UNA LEYENDA PARA EL RÍO EBRO

La leyenda de  Ligia y Evero

I

 

       Hace mucho tiempo ya. Tanto que ni siquiera los más antiguos y eruditos historiadores, ni los más insignes y brillantes narradores de cuentos y leyendas, ni los más afamados líricos y deslumbrantes poetas, han podido encontrar las huellas de los hermosos acontecimientos acaecidos en el exuberante vergel que hasta entonces había sido una pequeña región, al igual que muchas otras, de nuestro hermoso Planeta Tierra,  conocida con el nombre de Aragón. En los lugares conocidos hoy en día, como  Sierra de Albarracín, una discreta cantidad de seres humanos se asentaba   con relativa placidez   en una interminable y acogedora zona boscosa  bañada por un enorme río.

 

 

    ¡Qué más podían pedir aquellos primitivos seres de “conciencia sentimental”! Expresando tal concepto su relativa ausencia de verdaderos procesos mentales, que les mantenía en una admiración permanente por lo externo.    Con sus asombrados ojos contemplaban la belleza de los verdes pastos, los azules intensos de los majestuosos lagos, las inalcanzables copas de los enormes árboles,  el resplandeciente blanco de las altas montañas, las cambiantes formas de las bandadas de aves, y las  fascinantes  cataratas que,  refrescantes y ensordecedoras,  vertían sus aguas sobre las magnánimas oquedades de Madre Tierra. Una estas cuencas estaba alimentada por una pequeña catarata que cedía sus inmaculadas aguas, con delicada suavidad,  sobre las evanescentes  imágenes de los frondosos árboles y altos cerros,  reflejados en su impoluta superficie. 

 

   

Una leyenda para el río Ebro :El agua es la vida para Ligia

 

                   Ligia se bañaba silenciosa, discreta, casi imperceptiblemente  con el fin de no deshacer el mágico y maravilloso mundo reflejado en el líquido elemento. Sigilosamente nadaba hasta la catarata y durante largos e intensos minutos permanecía bajo los dulces, suaves y reconfortantes hilillos de agua que se deslizaban acariciando, mimando, arrullando, casi abrazando su nacarada  piel . Cerraba sus grandes ojos, extendía los “brazos” y se dejaba llevar en ensoñación por los extraños mundos que a veces era capaz de percibir. Se transformaba en luz etérea  que se elevaba entre las blanquecinas columnas de agua prolongando su impalpable  y abstracta figura . Su alma resplandeciente trazaba líneas onduladas y espirales que trepaban tierna, suave y  amorosamente hasta el anhelado momento de éxtasis en el que expresaba su íntima unión:

 

 

Agua que cariñosa viertes

tus gotas sobre  mi piel.

Agua que eres,

de mi alma, el amanecer.

Agua que colmas

de vida todo mi ser.

¡Agua! ¡Fluye! ¡Nunca ceses!

Amada mía, hazme florecer.

 

     Después, durante largos minutos permanecía en profundo y prolongado silencio hasta que era capaz de llegar a expresar su más íntima esencia.

“ Yo soy el Agua “

 

     Había pronunciado las palabras mágicas, que no eran, tal y como piensan algunos, únicamente una serie de fonemas enunciados al azar, sino que surgían de lo más profundo de su ser, como una canción que coincidía con  el  Gran Sonido de la Naturaleza, y  atravesando los vastos océanos llegó hasta las profundidades  en las que moraban dos inmarcesibles devas  de belleza inmaculada.

 

 

     Para los enigmáticos seres que permanecen en los espacios etéreos, no existen las distancias, y si alguien desvela  el verdadero significado de su nombre, ellos se acercan con respeto y  esperanza de encontrar algún colaborador en el mantenimiento del planeta Tierra. Pues si bien a nuestros ojos, la Naturaleza aparece como una inteligencia abstracta, sin embargo esas leyes de conservación residen también en el corazón de otros enigmáticos reinos de La Naturaleza que apenas pueden ser vistos por el ojo humano. Para algunos son conocidos como silfos del aire, ondinas del agua, gnomos de la tierra y salamandras del fuego. Para otros, estos pequeños devas tienen sus superiores en la Jerarquía de la Conciencia que son los verdaderos ángeles que rigen algunos procesos naturales aparentemente mecánico-físicos.

