ZUERA

Zuera. En las escuelas. Colegio Odón de Buen.

 



Las Escuelas

El ocho de enero de mil novecientos sesenta y dos, según consta en el libro de escolaridad, comencé los estudios en el colegio Odón de Buen, construido gracias al brillante oceanógrafo que nació en Zuera en 1863.


Comenzar en las Escuelas era un gran acontecimiento. Lo que probablemente me debió impresionar más fue que formábamos en el pasillo central, cantábamos y luego íbamos en fila cada uno a su clase.


La mía era la de primero. Se llegaba hasta cuarto, y al finalizarlo, los alumnos y alumnas salían con catorce años para ir al campo, coser en sus casas, y más tarde para trabajar en las fábricas del polígono del Campillo.


Así pues, aunque se llamaba la clase de primero, en ella se permanecía hasta que teníamos nueve años. La compartíamos niños de distinta edad. Debió de ser una de las causas por las que durante el primer curso apenas pasé de cuatro en la puntuación de las distintas materias, y para el segundo año, comencé a sacar sobresalientes.

 

 

Durante aquel primer año en las Escuelas, enfermé de fiebres tifoideas y tuve que permanecer en casa más de un mes. Hablándolo hoy con mi esposa, que también las tuvo, ambos soñábamos con muchas serpientes, lo que debía ser consecuencia de la enfermedad. Don José, el médico, nos dijo que al final de las fiebres, cuando ya se tenía superada la enfermedad, el intestino se cubría de muchas costras.

 

Dicho de otra forma, las fiebres debían afectar al sistema digestivo y era lo que provocaba en la mente del enfermo la aparición de serpientes. El cerebro recibía sensaciones de todo el intestino e interpretaba el dolor como serpientes.

Zuera. En clase


En aquellos tiempos, los maestros se preocupaban de que leyésemos y escribiésemos bien, siendo muy importantes los dictados.

 

Escribíamos con lapicero y también con plumilla. En los pupitres había un tintero y las plumillas más curiosas eran las de pico-pato. Era bonito escribir con tinta, salvo cuando cargábamos excesivamente la plumilla y hacíamos algún borrón.

 

En ocasiones, don Mariano Corral regalaba alguna estampa a aquellos que respondían a la primera una pregunta difícil.

 

A menudo nos poníamos de pie ordenados desde el que mejor contestaba las preguntas hasta aquel que siempre fallaba. Uno de los alicientes era la posibilidad de pasar a los diez primeros.

 

Durante el verano había clases de repaso. Y un apunte más sobre las Escuelas: nos llevábamos un vaso de casa y nos distribuían la famosa leche en polvo americana, que tan graciosamente mencionaba La Bullonera.

 



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