, estudiaba en casa bajo la débil luz de un candil.

        Mi madre tenía que enfadarse para que fuese a dormir. No importaba si era invierno o verano, si hacía frío o calor, si tenía hambre o sed. Estudiaba nada más que podía. Y preguntaba a los mayores hasta que me decían “basta”.

        -¿Tanto deseaba saber? –pregunté.

        -Sí. Tenía en mi lo que en algunos lugares se denomina como “la picadura del escorpión” es decir que necesitaba imperiosamente saber qué era el mundo, quién era yo o si realmente existía Dios.

        -Estaba como obsesionado-dijo Campos.

        -Así es.

        -Siga por favor-sugirió con cierta admiración Alfonso.

 

 

 

 

-Nada más que pude económicamente viajé hasta el Tibet para encontrar a los hombres sabios que había oído que allí existían, pero nunca encontré a nadie que me convenciese. De vuelta estuve un año en un monasterio del centro de Europa entre Alemania y Austria, pero tampoco aprendí gran cosa. O lo que aprendía no satisfacía mis ansias, mi anhelo de saber.

        -Tal vez no encontró la persona adecuada.

        -Seguro. Pero lo intentaba.

        -Ya.

        -Me fui hasta las pirámides, pero creo que si allí había algo importante, llevaría más de una vida descubrir los jeroglíficos. Y cansado del viejo mundo me enrolé en un barco mercante hasta llegar a América del Sur.

        -¿Y encontró allí algo?

        -Sí.  

        Al escuchar aquella sílaba mágica, los cuatro le miramos esperando que nos aclarara el misterio.

        -Continué buscando, pero allí todavía parecían más retrasado que en Europa, África o Asia. Y pensé que no encontraría la solución al enigma de la vida.

        -Siga por favor, nos tiene en ascuas-le dije.

        -Escribí mis experiencias para ganar algún dinero con el que subsistir y entonces apareció  ella.

        -¿Ella?

        -Sí. Ella. La diosa de la sabiduría.

        -¡Eso es imposible! ¡No existe tal diosa!

        Sirius no hizo caso a tales exclamaciones y prosiguió su relato.

        -Tuve varios maestros que me enseñaron varias técnicas de meditación, herramientas para acceder al mundo espiritual.

        -¿Qué ocurrió Sirius?

        -Me enseñaron a viajar a las estrellas.

        -¡Bah! ¡Eso es un imposible!

        -Ya. Pero para mí fue una verdadera realidad. Con mi meditación viajé a mundos de fantasía y más allá donde habitan los espíritus inmortales.

        -Nos está tomando el pelo amigo Sirius-dijo casi protestando Campos, pero el hombre misterioso prosiguió.

        -En ellos habitan formas luminosas, formas casi irreales pero que se sabe que han sido verdad por sus consecuencias.

        -Eso dicen todos.

        -Y por fin encontré la materia con la que se crea nuestro mundo.

        Los cuatro sonreímos, teniendo la certeza de que aquello era una broma. Pero entonces ocurrió lo más maravilloso que he visto en toda mi vida.

        -Aprendí a manejar la materia luminosa. Creo que  como recompensa a mi tesón me visitó la Diosa de la Sabiduría y me habló con estas palabras:

        “Sirius, has trabajado tanto y sin desmayo y has hecho tantas obras buenas que al final tu poder creativo se ha desarrollado. Yo misma te ayudaré en tu obra magna y te entregaré parte de mi sustancia para que puedas ayudar a otros hombres”

        Estuvimos en silencio. Algo nos decía que aquello iba en serio.

        -Corred las cortinas  ¡Por favor!- rogó Sirius.

 

       

 

Alfonso cerró la puerta y dejó la pequeña habitación a oscuras. Y entonces apareció el ser más bello que un ser humano podría imaginar. Era la figura de una bella doncella. Tenía aproximadamente un metro de altura y flotaba en la oscuridad. Y entonces ella habló o tal vez debería decir que los cuatro escuchamos lo mismo:

        Es cierto, amigos. Vosotros como escritores deberíais saber que tenéis en vuestras manos una herramienta de creación. Con vuestras letras y palabras conformáis los mundos de fantasía, hasta que definitivamente se transmutan en realidad a través de cada cerebro humano.

        Sed sabios y escribid con fe en la sabiduría y en la vida, pues vosotros sois uno de los vehículos de expresión de lo eterno”

        Entonces, simplemente desapareció. Y permanecimos unos segundos en silencio.

        -Ya puedes abrir Alfonso.-me dijo Sirius.

        -Todavía con una beatitud inmensa que llenaba todo mi cuerpo, me atreví a descorrer las cortinas. La luz llenaba aquella habitación de una forma especial.        

        -Lo siento- dijo Alfonso a Sirius- creo que le he juzgado demasiado precipitadamente.

        -No importa. Es lo normal. Pero, como os decía, es mi obligación intentar hacer comprender que se puede crear mentalmente y que sin duda es un don y una responsabilidad.

        -Sirius... –dije, -espero que me permita poder pagar yo la consumición.

         Sirius simplemente sonrió. Luego se levantó, se marchó y nunca más supimos de él.

        Creo que entonces me encontré a mí mismo. Mejor dicho, los cuatro nos encontramos a nosotros mismos. Supimos que al igual que el Creador, nosotros éramos creadores mentales para beneficio de nuestros semejantes.

Fin

 

Texto de Don Salvador Navarro Zamorano

y

Quintín García Muñoz

 

  

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