 

 

     Y fue pues, en aquel sagrado instante en el que, con los ojos entrecerrados, Ligia percibió por primera vez las figuras lejanas de dos excelsos  ángeles  de luminosidad refulgente   que desde el centro del lago  la estaban observando. 

 

 

    Era difícil observar percibir sus figuras alargadas, altas, blanquecinas y onduladas, pues su tonalidad  variaba del blanco al azul, pasando por un tenue verde, reflejo éste último de las plantas en sus cuerpos cristalinos y transparentes. Ligia permaneció estática mientras  los resplandecientes ángeles se aproximaban hasta ella.

 

 

     -Somos Uno contigo-cantó, en su oído la bella ondina- Cuando nos necesites, recuerda las palabras que con tanto amor has enunciado y acudiremos en tu ayuda. Nosotros, al igual que tú, Somos Agua, aunque también Fuego, pero eso lo aprenderás más tarde.

 

 

     Sus siluetas cálidas, cariñosas, ululantes, envolventes, rodearon todo el cuerpo de la bella mujer, y trazando delgadas líneas espirales  con la forma del número ocho, penetraron en su corazón una y otra vez hasta que desaparecieron. Ligia permaneció durante largos minutos recordando la calidez amorosa  que sintió cuando aquellos ángeles entraron en su corazón. Ella no sabía que aquel hecho modificaría o más bien reafirmaría su  propia naturaleza hasta tal punto que toda su futura descendencia tendría en algún momento de su lejana y futura existencia una abertura, una puerta o una entrada al palacio de los Señores del Agua y del Fuego.

 

 

II

     Por el  estrecho sendero que conducía del lago de silente paz  a los dominios de su  tribu, Ligia regresaba totalmente excitada, danzando con desbordante alegría, exteriorizando el fulgor de su incipiente cueva de amor y fuego en que se había transformado la esencia de su corazón. Extendía los brazos y con las manos abiertas rozaba las húmedas hojas de los helechos. Levantaba su mirada y adivinaba un hermoso y límpido azul celeste. Saltaba, cantaba, se deleitaba con incipientes sonidos que en algún tiempo lejano se convertirían en dulces, enigmáticas y legendarias melodías. Nunca se había sentido así. Aquellos ángeles del lago la habían transmutado en algo que los alquimistas denominaban oro. Ya no era la misma. Su mundo se había expandido y la belleza externa de La Naturaleza, que siempre había existido ahí, acariciaba en forma de múltiples colores sus ojos risueños.

 

 

    Apenas faltaban unos metros para llegar hasta los espaciosos prados cuando se interpusieron en su camino dos  especimenes simiescos de una de las tribus más caníbales y violentas del lugar. Ligia se detuvo en seco, y la alegría danzarina de su inocente corazón se desvaneció como los rayos del sol ante una oscura  y enorme nube de tormenta. Los salvajes se acercaron lentamente hacia ella, con la completa seguridad de quien tiene ya la presa en sus manos. Ligia  permanecía paralizada por el terror.

 

 

La mirada feroz y los dientes tan irregulares como puntiagudos de los “simios”  la hipnotizaron. Intentó gritar pidiendo ayuda, pero se había quedado muda. Y cuando el más alto de los caníbales estaba a punto de atenazarla por el cuello con sus fuertes y curvadas manos, el simio, lanzó un  espeluznante grito de dolor, quedándose totalmente petrificado y encorvado. El segundo cazador giró instintivamente la cabeza hacia atrás para ver qué ocurría. Apenas pudo distinguir durante un breve segundo la rudimentaria lanza clavada en la espalda de su compinche de cacería, pues una enorme piedra le destrozó la nariz  forzándole a cerrar los ojos por el dolor.

 

 

     -¡Vamos!  ¡corre!–gritó Evero   tirando fuertemente de la mano de la joven para que reaccionase.

    

 

Ligia se dejó llevar por la enorme fuerza del  atractivo y majestuoso hombre que la estaba salvando  de una muerte segura. Continuaron por el sendero que conducía al poblado, pero cuando llegaron al último trecho que descendía hasta él, contemplaron algo terrible: la mayoría de las cabañas estaban ardiendo y la tribu caníbal celebraba levantando con  sus “garras”  las cabezas de los vencidos.

