HIJO DE LAS ESTRELLAS

 

CAPÍTULO 7

 

 

 

-Podríamos parar aquí-sugirió Michael.


François frunció el ceño, pero buscó un lugar y aparcó el Berliet en una explanada cercana a la gruta de Nuestra Señora de Lourdes.

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-¿No crees en estas cosas?-le preguntó el niño a su amigo François mientras descendían del camión.

-Te diré algo Michael. Cuando uno ha estado en la guerra, y ha visto los cuerpos destrozados por las balas, se deja de creer en todo.


-Ya... pero tu no has dejado de tener fe-le contestó el niño como si se hubiese transformado por unos instantes en un adulto.


-Que yo sepa no creo en nada-dijo sorprendido François.


-Sí que crees.


El camionero miró al muchacho sin saber qué contestar.


-Crees en Madeleine.


-Bueno... eso es otra cosa.


-No, François. Tú amas a mi tía... hasta estoy seguro que si fuese necesario darías tu vida por ella.


François miró a lo lejos, hacia la gruta de Nuestra Señora de Lourdes sin poder contener las lágrimas.


Terminaron de atravesar la explanada cercana al río Gave. La mano de François estaba posada sobre el hombro de Michael. Cuando ya no quedaba ningún rastro de lágrimas en sus ojos dijo:


-¡Es bonito este paisaje!


-Te tengo que decir un secreto, François.


El hombre y el niño se detuvieron.


-Sentémonos en el banquito junto al río-sugirió François.

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-Veo fantasmas-confesó el niño dejando escapar las palabras casi como si se tratase de un suave murmullo.
François no sabía qué decir.


-A veces, en mitad de la noche me despierto, y a mi lado aparecen tres figuras blanquecinas. Están de pie y parecen mirarme.


-No sé qué decirte, Michael.


-Ya... es normal que no me digas nada. Eres el único al que le he contado esto. Si lo hiciese público, mis amigos y profesores dirían que estoy loco.


-Has hecho bien en mantener el secreto-replicó François.


-Hay algo más.


-Dime, Michael-rogó François que tenía en su retina la figura del niño dominando inteligentemente el juego del póker, y recordando el rumor que se había extendido en el pueblo debido a su enfrentamiento con el maestro.


-En ocasiones tengo visiones. Pienso que veo a través de otros ojos. Como si estuviese encerrado en el cuerpo de otro niño.

No sé... es difícil explicar.


-Entonces... ¿tú piensas que la aparición de la Virgen puede ser verdad?


-Tal vez es una verdad inexactamente interpretada.


-Disculpa, Michael. No te entiendo.


-Igual que yo veo figuras invisibles para los demás, quizás Bernardette, como muchas personas sencillas, era capaz de ver otros mundos que intentan ayudarnos.


François recordó algo.


-Faltaban pocos meses para terminar la guerra. A un compañero le alcanzó un disparo. Antes de morir miró a lo lejos y levantando las manos exclamó:


"Gracias mamá por estar aquí"


Era como si en verdad estuviese allí su madre.


Los dos permanecieron en silencio. Michael se acercó a François que no pudo evitar derramar lágrimas al recordar a su compañero caído en el frente, y el niño puso la mano en el hombro de su amigo.


De repente, François se levantó, se secó las lágrimas y le dijo a Michael.


¡Vamos... es hora de proseguir nuestro viaje!


-¡A que llego antes que tú al camión!-le retó Michael.


Sin decir nada François echó a correr y al principio ganó al muchacho, pero justo antes de tocar la puerta del Berliet, Michael le adelantó.


-¡Cómo corres!


Michael sonrió pícaramente.


-¿Me enseñarás a conducir? -preguntó el muchacho.


-Por supuesto-respondió François abriendo la puerta de la cabina.

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La carretera continuaba entre las verdes y esplendorosas montañas pirenaicas. La humedad cálida permitía que el aroma del boj, de los robles, pinos y hayas penetrase hasta lo más hondo del corazón de los dos amigos.


La vida era bella, hermosa, multicolor y resplandeciente como los rayos de sol que se filtraban entre las altas ramas de los árboles que acariciaban los escarpados y estrechos desfiladeros.


Pero también era cierto que aquellos maravillosos minutos no se podían retener. El tiempo fluía impertérrito a los asuntos humanos y divinos.


El tiempo es la distancia que media entre el nacimiento de un universo y el siguiente, y es tan extenso que incluso los dioses y las estrellas son algo transitorio.


¡Cuanto más las múltiples encarnaciones humanas!

 

 

 

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