Sam, el chimpancé, II.

 

 

 

la cueva de los cuentos

 

Cuando Sam despertó, las estrellas eran sus únicas compañeras.

 

Nadie de su clan se había molestado en estar a su lado. Tal vez le habían dado por muerto, o simplemente nadie deseaba su vuelta.

 

Esta segunda posibilidad le atormentó durante unos minutos. Recordó todo lo ocurrido, y la humillación recibida, delante de toda la manada, le dolía de verdad.

 

La valla metálica ya no estaba. Sólo unas huellas en el suelo y hierba chamuscada, eran los únicos restos de la venida de los monos sin pelo.

 

Se acercó a su territorio entre orgulloso y temeroso.

 

Efectivamente, Oto, un macho más joven, pero muy fuerte, probablemente más que él, presidía la reunión de la noche.

 

En otro tiempo, tal vez hace unos días solamente, se habría enzarzado a mandobles con el engreído jovenzano, pero la humillación había sido tan cruel, la perdida de su hermano y su esposa, la situación fantasmagórica en que se había visto involucrado...

todo ello le había hecho mella en su corazón.

 

 

la cueva de los cuentos

 

Una cicatriz mucho más profunda de lo que él se imaginaba, y también, algo que cambiaría su vida de chimpancé.

 

Se retiró a lo más profundo de la selva. Tal vez algún depredador podría destrozarle, si le daba caza, pero, en ese preciso instante era lo que menos le preocupaba.

 

 

Sam, el chimpancé, III