      

 

-¡Padre! –gritó desgarradoramente la joven al ver el cuerpo de su progenitor en los hombros de uno de los simios. Este a su vez, nada más oír el lamento de la muchacha,  la señaló con el  brazo extendido y animó a los demás a darles caza.

      -¡Rápido, vamos, sugirió Evero.

      -Sí- contestó la joven totalmente enajenada.

        Y se lanzaron en tumba abierta hacia la orilla del tortuoso río. Evero instintivamente siguió el curso del agua, que discurría primero hacia el Norte para luego tomar dirección Este.

      

-Pronto dejarán de perseguirnos. Supongo que tendrán suficiente con haber acabado con tu poblado-pensó erróneamente y en voz alta el atlético y fornido guerrero, sin esperar ninguna respuesta de Ligia, quien no estaba en éste mundo, sino en algún lugar lejano recordando a su amado padre.

     

  -Sí- contestó casi inconscientemente la joven.

      

Evero la miró compasivamente. Y cuando parecía que habían eludido del todo a sus perseguidores, escucharon el grito de alguien conocido. Era la voz del caníbal al que había clavado la lanza.

        -¡Creía que ya no se podría levantar! –exclamó Evero con extrañeza.

       Continuaron a toda velocidad entre los enormes álamos de la  ribera izquierda siguiendo el curso de las aguas. Después de siete interminables horas, y justo cuando el cauce del río se desviaba hacia el Sur. Evero comprendió que deberían arriesgarse y tomar la dirección Norte.

        -No hay otra alternativa. Debemos desviarnos  del  cauce del río. No creo que sean  tan insensatos como para  alejarse demasiado del agua.

        -Bien-respondió la muchacha.          

III

       

En otro tiempo, Ligia no se habría apartado de las sagradas y benditas aguas, pero en este momento le daba todo igual . Su corazón se había hecho pedazos  y su expresión era la de alguien perdido en un mundo que no comprendía. La decisión de distanciarse de la ribera  fue acertada. Los perseguidores continuaron hacia el sur varias horas más, para después regresar a lo que quedaba del poblado arrasado. La noche cálida de verano fue para Evero hermosamente larga. Ligia cayó totalmente rendida y durmió profundamente durante varias horas. Él  prefirió recostarse sobre el tronco de un pino y vigilar, pero en mitad de la noche, Ligia se acercó al calor del corazón del valeroso guerrero y después de llorar desconsoladamente sobre el pecho de Evero, se volvió a quedar dormida.

    

 

Evero, que había abandonado su poblado para encontrar nuevos mundos, y durante años había vagado en soledad entre tribus, la mayoría de las veces excesivamente reservadas, si no enemigas,  mantenía junto a su corazón a la joven más hermosa que jamás habría imaginado.   Miró al cielo. Las estrellas titilaban, las cigarras cantaban esporádicamente, y recordó la muerte de sus padres, así como la de varios hermanos. Instintivamente miró a Ligia y con su poderosa mano acarició y dibujó lindas figuras en la frente   de la muchacha. Dulces y húmedas  perlas resbalaron desde sus pequeños y vivaces ojos, formando delgadas , finas y húmedas hebras, que  cual manantiales, curaban  antiguas heridas y abrían la esperanza a un futuro de amor inmarcesible. Un radiante sol amarillo sobre el horizonte despertó a ambos, y los ojos de Ligia que ahora expresaban agradecimiento y amor profundo  miraron a los de Evero. Ella tomó con sus manos las mejillas del joven, cerró los ojos, le besó con profundo cariño y ternura, se levantó y miró a su alrededor.

 

 

Una leyenda para el río Ebro:Ligia reposa en los brazos de Evero bajo el árbol del amor.

 

       -No se escucha el incesante sonido del río -expresó Ligia con asombro.

       -Sí, supongo que será extraño para ti.

       -¡Es tan importante el agua! –añadió la joven- Siempre, desde niña he vivido a su lado. ¿Y tú?

       -Yo he pasado muchos días lejos de los ríos, tanto del que tu conoces como de otros que hay más al oeste.

       -¡Y cómo has podido vivir!

       -Soy experto en encontrar agua incluso debajo de las piedras.

       -¡No puede ser! –exclamó con admiración Ligia.

       -Es cierto.

       -¿Y ahora, qué haremos?-preguntó  ella.

