Sam, el chimpancé.

LA CUEVA DE LOS CUENTOS

 

Cada cierto tiempo, al territorio de Sam, el chimpancé jefe, venían del cielo unos monos sin pelo en extraños carros que flotaban.

 

Uno de los jóvenes llegó hasta Sam, y con grandes aspavientos indicó que algo extraño se había posado cerca de la "aldea".

 

Primero señaló al cielo, luego trazó un círculo con la mano, y después indicó el suelo.

 

Muy pronto comprendió Sam que lo que hacía tanto tiempo que le había transmitido su abuelo parecía volver a repetirse.

 

Con sigilo, observaron a través de las tupidas hojas de la selva que una "nave espacial" así como numerosa gente a su alrededor levantaban una tienda de campaña.

 

Sin duda alguna, los monos sin pelo habían llegado de nuevo.

 

Sam sonrió.

 

Él era el jefe de la manada, el más astuto, el más fuerte, y no dudó lo más mínimo de que aquella sería su oportunidad para saber, de primera mano, qué ocurría a los chimpancés que entraban en aquel recinto y, unos días más tarde, desaparecían.

 

Su abuelo, con cierta sonrisa, siempre indicaba el cielo como lugar de destino de los "escogidos".

 

Al tercer día, excepto los más pequeños, todos los chimpancés de la manada acudieron a la puerta metálica.

 

 

Sam iba el primero. Tim, el hermano de Sam seguía sus pasos. Al final de la comitiva estaba Rania, la esposa de Tim, su hermano, junto con otras chimpancés más jóvenes.

 

Sam intentó entrar el primero, como rey que se consideraba.

 

El guardia de seguridad le examinó con un extraño aparato desde la cabeza a los pies, y le indicó que no podía pasar. Que se apartara.

 

Sam protestó, sus mandíbulas rechinaron y sus puños amenazantes se sujetaron por el momento.

 

Pero aquella afrenta fue la mayor humillación de su vida, y que se le incrustó en lo más hondo de su ser.

 

Miró con odio a aquel guardia, pensando cómo se vengaría.

 

Aquel momento de extrema ira no le dejó ver que su hermano Tim, una pareja más, y su cuñada Rania habían sido autorizados a pasar la valla.

 

La puerta se cerró.

 

Los animales, entre contentos y confidados por haber sido "elegidos", aunque no sabían para qué, fueron conducidos, con ciertos halagos por parte de una "mona sin pelo", que excepcionalmente llevaba cabello largo, al "círculo de metal".

 

Fue todo extrañamente rápido, y Sam no reaccionó a tiempo.

LA CUEVA DE LOS CUENTOS

Se acercó a la valla, intentó subirse con intención de atacar a aquellos enclenques monos sin pelo, pero una descarga eléctrica le lanzó a varios metros de distancia.

Quedó totalmente chamuscado e inconsciente.

 

La nave despegó. La selva quedó en silencio.

 

Sam, el chimpancé, II

 

 

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