El Rostro de la Eternidad

 

 

 

Nuestro agradecimiento a Mago Editores Chile.

Las siguientes personas son las seleccionadas para ser parte de la
Novena Selección de Poesía y Cuento de MAGO Editores

Poesía

Aurelia Jarry
Frédérique Sicard
Jorge Gonzáles Henández
Munir Eluti
Mario Aguilar

Cuentos

Leandra Brunet
Quintín García
Catalina Araya Espinoza
Héctor Pérez Zamorano
Gerardo Soto Araya
Andrés Acuña Pinto


MAGO EDITORES CHILE

 

 

 


Tal vez no hayas escuchado, amigo lector, que el rostro de la Eternidad está compuesto de dos caras que con su mirada abarcan los trescientos sesenta grados del horizonte.

Yo, en cambio, tuve suerte en un largo viaje que hice hace muchos años a un pueblecito que está bajo la inmensidad del Aconcagua.

Era un día de inmensa belleza. El Sol refulgía sobre una capa de nieve que casi no terminaba ni siquiera en el cielo, pues algunas nubes de algodón, restos de una terrible tormenta blanca, permanecían sobre las altas cumbres de la montaña más alta de América.


Recuerdo hasta el nombre. Se llamaba Saladillo.


Me vi obligado por la ventisca del día anterior a permanecer en él durante tres maravillosos días.


Al principio me puse de los nervios, pero comprendiendo que no podía hacer otra cosa, utilicé el tiempo "muerto" para hablar con un habitante de aquel pueblo ,insertado, se podría decir entre las inmensas montañas.


Un anciano me contó lo siguiente.


Hace cincuenta años ya, vivió una bella mujer. Su pelo era acaracolado y sus ojos azules como el inmenso cielo. Y lo más importante, su corazón era tan grande casi como las montañas. Pero precisamente ésa era también su debilidad.

-No le entiendo le dije al anciano.


-Aquel enorme corazón estaba destinado a algo tan maravilloso que la vida en el plano físico, a veces, se le hacía carente de sentido.


-Ya -asentí creyendo comprender un poco mejor.

Todos los días, aquella hermosa joven ascendía a un cerro relativamente cercano y desde allí siempre miraba hacia el Este. Le encantaban los amaneceres. El Sol llenaba su alma de una alegría tan inmensa que sólo algunas personas serían capaces de comprender tal sentimiento.


-Debía de ser realmente bella-le dije.

-Ni lo imagina -contestó el anciano.


Ella anhelaba llenar su corazon de amor. Era como un inmenso lago al final del verano, esperando que las lluvias del Otoño colmasen de agua, cada una de las profundas fosas que yacían vacías.

Miraba, miraba anhelante. Esperaba...esperaba.

Y a veces sentía en sus mejillas un inexplicable rumor aéreo que como suave brisa acariciaba su bello rostro.


Pero necesitaba conseguir algo más. Aquella dulce e inexplicable brisa era muy poco.

Y después de muchos años, de ponerse mirando al Sol de Oriente, aprendió a volar como los pájaros.


Su alma salía todas las tardes hacia el punto de donde salía el Sol.

Y un día, cuando por alguna causa, se había visto a ascender al cerro más tarde, ocurrió el milagro que ansiaba desde hacía tanto tiempo.


Eran aproximadamente las tres de la tarde, y aunque para ti amable lector, parezca algo intranscendente, era de vital importancia.


Justamente a esa hora, en el otro lado del mundo, un hombre de ojos soñadores observaba el atardecer. El Sol, totalmente anaranjado, estaba a punto de ocultarse tras la línea del horizonte.


Y fue en ese preciso momento, cuando la bella y bondadosa mujer en su vuelo mental, o en su percepción de la realidad más allá de su propio cuerpo, se encontró con la cara de aquel desconocido.

Enseguida supo que era quien durante tanto tiempo había estado esperando.


El corazón de aquella mujer, si bien a estas alturas deberíamos ser más exactos en nuestras definiciones sobre los humanos, y decir con todo el derecho del mundo...
El corazón de aquella alma se expresó en forma luminosa y abrazó la cara de su amado.

   

 

El hombre de ojos risueños creyó que por fin había tocado el Sol. Lugar que algunos denominan El Sagrado Corazón del Sistema Solar.
Y sintió que su alma se elevaba hasta los espacios donde habitan los Dioses.

-Qué hermoso- agregué.


-Así es-respondió el anciano.


-¿Qué pasó después?-le pregunté con enorme curiosidad.


Los días de amor se prolongaron eternos y bellos como los amaneceres y los atardeceres. Los momentos de luz, refulgente como las infinitas estrellas, colmaron aquellos corazones, uno en busca del amor eterno y otro, perseguidor incansable de la sabiduría.


-¿Él no perseguía el amor?


-Sí y no. Pues él no sabía que la Sabiduría estaba intrínsecamente unida al Amor.

-Ya...-dije pensativo...

Aquella mujer entregó su "Amor a la Naturaleza" para que aquel hombre encontrase la Sabiduría que se encuentra en el Corazón del Sol.


¿Y ella? ¿Qué recibió? -pregunté un tanto desilusionado.


Poco a poco, el infinito amor de aquella mujer, o mejor, de aquel alma encarnada en aquella mujer, fue asentándose en el corazón del perseguidor de la Sabiduría.

¿Y?...

La mujer adquirió mediante el contacto de sus corazones, toda la Sabiduría que encerraba el alma de aquel perseguidor de los conocimientos del Universo.

-Éso no puede ser- dije un tanto desconsolado.


El anciano sonrió.


-Sí. Claro que sí. Es porque las almas son núcleos de vida y luz y sus conocimientos y amor no tienen compartimentos estancos, para quien los sabe interpretar

-No entiendo- le dije de nuevo.


-No entiendes porque piensas que la sabiduría está en un cerebro, pero si el cerebro existe es porque es un reflejo del mundo superior.


-Bueno... si usted lo dice...-le respondí incrédulo y sintiéndome estafado.


- Y...qué pasó con la mujer-pregunté de mala gana.


-Ella dejó este mundo feliz de haber encontrado el objeto de sus deseos.

-Dios...me está dejando helado.


-Ya-contestó.

Me quedé en silencio. El anciano se despidió...y yo casi me enfadé porque me sentía engañado como un niño pequeño...


Pero entonces....


¡Dios!... entonces ocurrió lo más maravilloso que he visto nunca.

Cuando aquel anciano se dio la vuelta para caminar sobre la nieve, superpuesta en la parte posterior de su cabeza, se adivinaba, de una forma etérea, la cara de una esplendorosa mujer de ojos azules que me sonreía con infinito amor...


Entonces aprendí que el amor eterno tiene dos caras: una de hombre que escruta la vastedad del Universo infinito y otra de mujer que mira a La Creación para extender su mano maternal hacia todos los seres.


Pero, ambas caras... son una y esa Una...es eterna.

Son las caras...del humano perfecto. Lo que algunos llaman "andrógino", si bien es más que probable que tal mito solo habite en los planos de la mente.

FIN

 

Coautores:

María Eliana Aguilera Hormazabal

Quintín García Muñoz

 

 

 

 

 

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