       -Lo que tú digas. Si deseas regresar al cauce en el que siempre has vivido, así lo haremos. Si por el contrario prefieres ver un nuevo mundo,  sé  donde hay un hermoso lago. Podríamos ir hacia él, pero debes saber que llevará muchos días y tendremos que sortear lugares y tribus peligrosas.

       -Mi padre era mi único familiar. Ahora no tengo a nadie más.

       Ligia dijo estas últimas palabras mirando a Evero. Y nunca mejor dicho, las palabras sólo son palabras, pues con sus ojos le estaba diciendo: Ahora únicamente te tengo a ti.

       -¿Te atreves pues, a ir a otro lugar?

       -Sí. Por cierto. ¿Cómo te llamas?

       -Evero.

       -Yo me llamo Ligia.

IV

       Si bien era cierto que la huida provocada por las terribles circunstancias había cambiado la vida de Ligia, no menos veraz era que Evero de espíritu aventurero y con un profundo  anhelo por descubrir otras tierras fuera la causa de su viaje a lugares de mayor abundancia.

      Continuaron rumbo Nordeste hasta el lago, pero encontraron lo que hacía ya meses, si bien de una forma relativamente inconsciente,  se estaba temiendo Evero. La enorme laguna  estaba muy mermada, casi vacía por la escasez de lluvias del último año, y  lo que era peor, las tribus que vivían en su riberas se encontraban enzarzadas en disputas y luchas fratricidas por la escasez de agua y consecuentemente alimento y caza. Era tan exigua que apenas les servía para cubrir sus necesidades. Las grullas que anualmente visitaban aquellas zonas, habían pasado de largo hacia otras regiones más húmedas. Una profunda decepción invadió a ambos cuando contemplaron aquel  panorama tan desolador.   

      -¡Echo tanto en falta el lago donde solía bañarme. Era mi vida! -expresó con delicadeza Ligia.

      Y acercándose a Evero, dejó reposar su cara en el poderoso busto del guerrero y explorador. Sus  enormes brazos  rodearon amorosa y protectoramente el grácil y suave cuerpo de la joven proporcionándole inmensa paz,  seguridad y consuelo en aquel momento en que su pequeño mundo se había desmoronado.

     -No te preocupes. Ya verás cómo los hermosos días del lago volverán a colmar tu alma.

     Permanecieron cerca de un mes en los alrededores de lo que hoy es conocido como La Laguna de Gallocanta. Durante ese tiempo, Ligia y Évero entablaron largas conversaciones, deviniendo en profunda confianza,  con tres familias que se mantenían al margen de las terribles refriegas, pero  que de no cambiar la situación en muy poco tiempo se verían ineludiblemente involucradas en las mismas. Y cuando nuestros amigos expresaron su deseo de partir en busca de otros lugares más tranquilos, les rogaron que les dejasen acompañarles.

    Un caluroso día de finales de verano, doce personas con ritmo lento,  partieron entre bosques resecos y sedientos. Evero de alguna forma había adquirido provisionalmente la responsabilidad de abastecerles del tan preciado y vital elemento como era el agua.

     Apenas habían transcurrido diez días cuando Ligia cayó enferma. La tristeza, la pena, la melancolía y unas altas fiebres se apoderaron de ella.

          -Vamos, dormilona. Tenemos todavía que seguir – dijo en vano  Evero.

          Ella no contestó. Permanecía envuelta en sudor frío. El curtido explorador retiró de su cara lo que habitualmente era un esplendoroso  cabello, y ahora aparecía, viscoso y sucio al tacto.

         -¿Qué te ocurre mi dulce Ligia? –le preguntó Evero, sintiendo que se le partía corazón, siempre escondido bajo su apariencia imperturbable cual guerrero espartano.

    No hubo respuesta.

    -Mi bien. ¿Qué te ocurre? Háblame por favor. Dime algo.

    Siguió sin haber contestación. Todos los compañeros de viaje les rodearon preguntándose qué ocurría. Ligia deliraba. Farfullaba de forma indescifrable.

    Evero creía saber perfectamente qué le sucedía. La tomó con sus brazos hercúleos, comenzó a caminar. Sus compañeros  le siguieron totalmente en silencio. Habían transcurrido unas seis horas cuando la suave canción de una catarata se escuchaba de una forma casi imperceptible. El explorador aceleró el paso. Las lágrimas del guerrero resbalaban hasta llegar a la cara de su amada. Miraba al cielo y rogaba a los dioses de sus antepasados para que la salvaran. Siempre había sido un completo incrédulo. Nada ni nadie había doblegado su alma libre, pero ahora, dios, ahora era distinto. Ahora que había conocido el amor, el dulce beso de un ángel, se estaba transformando en otra persona. El ligero repiqueteo del agua lejana se estaba convirtiendo en un sonido refrescantemente ensordecedor, y tras un abigarrado bosque, quedó al descubierto una imponente catarata.  Detrás de ella, una enorme cueva.      Se introdujo en el  río con la joven en brazos. Avanzó  entre las enormes piedras, hasta la anhelada y ansiada agua, y permaneciendo cerca de la tremenda fuerza de caída, dejó que la niebla húmeda impregnase cada poro de su piel. Tomó agua con la palma de la mano y refrescó la frente de su amada.

Una leyenda para el rio Ebro: Evero sostiene a Ligia ,enferma, bajo las aguas

     -Gracias –dijo Ligia abriendo los ojos y sonriendo.

     -¡Qué alegría-dijo con infinita sorpresa él. ¡Cuánto te amo!

     - Lo sé, amado Evero. Lo sé.

     Y se quedó dormida.                 

V

    ¡Qué son diez años de felicidad,  sino un leve suspiro, cuyo sonido se desvanece en la eternidad del tiempo sin tiempo!

     Muy pronto la hermosa Ligia se restableció y volvió a beber en  las aguas de la unión y  arrobamiento con la Madre Naturaleza bajo la luminosa catarata. Y de nuevo La Resplandeciente Señora de las Ondinas y El Refulgente Señor del Fuego Inmortal la visitaron y compartieron con ella el secreto del agua.

 

 

Una leyenda para el río Ebro: Dos ángeles del agua y del fuego visitan a Ligia.

Cuando una ondina

toca a una salamandra,

el misterio del agua

surge de la llama.

En profundo amor,

en mística unión,

el fuego y el agua

una sola cosa son.

En los seres humanos,

nosotros habitamos

y a través de ellos,

también obramos

Bajo  cielo claro,

sobre marchito manto,

unid vuestros corazones

en dulce  y amoroso canto.

Formad círculos dorados,

trazad torbellinos alados

que atraigan  y condensen

las nubes y los rayos.

     Ocurrió al principio de  la primavera, cuando los días son tan largos como las noches, los almendros brillan esplendorosos y los corazones sienten la alegría de la luz. Ligia y Evero se amaron por primera vez. Y con la fascinante sensación de sentirse totalmente unidos a los elementos de la Naturaleza, la tierra, el agua, el aire y el fuego, la hermosa dama entonó con profundo amor la canción de la lluvia que le habían enseñado.  A partir de aquella misma noche, el cielo se unió a la tierra durante tres largos días. Las suaves y benéficas gotas de agua  formaron una enorme charca, al principio, para dar paso a un hermoso lago, después. Sus aguas transparentes y cristalinas reflejaban las verdes montañas lindantes. Se le llamó de diversas maneras: El Lago de la Paz, El Lago del Amor, El Lago de los Espejos... y.. en alguna ocasión, si alguien mira fijamente a su agua cristalina, le colma una inmensa tranquilidad plena de amor. Es el reflejo del infinito afecto que Ligia y Evero sintieron cuando se amaron por primera vez.

VI

     Si algo hay permanente en la Vida, es el perpetuo movimiento  y  el continuo cambio y  nuestros héroes no podían escapar a esta ley inmutable.  Las tres familias  originales habían aumentado y  ahora eran una gran tribu. Los recursos que al principio bastaban para llevar una vida agradable, se habían tornado relativamente escasos, agravados todavía más  por otro ciclo de sequía que parecía llevar camino de ser excesivamente prolongado y severo.

Una leyenda para el río Ebro_ Evero muestra a un amigo, desde el Moncayo, la llanura del río Ebro y al fondo los Pirineos

    Evero a lo largo de esos dulces años no había permanecido inactivo, y durante los días en que no le acuciaban sus obligaciones más inmediatas, partía   con uno o dos acompañantes en busca de nuevas tierras. Y así, en los largos días de verano consiguieron llegar hasta la cima del Moncayo, desde donde adivinaron una inmensa llanura de vegetación exuberante. Fue tal vez algún tipo de espejismo producido por el aire tremendamente caliente  de la llanura, el que les hizo ver un inmenso río. También había explorado el valle que les conduciría hasta las llanuras y ya solo restaba tomar la decisión de comenzar la marcha.El agua de la cola de caballo era exigua, la frondosa vegetación había mermado en su exuberante verdor e incluso el Lago de los Espejos se había secado. Y este fue el detonante que sirvió para comenzar la lenta marcha de la tribu completa.Ligia dejó escapar una última lágrima cuando salieron definitivamente del valle del río Piedra. Tomó la mano del menor de sus hijos y buscó en el horizonte las grandes montañas, que eran la puerta hacia un mundo en el que agua nunca más volvería a faltar. Su corazón se alegró al tener visión de un inmenso río de aguas profundas y permanentes.   Evero y sus compañeros pensaron en la posibilidad de bordear el Moncayo por la parte oeste-norte, pero al final tomaron la ruta del Jalón. Todavía se pueden apreciar restos, tal vez secundarios  de aquella época entre las poblaciones actuales de Plasencia  y Rueda de Jalón.

VII

Cómo narrar la emoción que Ligia y Evero sintieron al ver por primera vez el inmenso caudal del Gran Río. Cómo describir la luz que surgió de sus corazones cuando se abrazaron ante sus aguas. Cómo sentir la felicidad de la joven madre cuando se vio rodeada de sus siete hijos. No, la leyenda sólo puede comprenderse por aquellos que han sufrido la carencia del elemento que es la vida, el agua. Solo de esa forma pueden ser  capaces de apreciar las penalidades que sufrieron nuestros héroes en busca del manantial eterno.

   Estimado lector, la tribu podría haberse quedado en la desembocadura del afluente del gran río, pero el amor de Evero por Ligia, fue más lejos. Y a los pocos meses de tan gran descubrimiento, continuaron cauce abajo hasta encontrar  en uno de los meandros, varios lagos, cuyas aguas siempre estaban claras y cristalinas. Supuso que debían de estar conectadas por corrientes subterráneas con el cauce principal.

Una leyenda para el río Ebro

VIII

     -No entres  tanto en el río-gritó Evero a su hijo pequeño.

     Ya era tarde. El niño estaba a punto de ahogarse y Evero se lanzó a salvarle. La fuerte corriente arrastraba a ambos, y el explorador se vio obligado a lanzar al muchacho hacia la orilla, donde  su madre pudo asirle. Nuestro héroe se vio derrotado por el imponente  caudal de agua. Ligia vio, con el corazón encogido, cómo desaparecía el amor de su vida bajo el impersonal manto azul cobrizo, y con voz rasgada y destrozada acertó a decir

 

     -Evero... Evero...Evero...

    Día tras día, noche tras noche, Ligia recorrió incansablemente la ribera  pronunciando el nombre de su amado explorador y salvador.

    -Evero... Evero... Evero... 

       Nada ni nadie pudo consolarla. Permanecía ausente por tan inmensa pérdida.    Intentaba maldecir al río, pero comprendía que los dos amores de su vida se habían fundido en aquel interminable e infinitamente doloroso momento. Cuenta la leyenda que un día de primavera, muy anciana ya,  rogó a sus hijos y nietos que la acercaran a la ribera, y con una hermosa  canción,  devolvió la esencia de su corazón al Señor de la Vida, en Quien vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.

Amado Evero, fuiste  mi mundo entero.

Colmaste de amor cada recodo,

cada rincón de mi corazón.

Como  un río, regaste mi seno.

Con tu agua generosa,

hiciste brotar

en mi pecho una rosa

¡Amado  Evero!

Mi vida te entrego

a ti que vives en el río

y en el azul del cielo.

 

 

      Continúa la leyenda que hay cerca de Zaragoza un laguna muy especial. Cada año, justo en el equinoccio de primavera, Ligia y Evero bajan del cielo y bendicen a quien con inocencia, sencillez y amor es capaz de expresar en un sonido sin sonido ,  la verdadera esencia del agua: El Amor y La Vida.

    Y termina este legendario relato añadiendo que, el Gran Río fue llamado a partir de entonces río  Evero, deviniendo a través de las edades en  río Ebro.

 

 

Autores: Don Salvador Navarro Zamorano y Quintín García Muñoz

Cuento coeditado con Don Salvador Navarro Zamorano e Isabel Navarro Reynés

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